lunes, diciembre 2

La importancia de Angela Davis


Hace poco, la ministra de Igualdad y miembro de Podemos, Irene Montero, publicó en Twitter un mensaje con motivo del cumpleaños número 77 de la activista por los derechos civiles en Estados Unidos, Angela Davis, y, por supuesto, las respuestas ofensivas, no solo hacia Irene Montero sino hacia Angela Davis, no se hicieron esperar. Como lo advirtiera el periodista español Joaquín Estefanía en el estudio introductorio a la última edición de la Retórica reaccionaria de Albert O. Hirschman, “es preocupante la enorme, obstinada y exasperante otredad de los otros” por la que, puede verse con frecuencia en las democracias más avanzadas una “falta sistemática de comunicación entre grupos de ciudadanos como liberales o conservadores, o progresistas y reaccionarios, que construyen muros entre sí, de manera que la democracia continua sus propios muros.” El nuevo lema de la presidenta de la comunidad de Madrid, Díaz Ayuso, “Comunismo o libertad”, a propósito de que el exvicepresidente y lider de Podemos Pablo Iglesias decidiera disputarle la presidencia de la comunidad de Madrid da cuenta de esa visión maniquea que producen los muros a los que se refiere Joaquín Estefanía.

La pimera crítica en torno a la figura de Angela Davis giró en torno al hecho de haber sido miembro del Partido Comunista de Estados Unidos y, como suele suceder, existe una incapacidad de ubicarse en el contexto histórico de la persona sobre la que recaen los cuestionamientos. Con el “fantasma del comunismo” rondando las democracias occidentales según el porcentaje mínimo de quienes usan redes sociales, ese señalamiento no podía faltar. Pero, basta con leer sobre su vida, la época y el país en el que vivió, para comprender por qué lo fue, hasta el año 1992 en que se desvinculó del partido.

En la autobiografía que se publicó en 1976, Angela Davis hace un recorrido doloroso desde su niñez en Birmingham, Alabama, su ingreso en la universidad, aquel octubre de 1970 en que fue detenida por conspiración, secuestro y asesinato y fnalmente, su liberación. Un libro lleno de tristes anécdotas no solo vividas por ella, sino por sus hermanos. Creo que el caso que más me impresionó cuando leí el libro fue el de Gregory Clarck, un joven afroamericano de 18 años, asesinado por la policía de Los Ángeles en 1968, porque les pareció que su apariencia no encajaba con el Mustang en el que iba.

Aunque Gregory Clark no iba armado, el policía alegó haber actuado en defensa propia. Cuando el hermano estaba caído boca abajo en una ardiente acera del gueto, con las manos esposadas a la espalda, indefenso, el policía le disparó en la nuca. Y los policías dictaminaron que se trataba de un homicidio justificado.”

Un párrafo que se repite una y otra vez, con otros nombres, otras fechas, otros rincones del sur profundo y esclavista de su país y, a pesar de su propio odio hacia sus carceleros comprendió que mientras la respuesta de sus hermanos al racismo fuese puramente emocional, la lucha que era toda su vida no iría a ninguna parte. Era precisamente por esa emocionalidad que desataba el racismo estructural de su sociedad, que no solo se tendía a ver al blanco, en general, sin distinciones, como el enemigo, en vez a las distintas formas institucionalizadas de racismo, reforzadas por los prejuicios de la mayoría, sino que generaba un clima de violencia entre ellos mismos, en barrios, en colegios. En sus propias palabras, así iba a “resultar prácticamente imposible elaborar una solución política al problema.”

Cada vez que alguien argumenta que la mayor violencia en contra de los afroamericanos en Estados Unidos es provocada por ellos mismos, recuerdo la relación que hizo entre ese fenómeno, tras observarlo y vivirlo durante su vida en secundaria y universitaria, y el racismo.

Su lucha no fue solo contra el racismo, sino contra el machismo en su propio movimiento por los derechos civiles. Cuenta que desde sus inicios dentro del Partido de las Panteras Negras, se familiarizó con un síndrome que padecían los activistas afroamericanos por el que, confundían su actividad política con su virilidad, así como que aquellas compañeras más hábiles en política, en la oratoria o en la planificación y logística de los encuentros que se llevarían a cabo, eran una amenaza a la plenitud de su virilidad. Según cuenta, recibió constantes sermones de sus compañeros porque debía emplear sus energías en dar ánimo a sus compañeros “para que ellos pudiesen aplicar más eficazmente su capacidad a la lucha por la liberación negra”.



La segunda crítica la hicieron quienes creen que la visibilización de la situación especial de cada grupo de mujeres, podría atentar contra una “unidad” llamada a luchar en contra de un sistema patriarcal. Y eso representa Angela Davis, la visibilización de un sistema de opresión distinto, el de la mujer afroamericana en USA y su relación con la función socioeconómica del racismo para un sistema capitalista como el de Estados Unidos. Función heredada del sistema esclavista, en el que tanto hombres como mujeres negras eran unidades económicas rentables. En el caso de ellas aún peor, porque eran “paridoras” que cada cierto tiempo enriquecían la fuerza trabajadora.

Es precisamente por esa capacidad de denunciar y documentar las distintas opresiones a las que estaba sometida la mujer afroamericana en USA, tras publicar Mujeres, raza y clase en 1981 que, si hay algo que puede decirse con certeza sobre Angela Davis, es que sin ella no podría entenderse hoy en día la perspectiva interseccional del feminismo. Esto es, que a las mujeres, según la etnia a la que pertenecen, clase social, región en la que viven, etc, les afectan violencias y discriminaciones de manera distinta. Por ejemplo, la violencia obstétrica puede ser mayor en el caso de mujeres migrantes en países en los que el grupo al que pertenecen sufre de una xenofobia constante, las prostitutas están más expuestas a la violencia sexual y al femicidio que las que no lo son, en especial si son trans*, y en un futuro próximo, hasta el cambio climático va a afectar a los seres humanos de manera diferenciada según como aquel afecte sus respectivos países, y si por ello, llegan a ser parte de lo que ya conocemos como migrantes climáticos. Todas estas son identidades que pueden y deben articularse políticamente para provocar cambios sociales y que, no necesariamente han de ser discordantes entre sí. Al contrario, será imposible el logro de protección particular para algunas sin las otras.

En este sentido, para Angela Davis, la causa del voto del hombre negro debía ser adoptada por el movimiento sufragista americano de principios del siglo XX, compuesto mayormente por mujeres blancas de la clase media; la obrera blanca, por estar más cerca — en cuanto a la opresión — de las mujeres negras y “chicanas” que de la mujer blanca de clase media, debía ser solidaria con aquellas; cuando las mujeres blancas lucharon por sus derechos reproductivos, negras y latinas estaban siendo esterilizadas íntegramente sin su consentimiento porque contribuían al ciclo de la pobreza y por el peligro que significaba un declive de los blancos, así que debieron plegarse a las denuncias de activistas afroamericanas de esta realidad. En ninguno de los casos unas u otras arroparon las causas de las que estaban en condiciones de vulnerabilidad distintas, y por eso cada lucha fue más larga, según escribió.

De allí que haya creído cuando escribió su autobiografía, y seguro aún lo hace hoy, que “la lucha por la liberación de los negros tendría que formar parte de un movimiento global revolucionario” y, a pesar del estigma a la palabra “revolución”, así habrá de ocurrir con otros movimientos de liberación.

Milagros Urbano

Migrante venezolana en Colombia. Abogada en receso. Por ahora, aprendiz de mamá a tiempo completo.


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