Parece casi europea, estás eran las palabras con las que mis padres describían mi integración en Catalunya a una de las funcionarias que tramitaron mi adopción en Colombia.
Es en este mismo proceso de integración en el que encuentro por mi parte una cierta preocupación: es el demasiado interés hacia lo que la sociedad espera de mí, una chica con genes africanos. Como si mi ser, a modo de escultura de mármol, se pudiera ir modelando de forma personalizada y a la europea.
Para poner un ejemplo: en el momento de conocer a personas se puede hablar de un antes y un después, una puerta por la que con solo un diálogo dejo en el acto de ser inmigrante a ser autóctona en la mente del receptor y si sigue el diálogo de mis orígenes al minuto ya se ha dejado en entredicho que soy catalana porque es mejor sentirme catalana que colombiana, la historia se debe dejar atrás. En fin; comentarios racistas por los que pretenden que no me ofenda, como soy catalana, no cumplo con los perjuicios que se guardan para con las personas de otras razas u otros países. Es una forma de darme su salvación.
Parece pues, que la adaptación no fuera más que una máscara blanca de disimulo y de transformación, una integración por la que dejar de ser una misma mediante un sinfín de acciones y pensamientos que van eliminando la naturalidad y la espontaneidad del propio ser, hasta desdicharlo.
Recuerdo como al llegar de Colombia, con apenas cuatro años deseaba ser blanca, rubia y con los ojos azules, pensando que cualquier día este deseo se iba a cumplir; si hacía amistades de color, raza o país distintos se me regañaba, pues yo debía relacionarme con catalanes o españoles; el sol no me podía tocar demasiado puesto a que me ponía demasiado negra; alisarse el pelo está bien porque una está más guapa y parecer europea; cierta ropa no queda bien porque la pueden confundir a una con una inmigrante. Un listado interminable de frases racistas, que a la práctica esperan que cumpla al pie de la letra.
Mi reacción a todo esto es sencilla: Ser yo misma. Debo esconder mis rasgos afros? Darle química a mi fenotipo para blanquearlo? Manipular la obviedad? Mi deber es realmente parecer europea? la respuesta es clara: NO.
Más allá de la nacionalidad y de las circunstancias no me da la gana de bajar la cabeza.
Irina illa
Estudiante de ciencias políticas
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Es un testimonio muy interesante y en el que me siento muy identificada. Me acuerdo que cuando era pequeña me esforzaba al máximo para intentar no hablar como mis padres (parte de la diaspora africana). Me negaba a hablar tanto en casa y fuera de casa en el dialecto de mis padres, tanto que hasta se me olvidó como hablarlo, me esforcé en hablar bien para que no pareciera tanto como una hija de inmigrantes. Odiaba llevar las trenzas pegadas que me hacía mi madre porque en el colegio no es que se burlaban de mi, sino que me ponía de los nervios que siempre tocarán mis trenzas como si fuera algo raro así que cada vez que tenia la oportunidad me recogía el pelo con una cinta para parecerme más europea. Me acuerdo que por mucho que hiciera eso igualmente seguía siendo una negra hija de padres africanos pero a la vez como que me medio aceptaban por esos esfuerzos. ¿Cuando tomé conciencia de que algo no iba bien? Cuando mis padres me gritaron que no soy blanca, que no debería avergonzarme de lo que soy y que ser blanco europeo no era lo mejor. Cuando empecé a ir al instituto y mezclarme con amigas negras (antes no lo hacía por vergüenza) fue cuando me di cuenta de las palabras de mis padres y fue cuando dejé de buscar la igualdad ante todos los blancos que yo conocía al ver que me estaba negando a mi misma.
Ya no me avergüenza ser negra y he aprendido que buscar la igualdad no va por el camino de convertirse en algo que uno no es.
Me gusta mucho lo que estás contando Fátima!! Es una verdad como una casa!
Para eso estamos! Para acompañarnos!
Muchas gracias!! 🙂