Soy Inés, nacida en Barcelona, de padre haitiano y madre catalana. Con mis padres he hablado siempre en castellano, en el colegio aprendí francés. A Haití me llevaron por primera vez con apenas 5 años y fue la última vez que estuve. Ahora con 21, me encuentro de nuevo en la isla. Sin saber créole, sabiendo bien poco de la vida aquí.
Ir a Haití fue una decisión que tomé a finales del verano pasado, sentí que había llegado el momento de reencontrarme con mi mitad, mi gran incógnita. Fue también una decisión que jamás hubiese podido tomar sin el apoyo de las mujeres de mi vida que me dan calor ahí dónde esté y me han dado el empujoncito cuando ha tocado.
Ser mestiza en Barcelona se parece a esto: «que bé que parles el català nena», «de dónde eres» (a lo que si respondes de aquí te dicen, «sí, pero tus orígenes?»), comentarios racistas cada día y un gran etcétera.
Ser mestiza en Haití es ser considerada «blanca» (así llaman a todos los extranjeros), «jaune» (amarilla), «couleur pêche» (color melocotón), «no eres de aquí porque no has nacido aquí», «no eres una verdadera haitiana@» y un gran etcétera.
Osease, ser mestizo es sentirse extranjero dónde quiera que vayas.
Dejando esto a un lado, al llegar a Haití y nada más aterrizar en el avión sentí unas ganas tremendas de llorar. Me sentía emocionada. Aquello que tanto miedo me daba, la tierra que tiembla, la tierra que grita y mistifica me hacía sentir, al contrario, una sensación de paz y tranquilidad. La isla me habló y contesté.
Aquí estoy, Ayiti, lista y dispuesta a que me hagas vibrar. Emocionada. Con ganas de perdonarte y de que me perdones tú a mí. Conocerte y escuchar sin juzgarte. Abierta a que ejerzas tu influencia en mí sin resistirme. Que aquí estoy y aquí quiero ser en este tiempo que me acoges.
Encuentro en Haití una esencia que me es familiar, unas calles con las que un día soñé, una música que siempre me ha acompañado. Sí se puede añorar algo que no has vivido. Lo dejo en manos de algo que siento más sabio que yo.
Ser mestizo para mí es aprender a vivir en el proceso continuo de creación de la propia identidad. Es aprender que los demás no pueden decidir por ti ni juzgar de dónde eres. Que tienes el poder de decidir cómo lo sientes, cómo lo vives y cómo lo usas.
Es tener más puertas abiertas para desaprender lo que no es de uno mismo y también para aprender lo que un día fue tuyo.
Sí, puede ser una situación dolorosa. Sí, hay que perdonar cuando crees que no te han transmitido tus culturas como hubiese sido más sano. Pero ahora tengo en mí el poder de aprender, desaprender y vivir en un nuevo ciclo de vida y muerte.
Hablaré créole, sentiré Haití como mis entrañas lo decidan. Yo aquí soy feliz. Soy doble y triple, soy lo que quiera ser.
Aprendiendo a abrazar mi mestizaje.
Todos estos fueron mis pensamientos y sensaciones los primeros días. Hoy, todo cambia o al menos, cosas trascendentales se suman tras haber pasado un día en Cité Soleil. Me pregunto a mi misma, ¿qué es ser haitiana? ¿Es tener realmente una parte haitiana el darse cuenta de una de las realidades más duras y pobres del país a los 21 años? Si alguien me preguntara ahora sobre Haití, todavía no sabría responder. Es cierto que siempre influyen los filtros de uno mismo pero debo ser consciente y no contribuir a una visión llena de prejuicios. Hay muchas realidades y muchas otras que me quedan por conocer.
Enamora, duele, reenamora y vuelve a doler.
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Me has emocionado Ines. Comento pero la verdad que este post es simplemente «sin comentario. Me encanta