jueves, noviembre 7

Una afro-díaspora

Dentro de una capital considerada diversa, donde se supone, todos los rincones culturales del país están inmersos en un mismo lugar, una afrobogotana lucha por encontrar su lugar en un contexto que grita desesperadamente por una diversidad étnica real.

Es así como comienza un viaje de transformación cultural muy grande, algo trascendente si se piensa. Hablo precisamente de quienes no cabemos en el molde de lo siempre estipulado. Bogotá, siendo la capital colombiana reconocida por su clima –casi siempre- frío y personas de todo tipo no es un lugar donde la diversidad sea siempre real. Desde el inicio nunca tuve un compañero negro, sólo fue hasta quinto grado que llegué a conocer a uno, de mí mismo grado y en algunas ocasiones en mí mismo salón. El chiste siempre era el mismo: “el negro y la negra juntos”, yo no veo problema alguno pero, ¿y por qué apartarnos? Es como decir: cada uno con los de su “tipo”. No saben lo extraña que me sentía al ver a alguien similar a mí pero sin ninguna clase de familiarización y aun así, sentirme tan en casa. Era como una bienvenida, y más cuando todo mi contexto social siempre ha sido compuesto por su mayoría por personas blanco-mestizas quienes proclaman y actúan como blancos caucásicos.

Siempre vi el rechazo hacia lo que no era mío; desde experiencias personales hasta la misma publicidad y comercialización estética. Los mensajes siempre eran los mismos: “entre más blanco o blanca mejor”, “más liso, más largo, más bonito”, “más lacio, menos crespo, más deseable”, “más delgada, más hermosa”; y así puedo seguir eternamente, mencionando toda clase de frases que escuchaba a diario de toda clase de fuentes. Esa clase de ideales no se olvidan y más aún cuando la presión estética es tan fuerte desde muy temprana edad. Recuerdo bien el momento en que decidí alisar mi cabello todos los días, fue una decisión casi que transformadora y es que se presentaba como necesaria. No fue ni siquiera por una injusta reglamentación estudiantil o algo parecido, ¿la verdad? Fue una vanidad ridícula, y pongo el adjetivo de ridícula porque no era cierta o real, y es que en mi cabeza sólo existía una belleza posible y dentro de ese canon, no cabía yo.

No sólo era la transformación física, estar dentro de la sociedad y la “normalidad” citadina se necesita actuar de cierta manera, mismos gustos, disgustos, palabras, refranes, etc. Ya con una óptica propia de la ciudad, mi personalidad no me hacía sentir excluída, de hecho, fue lo que en muchas ocasiones me salvó de desagradables ratos. Siempre fue la exterioridad lo que a muchos les costó comprender y por ende, lo que a mí me costó entenderme, conocerme.

Dicen que las cosas suceden por algo, según eso; el haber nacido en Bogotá tiene sus razones, al igual que mi familia, amigos y compañeros sean quienes son tiene su razón, pero por muchísimo tiempo me costó entender mi finalidad en este contexto. Recuerdo bien ser lo distinto, lo diferente, lo desigual; adjetivos de los que se puede apropiar una actitud auténtica, sentirse bien por no ir al corriente de todo lo demás, pero al principio no lo comprendía así, para mí resultó un infierno entender por qué tenía que ser distinta a los demás, por qué no podía pasar desapercibida y si resaltaba que fuese por cualidades que me gustara resaltar, no por ser la que nadie quería ser.

Fue ahí cuando empecé a descubrir una desagradable realidad social, la discriminación y el racismo es vigente, y está más vivo que nunca ¿oís? Como dirían mis raíces caleñas. Pero enserio, es actual y es preocupante, pero de los hechos que más me sorprenden de esta desagradable problemática social es que muchos se encargan de negarlo y sobretodo, de desmeritar luchas de minorías o grupos marginados. Me he encontrado con los comentarios más impedidos y molestos que haya por escuchar; como por ejemplo que “a los negros nos gusta ser víctimas”, “los negros se quejan y se enojan por todo”, que tenemos el racismo en nuestras cabezas y que somos nosotros quienes discriminamos a los demás. Ésa última frase debe ser la más graciosa y descarada que he escuchado, y ha sido de gente muy cercana a mí… Además de contar mi odisea existencial, la razón por la que me apasiona escribir y por la que decidí hacer este texto, es para contar un poco de cómo surge y se vive una reivindicación afro descendiente y desde mi contexto; afrobogotana.

Entiendo las críticas, pero no las comparto. Trato de explicar pero no creo que sea siempre suficiente, sin embargo: no me canso de hacerlo. Y es que como negra, muy orgullosa de serlo, jamás me he presentado como víctima, pero si he recibido ataques sin ninguna clase de explicación y la mayoría de ellos se remontan a mi color de piel. He sido objeto de burlas innecesarias, he recibido comentarios racistas que a ninguna otra persona en el mismo sitio le hicieron. Entonces es ahí cuando yo pregunto a quienes nos tachan como una raza discriminatoria… ¿era yo quien estaba ofendiendo sin razón? ¿Fui yo la que excluyó a alguien porque quiso y se sintió capaz de hacerlo? Me parece que no.

Parte de la experiencia afrobogotana es darse cuenta que existe una gigantesca masa de mentes cerradas para quienes no existe algo más allá que ellos, para quienes sólo somos una construcción repleta de estereotipos y arquetipos de los que, yo personalmente, no me siento orgullosa a que me atribuyan. Pero eso es sólo una parte, cuando por fin entendí cómo funcionaban muchas cosas a mí alrededor y el porqué de muchos comentarios fuera de base y contexto, comprendí que tal vez no se trataba del lugar, se trata de quien yo represento para los demás. Los comentarios hirientes los voy a seguir encontrando a donde quiera que vaya (tristemente) pero la capital Colombiana me mostró quien  debo ser; nada más que yo misma. Primero debí amar de dónde vengo, de donde provengo, sentirme orgullosa de mi radicalidad, de mi ancestralidad africana, de mi piel repleta de melanina y de ahí el resto no importaría más.

A mi mente se le cruza mucho el pensamiento de cómo hubiese funcionado todo si yo hubiese comprendido esto en el colegio, y por supuesto lo hubiese aplicado, y pienso que tal vez no era el momento de entenderlo, tenían que pasar (y seguirán pasando) muchas cosas que nos enseñan a una parte de la sociedad de qué estamos hechos y sobretodo: que no somos lo que muchos piensan. También descubrí un mundo de personas como yo, a quienes les costó mucho comprender quienes realmente son y quieren ser, porque siempre se encargaron de mostrarnos que “no valíamos mucho”, que éramos una burla y que nunca seríamos como ellos. La cuestión es que no queremos ser como ellos. Mi falso cabello lacio repleto de inseguridades siempre se resistió a lucir como el de todos, yo nunca lo comprendí, ahora lo suelto, lo dejo al natural y veo lo mucho que me agradece.

Esta afro-diáspora la escribo para todos aquellos quienes se sientan identificados y estén pasando por lo que yo y muchos hemos vivido, que sé, son muchos. Para todos quienes les gusten conocer un poquito más acerca de las expresiones literarias que una joven tiene por compartir y para añadir unos puntos suspensivos a una conversación que no debe temerse a dar, a un tema que a muchos nos gusta exponer porque queremos de raíz erradicar.


Samara Hudgson Llanos

Escritora y artista. Apasionada por la música y el arte. Bogotá, Colombia


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