Siempre quise escribir un relato sobre Amina, para nosotros la Nana, cuidadora de varias generaciones de los niños y niñas de una familia extendida y prolífera como la nuestra. Hoy día recién cumplidos sus 102 años de vida, continúa firme como un roble con su más de un metro setenta de estatura y su piel morena, aún haciendo gala de su buena memoria, especialmente recordando nuestras travesuras y las suyas en Barlovento, región donde nació en la zona centro norte costera de Venezuela, para ser precisa, en una hacienda de cacao.
Siento que mi afán de escribirlo todo, me viene precisamente de la necesidad de recordar sus innumerables cuentos y vivencias, especialmente de sus antepasadas, porque el género femenino era el centro de sus conversaciones: las madres, las abuelas, las parteras, las matas, las hierbas, las fieras, las lágrimas, la vida, la muerte, la maldad, la bondad, la flojera, las hermanas, todo acompañado de una frase firme y permanentemente repetida, “somos la semilla y la mata, los hombres nacieron para regarnos a nuestro antojo” sin comprender su significado, me divertía poniéndole música a esas palabras, imitando su postura con las manos en la cintura, bailando cuando las repetía. El cuento que más insistía en escuchar era el de su bisabuela, una princesa africana que un día paseando por una playa de su país, fue atrapada junto a otros y subida contra su voluntad a un barco grande, por extranjeros invasores que llegaron a su tierra con mucha violencia, robándoles la paz y separándolos para siempre de su familia. Eran mercaderes que apetecían “oro y esclavos” especialmente, tomaban lo que deseaban por la fuerza y amontonaban atados con cadenas a todo el que atrapaban, sin remordimiento alguno. Durante meses de travesía, comiendo poco o nada, los fluidos del cuerpo predominaban entre los cautivos al punto de enfermarlos, y ser lanzados una vez muertos hacia el mar, como si nada…al llegar a puerto, les lanzaban agua jabonosa y eran exhibidos junto con otras mercancías, para la venta. Su bisabuela le contaba que pudo sobrevivir , respirando profundamente para elevar su mente con los cantos de su clan y las oraciones que recordaban a sus muertos, a sus antepasados y a sus dioses, cuya compañía le permitió salir de aquel horror por sus propios pies, un tanto adormecidos.
Su bisabuela también trajo consigo un gran conocimiento sobre las plantas, porque las madres de su familia la educaron comprendiendo el beneficio para el cuerpo y la mente de las hierbas, así como en la preparación de pócimas, en lo cual las mujeres tenían que destacarse para proteger a la familia. Aún en condición de esclavizada igual a las demás, gozaba de mucho respeto porque auxiliaba a sus hermanas de infortunio ante los quebrantos de salud e incluso, para prevenir embarazos en tan terribles condiciones de vida, o para interrumpirlos y no traer nuevos esclavizados a sufrir, y mucho más cuando eran víctimas de las violaciones de los amos, lo cual era bastante frecuente. Esos conocimientos fueron transmitidos de generación en generación hasta llegar a mis oídos, razón por la cual siempre consideré que el aborto era cosa de mujeres, que albergar un hijo en nuestros cuerpos debe ser un acto absolutamente voluntario, y la decisión de completar su ciclo o interrumpirlo, era algo personal y un derecho divino y natural a la vez.
Hoy día, con esa tradición oral como sustento, pude comprender que el tema del aborto rebasa los aspectos legales, y la lucha de las mujeres va mucho más allá de la despenalización del mismo; que ese acto fue contaminado con la culpa y el pecado, proclamados por sectores religiosos aliados a los colonizadores, que convirtieron el cuerpo de la mujer en mercancía, y que lo siguen convirtiendo hoy día con abiertas o simuladas estrategias, en una sociedad clasista e injusta, que ha instaurado una terrible devaluación hacia el género femenino. Esa tradición oral me ha llevado a estudiar palabras como Matriarcado y Patriarcado, Capitalismo, Mercantilismo, violencia de género, entre muchas otras, y reunidas en un solo saco de injusticias, me hacen mirar el rostro de la nana más allá de su bella piel morena o de su porte de princesa; me hacen reconocer su estatura de maestra de la vida. Más allá de su ser y a pesar de su historia familiar y de su condición de servidora, ahora contemplo en ella a la Gran Madre, a la Eva Genética Africana fundadora de la humanidad, con su ADN mitocondrial y con su cráneo ligeramente hundido palpado por mis manos, consecuencia de cargar pesados canastos de cacao, del cajón de fermento al patio de secado, desde que era niña.
El calor y la seguridad de la voz de la nana no tienen comparación, igual que sus cantos y sus cuentos, así como no la tiene el holocausto más grande que haya conocido la humanidad, cometido en los continentes africano y americano con sus poblaciones originarias, indoamericanas, siendo sus riquezas robadas y esparcidas por todo el planeta, con las que financiaron a las grandes potencias de hoy en día, como deuda impagable e irreparable, oculta en una falsa legalidad y cuyos lamentos persiguen a su descendencia definitivamente, bajo los gritos del dolor ajeno aun por aliviar!
Por todo lo narrado, concluyo con mi género que la mejor herencia es ser libre pensadoras, opuestas a todo tipo de discriminación y de opresión, admiradoras de los diferentes tipos de belleza, para que nosotras las madres, eduquemos a nuestra descendencia en un contexto y referencia de ideas distintas a lo que impone la sociedad ególatra y deshumanizada, dominante de hoy día…. respecto al aborto, es una práctica tan antigua como la humanidad misma, pertenece a las mujeres como un hecho natural y en nuestros pueblos, de donde vengo, siempre se conoció como algo normal en la cotidianidad de la vida de las mujeres con su alta capacidad de gobernanza, minimizada por el paternalismo de una época que agotada, vemos desmoronarse poco a poco a través de los espejuelos de mi nana…con sus 102 años a cuestas… ¡que todavía me abrigan!
Obdulia Molina Jara
Soy escritora de prosa, cuentos y poesía, estoy profundamente identificada con la madre África, y con la lucha contra el racismo y la discriminación de cualquier tipo; mi poesía está identificada con esa lucha y me encantaría compartirla; tengo 66 años, estoy jubilada y me he dedicado más que todo a escribir lo que me gusta, esposa y madre de afrodescendientes. De Venezuela.
Me encantó! las abuelas llenan el mundo de luz! su sabiduría debe persistir, porque sólo a través de ellas logramos comprender los mundos que vivimos… esos mundos desiguales, patriarcales, racistas, xenofóbicas, etc… esas enseñanzas nos permitirán reflexionar y tomar acciones para que estos mundos sean más vivibles y que nuestros hijos y nuestras hijas aprendan a convivir con la diversidad y juntas/os construyamos un mundo más humano!