Malcolm X afirmó una vez que la persona menos respetada en la sociedad es la mujer negra. Incluso tras décadas, sus palabras conservan su relevancia, evidenciando aún el persistente menosprecio hacia las mujeres negras. Este fenómeno se inserta en un patrón más amplio de desdén y falta de reconocimiento hacia las mujeres afrodescendientes, especialmente aquellas que ocupan cargos de poder e influencia.
En nuestras sociedades, ninguna figura es más analizada o incomprendida que una mujer negra que no teme expresar su opinión. Sin embargo, la reacción contra este valor a menudo tiene un alto costo social y se extiende más allá de los pasillos del poder, impregnando nuestros espacios on líne y nuestras interacciones cotidianas. Figuras prominentes actores y actrices, deportistas como Ana Peleteiro o Angel Reese o políticas, a menudo enfrentan críticas implacables e incluso ataques virulentos simplemente por expresar sus opiniones. Recuerdo los ataques terribles que sufrió Rita Bosaho, diputada de Podemos (primera mujer negra en el parlamento español) durante su XI y XII legislaturas. La aparición de Bosaho como miembro del Congreso, que hasta entonces era casi exclusivamente blanco, provocó comentarios negativos de los medios sobre un supuesto papel decorativo y una crítica velada bajo un disfraz de «simpatía» bobalicona. Sus posicionamientos contra las manifestaciones masivas de blackface en Alcoi le trajeron respuestas virulentas sin precedentes, que tuvo que enfrentar prácticamente sola, ya que muchos compañerxs se pusieron de perfil. Su relato sobre los desaires sufridos atrajo el escepticismo de algunos y destacó el intenso escrutinio y polarización que a menudo soportan las mujeres negras que deciden no callarse.
Este fenómeno va más allá de la celebridad o el poder. Solo hay que darse una vuelta por los comentarios que reciben a diario las cuentas que manejan mujeres negras en la redes, cargados de racismo, condescendencia y censura.
Aunque cada ejemplo es único, comparten un denominador común: no importa cómo se presenten las mujeres negras y expresen sus puntos de vista, a menudo se las considera problemáticas y se enfrentan a ataques injustificados a su carácter, humanidad e incluso a sus vidas. El racismo perpetuado por la supremacía blanca alimenta estas microagresiones, que se han vuelto tan comunes y normalizadas que a menudo se pasan por alto. En el caso de Bosaho, los ataques personales que provocaron sus opiniones sobre el blackface fueron desestimados y callados con una defensa tibia, permitiendo que los comentarios ofensivos quedaran impunes.
Es en esta lenta erosión de la dignidad donde el efecto acumulativo de innumerables pequeñas afrentas cobra un precio devastador para las mujeres negras. Estas agresiones tiene sus raíces en la antinegritud y el misoginoir, reforzada por estereotipos como la «mujer negra enfadada». Una mujer negra etiquetada como una mujer enfadada será rápidamente rechazada por este supuesto defecto. Se le castigará por el impacto que su presencia tiene en la satisfacción de su entorno y de las personas que la rodean. Continuamente se le negará el apoyo necesario para abordar sus problemas, dejándola sola, considerada intolerable y creyendo que se encuentra en un aislamiento autoimpuesto.
Podemos entender mejor cómo la deshumanización se normaliza al examinar cómo los prejuicios y las estructuras sociales llevan a marginar a ciertos grupos, como las mujeres negras. Cuando la gente nos ve como menos que humanas, justifican tratos injustos y nuestra exclusión de la sociedad. Nuestros sesgos cognitivos, como pensar que todos los miembros de un grupo son iguales y diferentes a al grupo dominante, también contribuyen a esto. Además, las estructuras sociales que favorecen a ciertos grupos sobre otros refuerzan estos prejuicios, incluso entre personas progresistas. Este proceso psicológico nos ayuda a entender por qué persisten los estereotipos perjudiciales sobre las mujeres negras y por qué a menudo se ignoran nuestras protestas sobre estas experiencias.
Es muy importante que la sociedad se comprometa a cambiar la forma en que ve y trata a las mujeres negras que hablan claro. Incluso entre nosotras mismas, podemos ver cómo el racismo internalizado puede ser muy dañino. Solo cuando las mujeres negras somos atacadas verbalmente en público de manera tan terrible que no puede ser ignorado, la sociedad se ve obligada a aceptar que a menudo se espera que no digamos nada, especialmente si desafíamos el sistema sin pedir disculpas.
No estamos a favor de proteger las opiniones de las mujeres negras de cualquier crítica, especialmente si esas opiniones son simplistas y no tienen hechos detrás. Es importante tener respuestas constructivas para abrir el debate. Pero hay que diferenciar entre críticas que quieren debatir y aquellas que buscan deshumanizar y marginar, algo que lamentablemente pasa mucho con las mujeres negras. Los insultos hacia nosotras, los ataques a líderes negras y el desmantelamiento de programas de igualdad vienen del mismo lugar: el miedo. Nuestra sociedad está asustada de un mundo más diverso e inclusivo. Los que tienen el poder no quieren compartirlo con las mujeres negras. Apoyarlas para que obtengan el poder que merecen es reconocer su valía y proteger su derecho a hablar sin miedo a represalias. Esto no es solo cuestión de justicia; es sobre respetar nuestra humanidad en su conjunto. Necesitamos crear espacios donde las mujeres negras puedan expresarse libremente y sentirse seguras, donde sus voces no solo sean escuchadas, sino también valoradas y respetadas.
Alice Walker dijo que renunciamos a nuestro poder al pensar que no lo tenemos. Pero aquí hay algo más siniestro en funcionando: la sociedad intenta quitárselo a las mujeres negras al convencer a todos de que no merecemos ser escuchadas.
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