Cuando era una niña, todos los días, antes de ir al colegio, mi madre me cogía de los hombros y me decía “recuerda que eres una persona maravillosa y nadie tiene derecho a hacerte daño”. No recuerdo cuando empezó este ritual, ni cuando acabó. Supongo que empezaría después de alguna agresión verbal racista que sufrí en el colegio y que terminaría en ese momento de la preadolescencia en que la cercanía íntima con tu madre te parece demasiado infantil. Las niñas negras y racializadas y nuestras familias necesitamos esto. Necesitamos un recordatorio para nosotras mismas y para los demás de que no somos quienes el mundo en general nos dice a menudo que somos: criminales, prescindibles, perezosas, sucias, salvajes o incultas.
Si únicamente aceptamos las cosas como están y no desafiamos el sistema que oprime a las personas y mujeres negras y racializadas, entonces colaboramos en la opresión y la de nuestras hijos.
Las madres negras en Europa y América saben que sus hijas e hijos son sospechosos ante la sociedad. Cualquier madre negra sabe que sus hijos e hijas tienen más probabilidades de ser detenidos, violentados, golpeados, insultados y mancillados por los estamentos policiales que otras cualquiera. Aquí, en mi país, durante el estado de alarma del confinamiento, las personas violentadas y agredidas por la policía por saltarse el confinamiento son en su inmensa mayoría negras y racializadas.
Muchas familias hablan de sentir miedo y ansiedad una vez que asumen que han tenido una hija. Pero las mujeres negras conocemos especialmente el miedo y hacemos todo lo posible para que no llegue a nuestros hijas e hijos.
La familia es el primer lugar donde aprendemos a entender nuestras identidades y nuestra ideología. Las familias blancas, por regla general, no tocan el tema racial en la educación de sus hijos e hijas. Normalmente los padres blancos comunican mensajes del tipo de que el color de la piel no importa (ceguera racial) y que todos somos iguales, mensajes que los niños y niñas saben que no son ciertos, ya que desde su propia experiencia en el colegio conocen desde muy pequeños todas las diferencias sociales, económicas e identitarias que implica un color diferente de piel. Cuando se les pregunta, estos padres a menudo admiten que les incomoda hablar de raza y racismo.
Las madres negras no tememos hablar de la raza, sino al efecto en nuestros hijas e hijos de la opresión racista. Tenemos miedo porque tenemos que dejar a nuestras hijas e hijos en un mundo donde el racismo institucional lo impregna todo de una manera a veces sutil, a veces brutal. En una comisaría, en el hospital, en un parque infantil, en la guardería, el racismo contamina a toda nuestra sociedad, y las madres negras no podemos mirar para otro lado y esperar que nuestras hijas e hijos aprendan sobre un racismo, que desde muy niños han empezado a experimentar.
Las madres negras hemos desarrollado una tradición de transmitir a nuestros hijos una cultura que lucha contra el racismo y una nueva generación de madres está empezando a cuestionar el patriarcado. En nuestra tradición comunitaria está la extensión de los cuidados más allá del núcleo familiar directo. Tenemos redes familiares extendidas y enfoques colectivos para el cuidado de los niños, lo cual ayuda a que la emancipación sea más fácil en muchos casos. No me engaño, las costumbres, la religión y las tradiciones tienen mucho peso todavía, sobre todo en Europa. Pero estamos en el camino, utilizando esas redes y esa manera comunitaria de crianza el camino se hace más fácil.
Aprender a lidiar con un mundo hostil por nuestra cuenta y con la ayuda de familiares y amigos puede convertirnos en una roca. Esta fortaleza puede ser motivo de orgullo, pero también de duelo cuando una comienza a pensar en todas las dolorosas razones estructurales e históricas por las que las mujeres negras han tenido que ser tan fuertes. Las madres negras no pueden permitirse el lujo de que su crianza no sea antirracista.
Para educar y preparar a nuestros hijos e hijas para la edad adulta, no podemos simplemente aceptar el mundo tal y como es. Debemos contribuir a su transformación y enseñarles a ser agentes decisivos de esa transformación.
Marián Cortes Owusu
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