domingo, noviembre 24

Negando a nuestros ancestros

Negando a nuestros ancestros
Obra del artista Paul Lewin

La figura del africano en la historia del Nuevo Continente se simplifica a la del esclavo raptado, vendido y transportado para sostener la industria agrícola que movía al mundo desde el siglo XVI hasta el XIX. Los orígenes tribales y la situación prolongada de sometimiento son el eslogan que acompaña la historia contada en los libros de texto, en las novelas, en el cine y la televisión.

Que no lleve a malas interpretaciones, el conocimiento de la esclavitud como motivo de una de las diásporas más significativas de la historia de la humanidad no debe jamás ser ocultada ni maquillada. Ha de enseñarse como lo que fue y también como lo que sigue siendo, porque debe ser ese uno de los objetivos de las reivindicaciones: exigir el reconocimiento del pasado que no se quiere narrar e incentivar al estudio del porqué, en este caso, los afrodescendientes en América, continúan viviendo en situación de desventaja. Pero no debe ser éste el fin principal de la reivindicación histórica.

No se puede entender qué rodeaba al negro africano, qué hacía, qué pensaba, cómo veía el mundo porque en los libros de textos de narrativa tradicional, simplemente no son el sujeto de su historia. Y esto es una realidad que aún persiste en Latinoamérica debido a que quienes llegaron a educarse en las letras no fueron los esclavos, sino los descendientes de colonos, criollos y mulatos, todos instruidos bajo los lineamientos de lo que se consideraba civilizado en la época.

Esta narrativa ya cumplió su objetivo reivindicativo. Los descendientes y no descendientes de africanos en América sabemos de sobra que esa fracción negra de nuestra multicultura proviene del hecho ignominioso de la esclavitud. Lo sabemos tanto que no sabemos nada más.

No sabemos del origen mitológico de sus dioses, de su política ni de la razón del compás de sus ritmos. No sabemos de los colores en la ropa, de sus peinados, de sus collares, no entendemos ni aceptamos su cabello, sus rasgos, su contextura. No entendemos el porqué de su voz ni de su canto ni de su poesía, no reconocemos su arte porque su cultura no se nos hace refinada.

Este es el riesgo de la reivindicación limitada a reconocer los hechos: el estancamiento de un imaginario cultural; la construcción de un estado permanente de desamparo y desvalía a la sombra de un período histórico que sólo nos ha querido dejar dicho que el negro era y es indefenso, inanimado, maltratado, sin propósito o voluntad propia alguna.

Es aquí cuando conocernos cobra un valor fundamental. Ahí encontramos la importancia de saber quiénes somos y lo que será más significativo, narrarnos a nosotros mismos. Cuando nos narramos, señalamos nuestros orígenes con su peso específico. Reconocemos el rastro negro en cada expresión artística y la elevamos. Indicamos sus aportes en la arquitectura, en la gastronomía, en las luchas políticas, en los cambios sociales. Enmarcamos ídolos negros enmudecidos, los equiparamos a los demás, porque los demás, aunque sí tengan quien les escriba, no fueron los únicos.

Natalia Norberto PérezNatalia Norberto Pérez

Arquitecta dominicana

Cartagena, Murcia

Su blog: Agora Tempus

Instagram: @n.norbertoperez


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