Crecer en una familia en donde hay diferentes tonos de piel y conviven blancos y negros, no es una cosa fácil aunque muchos lo vean así.
Mi nombre es Aydana y tengo 18 años, soy de Venezuela, y aunque es un país donde hay bastante mestizaje, no deja de existir el racismo.
Mi papá es negro y mi mamá, aunque es mestiza, luce como una indígena bastante clara. Tengo 1 hermano mayor y él es totalmente blanco. Mi hermano y yo somos de padres diferentes y mucha gente nos ve y no cree que seamos hermanos por las diferencias fisiológicas que hay en nosotros, pero si lo somos.
Cuando era pequeña y comíamos cambur (banana) mi hermano hacía que yo persiguiera la cáscara, porque decía que parecía una »mona», y todos se reían de ello, hay fotos de ello para probarlo.
En la medida que fui creciendo pude escuchar la cantidad de »apodos» con que algunos miembros de mi familia me llamaban tales como »caraotica» por mi color o »nariz de papa» por mi nariz heredada de mi bisabuela paterna. La verdad es que no me gustaban esos apodos y me ponía brava o a llorar. Otras veces por juego me excluían y me trataban mal, y me decían »no, porque tu eres negra».
Con el tiempo los apodos y los chistes se volvieron cada vez más insultantes por parte de mi propia familia materna,. Me decían cosas como »mierda». Sí, así tal cual.
Una vez que me asomé porque había llegado una tía mía que vive en otro estado y era de noche. Mi hermano me dijo »Aydana, eres tan negra que no te ves», y todos los que estaban ahí se echaron a reír. Subí lo más rápido que pude las escaleras de la casa envuelta en llanto y fui para mi papá. En eso lo abracé y mi papá me vio llorando y me preguntó la razón de mis llantos. Yo le conté lo que me habían dicho y en eso mi hermano llega a la habitación,preguntando porque me había puesto así. Mi papá le regañó fuerte, como todo padre que ve a su hija llorar.
Poco a poco me fui distanciando tanto de mi familia materna como de mi familia paterna. Casi nunca les veía. Nacieron en mí complejos que no tenía, además de eso no quería ser identificada con la raza negra en lo absoluto. Intentaba no salir mucho para que el sol no le pegara a mi piel ya que podría oscurecerse. De cuando niña a adolescente había cambiado una barbaridad producto de aquellas palabras dichas a la negrita de la casa, las cuales habían hecho su efecto destructivo en »ella».
Tarde mucho en encontrar un estilo, una música, algo que me hiciera sentir cómoda y con que me pudiera identificar. Y aunque no quería nada con mi raza negra, con mis raíces, fue el sonido de los tambores y la salsa la que me hizo vibrar. Empecé a ver la belleza que encontraba en esos turbantes africanos que llevan esas mujeres negras en las fotos. Encontré las historias que me contaba mi abuela paterna, de cuando ella era joven y al cargar agua del río se colocaba el cántaro lleno de agua en la cabeza y lo llevaba hasta su casa.
Mi propio color, mis características físicas, mi cabello rizado y abundante, todo esto me hacía sentir identificada, me hacía pertenecer. Me hacía pensar que aunque personas me despreciaron y se burlaron de mí en un tiempo, mi herencia, mi cultura y mis raíces nunca me dejaron y siempre estuvieron latentes en mi, plasmadas y llevadas en mi piel.
La verdad es que después de tantos años supe perdonar y todo aquello quedó en el pasado. Ahora leo e investigo sobre el legado negro, sobre mi linaje, y lo que puedo aprender lo transmito para que también el que no sepa se eduque.
Tengo un sobrino y es mi felicidad (sí, el hijo de mi hermano). Como tía suya le trato de enseñar e inculcar los valores que su papá de muchacho no conoció: la tolerancia y el respeto hacia las personas diferentes a él. Intento que no se repita la amarga historia que pasó conmigo. Intentemos eso, intentemos que en el mundo no se repitan historias como esa, y como esa hay muchas.
¡¡¡¡Saludos!!!!
Aydana G. Rodríguez
18 años
Venezuela
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