Si me llamas asesina, me reiré, porque no soy una asesina. Pero si me llamas racista…
Con el resurgimiento de la extrema derecha en todo el mundo proliferan los youtubers e influencers de esta ideología en la redes. Muchos de ellos son personas jóvenes con aspecto moderno, que no encajan en la imagen tradicional de los ultraconservadores, pero que esparcen las mismas ideas retrógradas y racistas.
Pero todos estos personajes, y en general todos los grupos de extrema derecha de nuevo cuño son especialmente sensibles cuando se les acusa de racismo. Normalmente detrás de expresiones como patriotas o derecha sin complejos se esconde la palabra racistas.
Los que han pedido que no se atienda a personas sin papeles en medio de esta pandemia, los que acusan a los migrantes de ser violadores y traficantes, los que hablan de expulsiones masivas y prefieren que mueran miles de personas ahogadas en el mar antes que darles un refugio, ahora argumentan en contra de ser etiquetados como racistas porque hace que sus ideas suenen desagradables.
Una de las muchas victorias de los movimientos antirracistas fue mostrar el racismo como un fracaso moral de nuestra sociedad. Pero eso ha tenido la extraña consecuencia de confundir el problema con muchos ciudadanos que nunca antes habían sido educados en el antirracismo. Así es como llegamos a que cualquiera de cualquier clase política puede usar el racismo como un garrote, sin importar cuán extravagante sea la acusación. Podemos ver racistas declarando que sufren racismo porque se les hace un cordón sanitario político y se les niega cualquier tipo de pacto. O a gente diciendo que los espacios no mixtos negros son racismo inverso. O incluso gente que dice que hablar de privilegio blanco es racista. Según esta lógica, quejarse del racismo es en sí mismo racista.
Muchas personas bienintencionadas caen en la trampa y nos dicen que las personas buenas deberían esforzarse por no ver colores y nunca hablar de raza o sus efectos sobre cómo vivimos. Esto acaba identificando al movimiento antirracista como un montón de personas exageradas que alimentamos el racismo con nuestras “políticas de identidad”. La lógica de que algo que no se nombra, no existe.
Los medios de comunicación no han hecho mucho para ayudar intentando evitar por todos los medios la palabra racista. Debido a que la discriminación racial y la desigualdad siguen siendo características definitorias de nuestra sociedad, por ejemplo en el empleo, en el acceso a la vivienda , en la educación , en la migración, evitar la palabra racista tergiversa la verdad. El resultado es que los problemas raciales no tienen distinciones significativas, y racista en nuestro discurso dominante se deja para algo tan extremo como una agresión neonazi, pero desaparece de los otros debates que están mezclados e intrincados con ella.
Un ejemplo es el caso de hace unos años de unos refugiados afganos que fueron acusados de violación por unas estudiantes estadounidenses que pasaban sus vacaciones en España. Se trataba de una acusación falsa de un intento de sacar dinero de una póliza de seguro contratada por los estudiantes previamente antes de venir a España. La palabra racismo estuvo rondando durante toda la investigación del caso. Su detención, su estancia en prisión, sus consecuencias para los jóvenes afganos y las que no tuvieron las ciudadanas americanas, tenían la palabra racismo impresa a fuego. Ningún medio la utilizó.
Pero incluso entre las personas que no temen al término, cada vez más, se está dejando de utilizar para intentar delimitarla y definirla mejor: antigitanismo, antisemitismo, islamofobia, negrofobia, MENAS, irregulares, CIES, etc. Algunas de estas palabras tienen el peso de las instituciones y la política detrás de ellas. Algunas son el resultado de que las personas en muchas ocasiones somos despreciables.
Yo sigo pensando que «racista» puede ser un adjetivo muy poderoso y convincente. Si lo añades a institucional tiene un poder definitorio tremendo. El problema es que son las personas las que deben ver esa imagen y no intentar hacerla desaparecer.
Elvira Swartch Lorenzo
Colaboradora.
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