martes, noviembre 19

Saetas afroboricuas en versos. Yolanda Arroyo Pizarro


La importancia de la descendencia, de la ascendencia africana, a todos nos toca. Escenificarlo a través del manifiesto del arte es tratar de pagar la deuda que le debemos a esa magnánima raza, desbordante de civilización, y de aportaciones inquebrantables. La poesía de Yolanda Arroyo Pizarro enmarca la gratitud, la significancia que tiene para ella y para el mundo. Nos remonta al pasado, a la época dificultosa, aberrante; a la maldita época esclavista. Nos da el sabor amargo de aquellos sentimientos desgarradores y de impotencia, pero de lucha y de fuerza moral y espiritual.

La mujer, voz y protagonista. Ella es la senda por la cual la poeta se dirige. Ella es la encarnación de las miles de esclavas desfavorecidas por el dios de los cristianos; por ser negra africana. Hecho que debió ser una bendición.

La incorporación del español y del africano en los textos en inglés le da una cadencia de maracas y tamboras, de asimilación y conciencia. Yolanda nos anega en el inventario de sabrosidad del africano y de sus penas. Su religión o religiones, su alegría y jolgorio musical, lo afirma con la tinta de su Saeta. Encara la historia y propone la verdad. No se amilana ante la autoridad.

Ante esta pasarela de poemas dolorosos, vitoreantes, culturales y de amor ancestral pulcro y perspicuo, me levanto y me quito el sombrero que me regaló Ochún.

Javier Febo Santiago


  1. Saeta

el amo camina con aire vacilante

alrededor de ambas esclavas

omele, ravanne, sabar, sikulú

todos los tambores se encienden

no quiero este ruido

quiero el sonido de los míos

se deshace de las botas

una por una

detiene su andar en las sombras de las paredes

desamarra la bombacha de los listones del cuello

da vueltas alrededor de la habitación

iluminada por las velas

toca como tamboras

los abundantes senos de Tshanwe

ella baja el rostro

le llama Teresa

el cabello prieto

ensortijado

no le cae sobre la cara a Tshanwe

la blusa que el amo levanta

no está hecha de hilos importados

carnes firmes y joviales

al ras de esta piel oscura

el amo desprende la falda manchada de barro

con una mano

le abre las piernas

le vuelve a llamar Teresa

palpa su pubis

lo estudia con ávidos ojos

sus dedos se enredan con él

empuja a la negra hasta el lecho

pero antes retira el mosquitero

entra y sale de ella; entra y sale.

omele, ravanne, sabar, sikulu

otra esclava,Jwaabi

se ha quedado de pie

en mitad del aposento

las manos entrelazadas a la espalda

espera sin pudor su turno


  1. arrancada

negra cara negra

esa noche  en el pedazo de espacio forrado de tierra

que hace las veces de cama

la esclava juega con la idea de regresar

recuerda escaramuzas fronterizas

Loango al norte

Ndongo al sur

los reinos de Mbangala al interior

las niñas congoleñas llevan el vestido naranja

producen granos que se convierten en juguetes

volver alguna vez

no parir en el Caribe

en esta isla de pieles blancuzcas

donde ahogar al recién nacido

y envenenarlo para evitar sus cadenas

es lo que hay que hacer

volver alguna vez

alguna vez a los suyos

verlos envejecer entre los sabios y sus magias

tocarles el rostro tatuado

con los colores de las plantas

al otro lado del desierto

el Namib y sus dunas de arena

tantas veces sirvieron de escondite

a ella y a sus parientes con los juegos de aldea

recordar los sonidos de chasquido

peculiares de su idioma

celebrar la llegada de bebés pequeños

con golosinas fruto de las palmeras

no parir en el Caribe

en esta isla de pieles blancuzcas

de idiomas enemigos

ver pujar a los elefantes

ver parirse criaturas

que de seguro

no serán atrapadas como ella

volver alguna vez


  1. alcanzó la punta de su nuevo amuleto

lo acarició con la yema de uno de sus dedos

emitió un silbido

fundido entre la noche y el ruido de las ranas

si alguien contestara el silbido

si tan solo alguien lo hiciera…

remembranzas de cuando niña

escuchaba la señal de las mujeres de Namaqua anuncios de eventos de guerra

pinturas debajo de los ojos

sobre la nariz

pasta hecha de especias

en tonos que conmemoran el amanecer

el amarre a sus espaldas

la lanza de combate

las cazadoras amarillas

sus flechas envenenadas

mujeres que desconocen el temor

presas de criaturas más claras de piel

secuestradas en barcazas

encadenadas

sortilegios y encantamientos

detonar la carne


  1. abrió y cerró los ojos

intentó convocar espíritus protectores

escuchó las voces

“eres como un perro”

“la sangre de los negros no es igual”

desconoce los significados

se mueve hacia el frente

intenta correr lastimada

apenas lo esquiva

pero la flecha partida le raya la cara

“¡sangra de verdad!”.

no se detienen

continúan espetando los filos

entran y salen sin compasión

los senos, el cuello, el abdomen de la esclava

marcas de rayas como tatuajes

hacen correr el líquido cálido

le hacen caer de rodillas debilitada

descarta,

— como posible repercusión de su defensa—

las ideas del calabozo, el cadalso

la viga del cepo en donde se aprisionan manos y pies

la soga estirándole el cuello y las extremidades

por uno de los caballos del amo

su primer acto de defensa

para que la dejen en paz

Tshanwe esgrime el puntiagudo objeto

la parte metálica de la saeta

termina incrustándose en el dedo corazón de él

comienzan los alaridos

lluvia de puños y patadas

su rostro es abusado

el inicio de la

golpes en el torso

“Valen caro los esclavos”

“es mi propiedad”

golpes a la espalda

posición fetal

sobre el piso que la protege

de algunas fracturas

dislocación de hombros

caderas que hincan

Tshanwe pierde la noción


  1. ágil como gacela

libre sobre la estepa del imponente paisaje rocoso

su tierra

así corre

así escapa

se embadurna de pinturas bélicas

que anuncian tempestad de dardos y pértigas

salta por encima de la extensión de piedra arenisca

más allá de las huellas de dinosaurio

grabadas en su superficie

desfila en un letargo

por el bosque selvático

habitat del petrificado enemigo

chasquidos de lengua

y una orden de ejecución en masa

silbidos que contestan silbidos

se prohíbe expirar

se prohíbe fenecer

la voluntad de sus ancestros

y su temple la dirigen de vuelta por el túnel

No fallezcas odalisca

No perezcas gladiadora

el tiempo de las edades pasadas te reclama

el transcurso de los siglos demanda tu existencia Millares de cebras, antílopes y núes,

miríadas de elefantes, leones y jirafas

marcan el carnaval de las heridas

lamiendo la carne descompuesta

luego de la batalla

los ríos se han convertido en arena

las corrientes de agua

no son más que hoyos fangosos infectados

cabezas de ganado vacuno, cabras, ovejas y camellos se han rendido y caído

para morir sobre la tierra reseca y quebrada

que ya no acoge a los pechos amamantando

Ahora esa tierra tiene sobreabundancia de escasez

sus hijas le han sido arrebatadas


  1. las gotas reaniman los párpados

y un chamán invisible la hace despertar

Namaqua y sus mujeres guerreras la amparan  desaparece el cuerpo

también desaparece una de las ballestas del amo

tres días más tarde

nadie se explica el encantamiento

nadie comprende el embrujo

el amo y sus hombres arrojan sus propias flechas algún acto de hechicería hace regresar a una de ellas

como un boomerang

la saeta disparada

a través de la arboleda al final del llano

emite un silbido.

los espíritus

—es la única explicación— lo contestan

logra incrustarse en la frente del malvado

Nadie sabe cómo


Yolanda Arroyo Pizarro es escritora y activista puertorriqueña. Ha publicado libros que denuncian y visibilizan, con apasionados enfoques que promueven la discusión de la afroidentidad y la sexodiversidad. Su libro de cuentos Las negras, ganador del Premio Nacional de Cuento PEN Club de Puerto Rico en 2013, explora los límites del devenir de personajes femeninos en época esclavista, quienes desafían las jerarquías de poder. La autora ha ganado también el Premio del Instituto de Cultura Puertorriqueña en 2012 y el Premio Nacional del Instituto de Literatura Puertorriqueña en 2008. Su más reciente obra se titula “Yo, Makandal, poemas”. Editorial Boreales. 2017.



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