
Durante los últimos años, se ha vuelto viral en TikTok una serie de videos que exponen con claridad un fenómeno tan antiguo como persistente, la forma en que la sociedad juzga la elegancia y el estilo dependiendo del color de piel de quien los porta. En estos clips, una persona blanca compara imágenes de personas negras y blancas con peinados o atuendos similares. El resultado es siempre el mismo, los blancos son calificados como «elegantes», «sofisticados» o «de buen gusto», mientras que los negros son descritos como «vulgares», «baratos» o «excesivos».
A primera vista, podría parecer una simple diferencia de opinión estética. Lo que realmente se esconde detrás de esas valoraciones es una manifestación contemporánea del racismo estructural, el racismo disfrazado de elegancia.
Desde la moda hasta la música, pasando por el arte y el lenguaje, la sociedad ha construido una jerarquía estética profundamente racializada. Durante siglos, los estándares del «buen gusto» se definieron desde la mirada blanca, eurocéntrica y colonial. Así, lo que proviene de la cultura negra ha sido frecuentemente etiquetado como «demasiado», «poco refinado» o «de mal gusto», mientras que las mismas expresiones, reinterpretadas por personas blancas, se celebran como innovadoras, artísticas o «chic».
Un ejemplo claro está en el cabello. Si una mujer blanca lleva trenzas, suele recibir elogios por su audacia o creatividad; si una mujer negra las usa, se le critica por «no ser profesional». Lo mismo ocurre con la ropa holgada, las joyas grandes o los colores vibrantes, en cuerpos blancos se convierten en tendencia, en cuerpos negros son motivo de estigma.

Estas diferencias son el eco de un legado colonial que asoció lo blanco con lo civilizado, lo culto y lo bello, mientras relegó lo negro a lo exótico, lo salvaje o lo vulgar. Como señalan numerosos estudios sobre racismo estético y cultural, la discriminación no siempre se manifiesta en insultos o violencia abierta, muchas veces se disfraza de «opinión», de «educación» o de «buen gusto».
La industria de la moda y la cultura pop han amplificado esta contradicción. Elementos profundamente ligados a la identidad afrodescendiente, como los ritmos del hip hop, los peinados afro, las uñas largas decoradas o los collares dorados, fueron durante décadas objeto de burla, marginación o censura. Cuando celebridades blancas comenzaron a adoptarlos, el discurso cambió y lo que antes era «chabacano» se volvió «vanguardista».
Este fenómeno, conocido como apropiación cultural, no radica en compartir o inspirarse en otras culturas, sino en la desigualdad con que se hace. Mientras las personas negras sufren discriminación por sus expresiones culturales, las personas blancas pueden usarlas sin consecuencias y ser recompensadas por hacerlo. Cuando lo negro necesita la aprobación de la blancura para ser aceptado, hay jerarquía, no admiración.
Los videos que circulan en TikTok no han desaparecido. Continúan adaptándose y multiplicándose. En 2024 y 2025, las tendencias «elegant vs not elegant», «vulgar vs elegant» y «ghetto makeup» han seguido exponiendo cómo el racismo se adapta a las plataformas digitales. Además de compartir imágenes sobre estilos de peinado, en algunos de ellos se comparan fotografías de bebés, uno blanco y otro negro, con los mismos calificativos. El bebé blanco es «elegante»; el bebé negro, «vulgar».
A pesar de su viralidad, estos contenidos también generaron una poderosa respuesta. Muchos creadores negros publicaron videos en forma de réplica, reproduciendo el mismo estilo de comparación pero invirtiendo los juicios de valor con frases como «los negros son elegantes y caros, los blancos son baratos y vulgares». Su intención no era reproducir el racismo, sino exponer el absurdo y la hipocresía del discurso original, demostrando que las etiquetas de «elegancia» o «vulgaridad» no describen realidades objetivas, sino prejuicios raciales profundamente arraigados.
El problema, por tanto, no es la elegancia, sino la mirada que la define. Si lo que se considera sofisticado depende del color de piel o del origen social, ya no hablamos de estética, sino de poder.
Redefinir la elegancia implica cuestionar los estándares eurocéntricos que han dominado el imaginario colectivo y abrir paso a una comprensión más amplia, plural y respetuosa de la belleza. La verdadera elegancia no se mide por el tono de la piel, la textura del cabello o la forma del cuerpo, sino por la capacidad de reconocer y valorar la diversidad sin filtros de superioridad.
Porque lo realmente vulgar no está en cómo alguien se viste o se peina, sino en un sistema que sigue creyendo que la elegancia tiene color.

Yovanna Blasco López
Nacida en La República Dominicana. Escritora, activista y luchadora por los derechos humanos. Estudiante de Traducción y Mediación Interlinguisitica.
Instagram: @_melaninwoman_
Email: yovibl@outlook.es Interesada en la igualdad de los derechos humanos y comprometida con la concienciación sobre las personas negras, el racismo y la cultura afro.

Descubre más desde Afroféminas
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
