Mientras familias francesas compartían cenas navideñas, la revista satírica soltó su último exabrupto. El dibujo, firmado por su director Riss, muestra a Rokhaya Diallo semidesnuda con una falda de plátanos, bailando frente a un público que aplaude. Esta imagen ilustra un hors-série titulado «Les fossoyeurs de la laïcité», con un artículo llamado «Rokhaya Diallo, la novia de América». La periodista senegalesa-francesa, conocida por defender el antirracismo y el feminismo interseccional, aparece ridiculizada en un espectáculo que evoca directamente la Revue Nègre de 1925. Charlie Hebdo alega criticar sus posturas contra la ley de 1905 sobre la separación Iglesia-Estado, que ella cuestiona por su aplicación desigual hacia musulmanes y afrodescendientes. Mientras Diallo responde en X: «Este horrible dibujo pretende recordarme mi lugar en la jerarquía racial y sexista». Acusa a la revista de reducirla a un cuerpo exotizado en lugar de debatir ideas.

La defensa de Charlie Hebdo se basa en el universalismo republicano francés. El medio insiste en que el dibujo ataca el «comunitarismo» de Diallo, no su raza o género. Dicen que ella prefiere el modelo multicultural anglosajón al laicismo estricto, y ven en las acusaciones de racismo una manipulación habitual. Quienes critican la caricatura reciben el reproche de ser ellos los verdaderos divisores. Este escudo funciona así en Francia: el sistema se declara antirracista por definición y cierra puertas a cualquier señalamiento externo. La intención importa más que el efecto, aunque la imagen reactive códigos visuales cargados de historia colonial. El impacto hiere igual. Nadie discute ideas cuando el cuerpo de una mujer negra se convierte en chiste.
Esa falda de plátanos remite a Joséphine Baker, quien en 1925 deslumbró a París con la Danse Sauvage en el Folies Bergère. Semidesnuda, con bananas de tela colgando de su cintura, encarnó el exotismo que Europa demandaba de África. Baker triunfó, pero a costa de ser una venus negra, hipersexualizada y primitivizada. La caricatura de Diallo exagera rasgos faciales, la animaliza y la sitúa en un escenario de zoológico humano, como los espectáculos del siglo XIX donde africanas se exhibían desnudas ante audiencias europeas. No hay debate intelectual aquí. El dibujo despoja a Diallo de su rol como periodista y activista para devolverla al imaginario del «salvaje» bailongo. Los defensores de la revista llaman a esto homenaje a Baker, ignorando que la artista misma luchó contra esa cosificación toda su vida.

La Misogynoir captura esta intersección exacta de racismo y sexismo contra las mujeres negras. Moya Bailey acuñó el término en 2010 para describir opresiones específicas que van más allá de la misoginia o el racismo. En Francia, el patrón salta a la vista con figuras públicas afrodescendientes. En 2013, Charlie Hebdo dibujó a Christiane Taubira, entonces ministra de Justicia, como un mono devorando plátanos. La caricatura la deshumanizaba mientras criticaba supuestamente sus políticas. En 2020, Valeurs Actuelles representó a la diputada Danièle Obono como esclava africana del siglo XVIII, con collar de hierro, en un relato ficticio que la culpaba de su propia venta por compatriotas. El semanario ultraderechista pagó multas por injuria racista: 1500 euros a su director y 5000 en daños. Taubira, Obono, ahora Diallo. Todas pierden legitimidad intelectual. Su voz se silencia con esteriotipos que las devuelven a la esclavitud o al burdel colonial. El mensaje es que una mujer negra, a pesar de tener poder, siempre será inferior.
Francia presume de un universalismo que es ciego al color, pero las mujeres afrodescendientes lo vivimos de manera distinta. El racismo estructural opera en medios que se autoproclaman progresistas. Rokhaya Diallo defiende los derechos de musulmanes y racializados en un país donde la ley de 1905 prohíbe los velos en las escuelas públicas, pero ignora las costumbres cristianas que permanecen ligadas e impuestas a la misma sociedad. Critica los controles policiales por perfil étnico y exige el reconocimiento por parte del Estado de la esclavitud colonial. Charlie Hebdo, herido por el despreciable atentado islamista de 2015, prioriza la laicidad radical y choca con Diallo desde hace años. El apoyo político a la periodista llegó por parte de los diputados de La France Insoumise que califican el dibujo de «abominable racismo», y Olivier Faure, del Partido Socialista, denuncia los «códigos racistas coloniales». Aun así, la revista insiste en su pureza ideológica. Pero quizás sea este el techo del debate francés, cuestionar el sistema te cuesta ser etiquetada como fundamentalista, o peor aún, verte reducida a un cuerpo grotesco.

El debate es necesario, es imprescindible. Pero la caricatura no debate sobre el laicismo. Dibuja a Diallo bailando para un público blanco que ríe, evocando siglos de zoológicos humanos y de esclavitud. El poder mediático decide quién habla y cómo es visto. En Francia, el humor satírico excusa lo inexcusable cuando quien recibe el golpe es una persona racializada.
Las mujeres afrodescendientes cargamos con estereotipos que niegan nuestra humanidad. Somos la «Jezabel» hipersexual, lista para que nos violen; la «mujere fuerte» que aguanta todo sin quejarse; o la «enfadada» cuando alzamos la voz. Estos mitos justifican la negligencia policial en casos de violación y los castigos desproporcionados a niñas adultificadas. La caricatura de Diallo activa esa maquinaria. Su cuerpo semidesnudo eclipsa sus libros como Ne reste pas à ta place o los documentales sobre islamofobia. Francia exporta el modelo de todos somos iguales ante la ley, pero algunos son más que otros.
¿Qué hacemos ante dibujos que hieren a comunidades enteras? Denunciar no basta. Reclamamos espacios donde las ideas choquen sin que los cuerpos queden expuestos. Rokhaya Diallo resiste con sus palabras, pese a las amenazas que ha recibido en el pasado. Apoyémosla compartiendo análisis, boicoteando a los medios tóxicos y exigiendo códigos éticos en la sátira. Tú, lectora, formas parte de esto. Usa tu voz en las redes, en los debates, en tus círculos cercanos. Rechaza que la «sátira» naturalice la misogynoir. La deshumanización simbólica alimenta la real. Detengámosla ahora.
Tania Castro
Historiadora
Santander (España)


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