Quiero empezar este texto, contando que este trabajo con víctimas del conflicto armado, me ha hecho ver las pequeñas cosas, aquellas a las que solo prestamos atención, cuando en algún artículo de superación personal, o yo que sé, nos dicen que somos ricos por tener todo lo sencillo y lo simple, en nuestras vidas.
Esta mujer, de 58 años edad, llega a mi atención jurídica con su hijo de 36 años (Esquizofrénico medicado). Su contextura baja, su piel morena, sin embargo, es mezcla de afro e indígena, ya que su cabello es liso, como aquellas mujeres hindúes.
Llega por equivocación a mí, por cuanto, ella requería otro tipo de atención o servicio. Me cuenta que requiere que elabore un documento, ya que sus ayudas humanitarias fueron suspendidas por la Unidad de Victimas (Entidad del Estado encargada de reparar a las víctimas del conflicto armado, con valor representado en pesos Colombianos). Le pregunto donde tiene el documento de suspensión y me dice que no lo trajo. Jurídicamente, le explico que no puedo hacer nada sin ese documento, sin embargo, yo noto la cara de angustia que expresa y aun así, sigo con mi verborrea (porque les confieso hay días, en que uno se abstrae del dolor ajeno, tal vez como mecanismo de defensa y supervivencia).
Ella me dice, “abogada, por favor, no me deje así, mire que este señor es mi hijo, yo vivía en un campamento de un grupo armado, conmigo hacían lo que querían, aun cuando me contrataron supuestamente para cocinar”. De esos abusos, tuve dos hijos, el uno nació muerto, y el otro que este que ve aquí, a los 11 años le dio una fiebre muy alta y quemó sus neuronas, y no sé qué más cosas que no entiendo, y le dio esta enfermedad. Yo debo andar con él todo el tiempo, porque es esquizofrénico y si lo dejo solo, puede suicidarse. Yo debo bañarlo, vestirlo, limpiarle sus genitales, limpiarle sus necesidades fisiológicas.
Evidentemente, queridos lectores, volví de esa abstracción en la que estaba, y solo por la humanidad de ser madre, me apropié de ella, de su dolor, de sus asuntos. Pensé que si fuera yo, también lo haría, pero también pensé en esta mujer de 58 años, sin vida para vivir, sin ni siquiera tener tiempo para ella dormir. Pensé por qué ocurre esto, porque a las mujeres, porque a las afros. La primera cosa que hice por esta mujer, afro como yo, madre como yo, fue activarle el tema de su indemnización administrativa. Lo otro que logré, fue orientarle sobre la posibilidad de ingresar a su hijo en un programa que se llama HOSPITAL DIA, que consiste en dejar al paciente con trastornos mentales en el Hospital y luego en el término del día, ir a por él y llevarlo a casa (Una especie de colegio para estas personas).
Actualmente, me comunico con ella, y le doy alguna voz de aliento. Estoy en la consecución de una ocupación para ella, para que genere ingresos monetarios para ella y su hijo; y dos, para que se distraiga un poco de la vida de calvario que le tocó llevar.
PD. Gracias al universo y al ser superior, porque mis hijos son sanos.
PD. Gracias porque puedo compartir con ustedes estas historias.
Marcela González Bonilla
Bogotá (Colombia) Abogada, trabajando con la población víctima del conflicto armado.
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