
Cuando se habla de esclavitud, en demasiadas ocasiones se repiten las mismas imágenes de rebeliones encabezadas por hombres o multitudes sin rostro. Pero las mujeres negras esclavizadas hicieron mucho más que sobrevivir. Resistieron. Día tras día, en silencio o a gritos, solas o en comunidad, enfrentaron un sistema que buscaba destruirlas. Su lucha fue desde la rebeldía abierta, hasta la ternura compartida.
Este texto reivindica sus estrategias de resistencia a lo largo de los siglos en África, América y Europa. Hacer memoria es también hacer justicia. Reconocer lo que hicieron es imprescindible para entender tanto el pasado como los cimientos del feminismo negro actual.
Un sistema patriarcal y racial
La trata transatlántica de personas africanas fue clave en la expansión del capitalismo. Millones de personas fueron arrancadas de sus tierras, vendidas y forzadas a vivir bajo condiciones brutales. Las mujeres negras enfrentaron una forma particular de violencia ya que fuimos utilizadas como mano de obra y como cuerpos reproductores al servicio del sistema esclavista.
La esclavitud significó para nosotras abusos sexuales sistemáticos, separaciones familiares, tareas domésticas impuestas y una constante negación de su humanidad. Como ha señalado Angela Davis, la violación se convirtió en un instrumento legalizado de control. A pesar de todo, muchas mujeres resistieron desde sus cuerpos.
Una de las formas más firmes de oposición fue rechazar los embarazos forzados. Algunas mujeres recurrieron a abortos clandestinos, métodos anticonceptivos heredados o, en situaciones extremas, al infanticidio. Dolorosas, sí, pero decisiones políticas. Negarse a alimentar el sistema con más vidas esclavizadas era un acto de ruptura.
En varias regiones del Caribe, Brasil y Estados Unidos, se compartían conocimientos sobre plantas medicinales o prácticas ginecológicas africanas. Estas redes de saber permitían a las mujeres cuidar de sí y de otras, lejos del control del amo.
La maternidad también fue una forma de resistencia. Las madres intentaban proteger a sus hijas del abuso, construían afectos, transmitían saberes, palabras, cantos. En medio del dolor, lograban sostener espacios de vida.
Muchas mujeres esclavizadas huyeron de plantaciones, haciendas y casas coloniales, aunque su historia ha sido menos documentada que la de los hombres. Para muchas, escapar era el último recurso ante una vida de violencia y explotación. Algunas lograron llegar a quilombos, palenques u otros territorios libres fundados por personas esclavizadas que habían huido, donde tejieron nuevas formas de existencia lejos del control colonial.
En los palenques, como el de San Basilio en Colombia, las mujeres jugaron un papel esencial dentro de sus comunidades: cultivaban la tierra, cuidaban a los suyos y mantenían vivas las tradiciones ancestrales traídas desde África.
También hubo formas de resistencia más discretas pero efectivas. Algunas mujeres se fugaban por unos días, se ocultaban y luego volvían, presionando así por mejores condiciones. Esa capacidad de moverse, incluso temporalmente, también era una forma de decir basta.
Además, hubo quienes aprovecharon los recursos legales de la época para pelear por su libertad. Un ejemplo notable es el de María Chiquinquirá Díaz, quien en el siglo XVIII presentó una demanda en Guayaquil contra su amo, basándose en su linaje para reclamar su libertad.

María Chiquinquirá, nacida hacia 1750 en las cercanías de Guayaquil, fue una mujer afrodescendiente identificada como zamba por el poder colonial. Desde niña vivió en condiciones de esclavitud, primero bajo la tutela de una mujer indígena y luego al servicio de la poderosa familia Cepeda de Arizcum Elizondo. Ya en su juventud, se casó con un hombre libre, José Espinoza, y juntos vivieron como personas libres, criando a su hija María del Carmen en un entorno de relativa autonomía. Esta vida se vio amenazada cuando, años después, el presbítero Alonso Cepeda reclamó a la joven como esclava. Ante la negativa del amo a reconocer la libertad de su hija, María Chiquinquirá emprendió una larga batalla legal.
En 1794, presentó una demanda contra el presbítero ante el Cabildo de Guayaquil, reclamando su libertad y la de su hija. Su argumento se basó en que su madre, María Antonia, había sido abandonada por sus amos al enfermar de lepra, lo que suponía una manumisión de hecho. Como nació durante ese abandono, María Chiquinquirá alegaba no haber sido legalmente esclava nunca. A pesar de que en primera instancia perdió el juicio, apeló ante la Real Audiencia de Quito. Durante el proceso, denunció al presbítero por sevicia, no por violencia física, sino por los insultos contra la virtud de su hija. Esto llevó al juez a declararlas «libres para litigar», momento en el cual abandonaron para siempre la casa del amo. Su historia, reconstruida a partir de más de 200 folios judiciales, revela las estrategias legales, sociales y simbólicas que mujeres esclavizadas como ella utilizaron para conquistar la libertad, convirtiéndose hoy en un símbolo de resistencia y dignidad para las mujeres afroecuatorianas.
Espiritualidad y cultura como defensa
El poder colonial intentó borrar las raíces africanas. Pero muchas mujeres cuidaron las lenguas, las canciones, los ritos. La espiritualidad fue un refugio y un arma. Prácticas como el candomblé, la santería, el vudú o la religión yoruba sobrevivieron en espacios ocultos o disfrazadas de catolicismo. Ellas eran guías, curanderas, lideresas.
También resistieron a través del relato oral: cuentos, juegos, cantos, proverbios. Todo eso ayudó a conservar identidades, incluso en medio del desarraigo. La palabra fue escudo.
Revueltas lideradas por mujeres
Algunas se alzaron con violencia. Participaron en motines, sabotearon cultivos, envenenaron amos. En Haití, durante la revolución de 1791, Sanité Bélair, nacida Suzanne Bélair en 1781 en Verrettes (Haití), fue una mujer afrodescendiente liberta que se convirtió en una figura clave de la Revolución Haitiana. Se casó con Charles Bélair, sobrino de Toussaint Louverture, y luchó como oficial del ejército revolucionario contra la expedición napoleónica que intentaba restablecer la esclavitud en la colonia. Valiente y decidida, Sanité movilizó a la población de Artibonite y participó activamente en los combates, siendo considerada el alma de la rebelión que lideró junto a su esposo.


Tras ser capturada por las fuerzas francesas en 1802, fue condenada a muerte junto a Charles Bélair. Aunque originalmente se ordenó su decapitación por ser mujer, exigió morir como soldado, siendo finalmente fusilada el 5 de octubre de 1802. Su legado permanece como símbolo de resistencia y libertad en la historia de Haití, siendo reconocida como una de las cuatro grandes heroínas de su independencia.
En Jamaica, Queen Nanny, también conocida como Nanny de los Cimarrones, fue una lideresa afrodescendiente del siglo XVIII que dirigió a los cimarrones de Windward en Jamaica en su resistencia contra el dominio británico. Originaria del pueblo asante, en lo que hoy es Ghana, su figura está envuelta en leyendas que afirman que nunca fue esclavizada. Nanny organizó y lideró una guerra de guerrillas desde las montañas del este de Jamaica, liberando a cientos de personas esclavizadas y estableciendo Nanny Town, una comunidad libre autosuficiente. Se le atribuían el uso de tácticas militares innovadoras y poderes espirituales vinculados a la práctica de la Obeah.
En 1740, tras años de resistencia, los británicos firmaron un tratado con Nanny que reconocía la libertad de su pueblo y les concedía tierras. La comunidad que fundó fue rebautizada como Moore Town y perdura hasta hoy. En 1975, Nanny fue nombrada Heroína Nacional de Jamaica, siendo la única mujer con ese título, y su rostro aparece en el billete de 500 dólares jamaicanos. Su legado sigue vivo como símbolo de resistencia, liderazgo femenino y lucha por la libertad.
Otras mujeres boicotearon desde lo cotidiano: rompían herramientas, fingían dolencias, ayudaban a otros a huir. Eran actos pequeños, pero poderosos.
Durante siglos, estas mujeres han sido borradas. No aparecen en los libros escolares ni en los museos. Pero su legado está vivo. Su resistencia marcó el camino de muchos movimientos actuales que luchan contra el racismo y el sexismo estructurales.
Nombrarlas es un acto político. No basta con recordar. Hace falta entender que sus gestos fundaron una genealogía de lucha. El feminismo negro no nació en la academia ni en redes sociales. Nació entre canciones de cuna, en cuerpos heridos, en manos que cuidaban y que también golpeaban.
Volver a sus historias es parte de un proceso de reparación. La esclavitud formal terminó, pero muchas formas de opresión persisten. Y ellas siguen enseñando cómo resistir.
Desde las aborteras hasta las guerreras, desde las madres hasta las fugitivas. Cada una tejió su propia estrategia. No hubo un solo modo. Hubo miles.
Hoy, cada vez que una mujer negra exige respeto, defiende su identidad, denuncia abusos o cuida de otras, está recogiendo ese legado. Reescribir la historia con sus nombres es parte de la lucha.
Redacción Afroféminas

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