Aunque sé que la mayoría ya sabe la respuesta, quisiera reflexionar un poco sobre “por qué ni siquiera se cuentan los asesinatos de las mujeres negras”, por lo menos en México, ya que desconozco las realidades en otros países, pero podría asegurar que no es muy diferente.
Hace varios años, cuando pregunté por mi abuela materna, mi madre me contó una historia que explicaba su ausencia. Su respuesta fue: “un día se fue al río a lavar y ya no regresó, se dijo que se la comió un caimán, la buscaron por días, pero no la encontraron”. Seguro era —y es— una explicación muy lógica y convincente cuando se han visto caimanes en el río del pueblo de mi madre.
Casi toda mi vida esa fue la explicación de sobre ausencia. Sin embargo, hace unos meses, reflexionando sobre las mujeres negras de mi familia, tanto sus presencias como sus ausencias, me cuestionaba si esa era la verdad histórica. ¿Cómo saberlo? ¿Qué significaba ser mujer, ser negra y ser pobre, en la época que desapareció, para la sociedad y para la justicia?
Seguí reflexionando por varios días cuando me encontré con el video de Kimberlé Crenshaw llamado “La urgencia de la interseccionalidad”, el cual recomiendo ver ampliamente.
Magistralmente, explica por qué la violencia policial en contra de las mujeres negras en los Estados Unidos no tiene un referente en la sociedad estadounidense y, por ende, es invisible. Nos dice que, el análisis involucra dos cuestiones, por un lado, la violencia policial en contra de personas negras y por el otro, la violencia de género en contra de las mujeres.
Expone que, la violencia policial es visible y conocida cuando se comete en contra de los hombres negros estadounidenses; hay cobertura mediática, moviliza a la protesta, los nombres de las víctimas se quedan en la memoria de la sociedad. Y tratándose de la violencia de género en contra de las mujeres, no se usa como primer referente la violencia policial, sino la que se vive por parte de la pareja o ex pareja.
También se piensa en la violencia que proviene de hombres con los que se tienen vínculos familiares, sentimentales o de confianza; así como, en la violencia que proviene de hombres desconocidos, normalmente de tipo sexual.
Kimberlé Crenshaw nos dice que, sin marcos que nos permitan ver cómo repercuten los problemas sociales en todas las personas integrantes de un grupo determinado, muchas caerán en la invisibilidad de nuestros movimientos, solas frente al sufrimiento del aislamiento virtual.
Eso pasa con el feminicidio de las mujeres negras en México, es invisible.
En México, hemos avanzado en contar con un tipo penal de feminicidio en nuestros ordenamientos jurídicos penales. Recientemente, se ha cuestionado el tipo penal, pero esto sólo es producto de la incapacidad, omisión, negligencia y desinterés de las autoridades que deben de investigar los feminicidios.
Normalmente, puede haber excepciones con la finalidad de aumentar la pena, el tipo no pide identificar características o circunstancias específicas de las víctimas, salvo que se trate de una mujer. Esto no implica y tampoco significa que no se deba investigar, para una mejor comprensión del delito, quién era la víctima y cuál era el contexto en que se cometió el feminicidio. Sin embargo, no se hace o se hace mal.
Y aunque, las activistas, defensoras, periodistas e investigadoras, llevamos años documentando y contando los feminicidios a penas logramos tener estadísticas diferenciadas por edad.
También, a veces, mediáticamente se da mayor cobertura a los feminicidios de algunas víctimas que tienen ciertas características o están en determinadas circunstancias, por ejemplo: niñas, defensoras, periodistas, algunas extranjeras. Pero, hay muchas otras circunstancias o características de las víctimas que seguimos sin visibilizar, contabilizar y, por ende, comprender.
Y en México, aunque no nos guste admitirlo, siempre escucho decir que “aquí somos clasistas, pero no racistas”, el racismo sigue determinando las historias de vida que se cuentan a la sociedad y las pérdidas humanas que importan e indignan más. También el racismo ha creado un referente sobre cuáles mujeres necesitan más ayuda.
Tratándose de las mujeres negras, los estereotipos han contribuido en varios sentidos a que no se visibilice y conozca la violencia que vivimos. Por un lado, se nos representa como mujeres de carácter fuerte, por lo que normalmente somos las agresoras. Aunado a eso, se nos ve como mujeres hipersexualizadas que provocamos nuestras agresiones y además “nos gustan dichas agresiones”.
Finalmente, la política del mestizaje, esta idea de “la gran raza monolítica de bronce”, que predominó durante varias décadas en el país, no permite que el autorreconocimiento y adscripción como personas afromexicanas, y, por ende, negras sea fácil. En México, ser una persona negra sigue teniendo una connotación muy negativa, así que se prefiere ser “morena oscura”.
Recientemente, pensando en este artículo, pregunté en mi muro de Facebook cuántas mujeres negras han sido víctimas de feminicidio en México. Y las respuestas fueron las que ya se imaginan, “no se sabe porque no se cuentan”. Y si no se cuentan es porque no importan.
Los asesinatos por razones de género de las mujeres negras en este país seguirán sin conocerse y sin ser nombradas las víctimas sino empezamos a dar testimonio por ellas.
Pero lo más importante, si no empezamos a plantear políticas de prevención y atención de la violencia contra las mujeres que tengan un enfoque especializado y diferenciado, seguiremos viendo políticas que no nos hablan, ni nos atienden a las mujeres negras.
Edith López Hernández
Abogada afromexicana feminista. Consultora en materia de violencia de género y derechos humanos
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