sábado, octubre 5

Entre el messenger y el metro de São Paulo: ¿Cuántas Lélia (s) González son necesarias para combatir el racismo y el sexismo?


*Este texto ha sido publicado originalmente en la revista Alas tensas y republicado en Afroféminas por un acuerdo de colaboración.

Era un día común, un momento cualquiera de procrastinación que yo intentaba disipar bobeando en Facebook. Fue en una de esas que subí una foto a mis historias y una persona conocida me respondió preguntándome cómo me iba. Pero no paró por ahí. Suprimí la identidad para no exponer a la persona (ese jamás sería el objetivo), para poder mostrar aquí esa conversación y que ella sirva de puntapié para que reflexionemos sobre las expresiones de racismo y sexismo que se entrelazaron en ese diálogo:


Captura de conversación en Instagram.

Unos días después estaba yo en el metro cuando escuché, en vivo y en directo (ya no más con la tecnología feisbuquera de por medio), un “argumento” similar. Esta vez no era sobre mí, sino sobre una niña, aparentemente racializada (por lo que se transparentó en la conversación) cubana, viviendo en Brasil. Ese episodio lo relaté en mi Facebook y lo reproduzco aquí:

Identificación entre el oprimido y el opresor: una expresión alienante del racismo

Fue en 1980 que Lélia González, figura emblemática del feminismo negro latinoamericano, escribió el texto Racismo y sexismo en la cultura brasilera, un material de obligada lectura (diría yo) para entender el racismo y sexismo que recaen sobre las mujeres negras, y sus conexiones con el legado de la esclavitud y la colonización. 

Al iniciar el texto, Lélia anuncia que, en el caso del racismo, muchas veces se da una identificación entre el oprimido y el opresor —entiéndase aquí por opresor al proceso de colonización europea y sus mecanismos de estratificación racial impuestos en las sociedades latinoamericanas que fueron colonizadas— por lo que ella despliega en sus esfuerzos teóricos el por qué de esa identificación, entendiendo que la misma es una expresión del propio racismo que, entre otras cosas produce este tipo de alienación.

Nótese que tanto en la conversación por messenger como en el episodio del metro se trata de dos personas negras defendiendo una especie de redención al blanco y a todo lo que la blanquitud representa en términos simbólicos y culturales. Ahí radica justamente la alienación que produce el racismo por medio de la cual, las personas que son afectadas por él, se identifican, aún así, con sus principales narrativas. 

En ese emblemático ensayo Lélia explica que el racismo, en su articulación con el sexismo, producen efectos violentos para la mujer negra. Cabe aquí destacar la violencia que significa que una niña esté siendo reducida a sus atributos físicos en tanto persona racializada y que sus posibles anhelos estén siendo simplificados a la posibilidad de existir en el samba. No porque el samba sea en sí un lugar de demérito, por el contrario, sino porque su posible inserción en él está asociada a un estereotipo: el de la mulata supuestamente fogosa, objetificada como instrumento de entretenimiento. 


Lélia González y Angela Davis en 1985

En este sentido Lélia se refiere a la mulata como un estereotipo que, en el imaginario racista, no apunta exclusivamente a una denominación racial, sino a un trabajo. El trabajo de servir, de ofrecer diversos actos de servicio a quienes ocupan lugares de poder en la estructura racialmente jerarquizada, o sea, los blancos. Esa misma lógica transparece en el comentario de la persona amiga que presupone que yo tengo que empeñarme en “poner a un blanco a gozar”. Sería cómico si no fuera trágico. 

De forma bastante sofisticada Lélia explica que el racismo y el sexismo reducen a las mujeres negras a tres estereotipos: la mulata, la doméstica y la mami negra (esta última invocando a las amas de leche del período de la esclavitud). 

A pesar de que el mito de la mulata aparentemente se refiera a una exaltación de las mujeres negras (reducidas a sus atributos físicos), Lélia advierte que hay que observar la contraparte de esa exaltación. Para ejemplificar ella se refiere al carnaval brasileño, momento puntual en que las mujeres negras son exaltadas. Una vez pasado el carnaval, en el día a día de esas mujeres, ellas no son consideradas ni como humanas. Sirvan de ejemplo el “negra para casar ni loco” (para servicios sexuales sí pero para que ella ocupe un lugar de reconocimiento social, no). 

Es bien común percibir que por ejemplo, futbolistas negros de origen periférico como Neymar, una vez que ascienden socialmente no asumen relaciones públicas con mujeres negras. Sus parejas son rubias de ojos azules. Lélia expone varios ejemplos de los efectos violentos y de deshumanización, objetificación de mujeres negras por la doble vía del racismo y del sexismo. Que esas anécdotas de pleno siglo XXI con las que inicié este texto, sirvan de inspiración para beber más de las contribuciones de Lélia González y de tantas otras pensadoras negras que nos legaron herramientas cruciales para combatir el racismo y el sexismo nuestro de cada día. 


Yarlenis M. Malfrán

Psicóloga por la Universidad de Oriente, Cuba. Máster en Intervención Comunitaria (CENESEX). Doctora en Ciencias Humanas (Universidad Federal de Santa Catarina). Investigadora de Post Doctorado vinculada a la Universidad de São Paulo, Brasil. Feminista, con experiencia en varias organizaciones y movimientos sociales.


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