El uso del espacio es un acto político. Constantemente a las mujeres, y sobre todo si sufren opresiones por otras razones, se les arrebata los espacios y se les impide llegar a ellos. Existir consiste en ocupar un lugar. Tener que abandonar un espacio o no poder acceder a él es una discriminación dirigida a la identidad: cuando tú o los que son como tú no estáis en un espacio, no existís allí. Muchas luchas omiten y ocupan los espacios de las personas racializadas, de manera que no se les da voz en los colectivos de lucha –feminismo, lucha LGTB…–. En el caso de la opresión por raza, curiosamente, tanto hombres como mujeres contamos con un mecanismo de supervivencia en el que pocas veces reparamos, un regalo de la naturaleza que constituye un arma política: nuestro pelo.
Si se riza así, si se expande así, es para asegurarse de que somos vistos, digamos que es como un espacio de reserva. Un método de ganar espacio con el cuerpo, ya que muchas veces no puede ser con la voz. Por eso una de las principales opresiones hacia la raza negra ha ido directamente al pelo, a esa fuente de poder, y la obligación de alisarlo, domarlo, y ocultarlo con pañuelos desde hace siglos, ha tenido este motivo. ¿Cómo no atacarlo a él primero? Nuestro pelo es nuestra corona y nuestro escudo.
¿Y por qué es tan importante el pelo en la emancipación y aceptación de las personas negras? Porque el pelo, al igual que el espacio, es otro acto político. De hecho, una sabe si un espacio es seguro sólo con observar el pelo de alrededor. Cuantos más colores y más formas haya, más se rompe la norma. Y seguramente lo hayas sentido, esa inseguridad en los lugares donde crees que pueden ser hostiles hacia ti, el miedo a que hablen de tu pelo es lo que aparece en primer lugar. Y créeme, nuestro pelo solo tiene cabida en movimientos interseccionales.
Movimientos interseccionales: un espacio seguro
Nos acercamos a la plaza Nelson Mandela, mi amigo y yo, para ver el ambiente que había en el Orgullo Crítico 2017, que comenzaría su manifestación en dicha plaza. ¡Olé! Lo que yo espero que sea una manifestación por los derechos humanos, estaba allí: personas con pelo de colores, con ropa poco común, hombres con pelo largo, con falda, mujeres con pelo rapado, recogido, teñido, con todo su cuerpo como expresión de diversidad. Entre la gente, había mujeres negras con pelo natural, con afros, en trenzas, en rastas. Había alguna pareja interracial. Nos hizo especial ilusión ver a personas con pelo afro, porque aunque él sea blanco, ambos tenemos el pelo natural así, y ver más siempre nos alegra. También había personas portando carteles en los que se reivindicaba la interseccionalidad de las luchas, la necesidad de incluir a las diferentes razas y diferentes colectivos oprimidos dentro de la causa, el recordatorio de que las personas negras son más vulnerables a la LGTBfobia. Accesibilidad para sillas de ruedas. Una pancarta recordando a Israel que su pinkwashing no nos hace olvidar su apartheid.
Hasta entonces no había sabido poner palabras a la sensación que estaba teniendo en aquella plaza, pero desde que habíamos llegado, me había sentido cómoda y feliz. Y en realidad, si te sientes cómoda en un sitio, una más, ¿por qué vas a tener que darte cuenta de ello? Pero algo me urgió a comentárselo a mi amigo, quizá porque esa sensación no suele ser tan normal:
—Me siento muy bien. Ver a tanta gente fuera de la norma, diferente, me hace sentir bien.
Mi amigo me dio una respuesta muy sencilla y evidente:
—De eso se trata, ¿no?
Su frase me hizo pensar que era una tontería sorprenderme. Parece obvio pensar y esperar que un espacio de un colectivo oprimido en el que hay personas que sufren además otras opresiones (como por raza, diversidad funcional, o nivel socioeconómico), sea un espacio seguro para todas ellas, es decir, que haya interseccionalidad. Muchas veces mi amigo y yo somos demasiado optimistas.
La opresión dentro de la opresión
El racismo, la falta de visibilización de las personas negras se da también en los colectivos oprimidos, y con ella todas sus consecuencias. Si la raza es un concepto que se aplica a personas de varios estratos de otros conceptos –ya sean clase, orientación sexual, y otros-, se entiende que una persona negra sufrirá opresiones a lo largo de las dimensiones de esas otras categorías. El racismo no se corta cuando se sale de la heterosexualidad. De hecho, las personas negras que pertenecen a colectivos oprimidos son aún más vulnerables, y tienen aún más riesgo de invisibilización. Este artículo de The Guardian lo explica muy bien. Como oprimido, tú también puedes oprimir.
A vueltas con el pelo
Mi amigo y yo nos movemos, de manera independiente, hacia donde se da el pregón del Orgullo, ya empezado, que reúne a una multitud de personas, como cada año. A medida que nos alejamos del Orgullo Crítico y nos acercamos a la plaza del pregón oficial, la diversidad racial –y sobre todo de pelo- va desapareciendo. Llegamos al lugar de destino, y nada es en absoluto como en el otro lugar. Comienza el proceso de buscar al grupo de nuestras amigas, que está entre la multitud. Nos metemos en el conglomerado para encontrarlas, avanzando posiciones como podemos. A medida que vamos atravesando a la gente, comienzan a llegar los comentarios:
—Qué calor. Cuánto pelo. Aquí hay que venir con el pelo liso. –Oímos risas.
Fijáos en cómo utiliza las palabras. No nos pide que nos recojamos el pelo. Nos recrimina que no lo llevemos liso. Señor, para ir a un acto de reivindicación, en una manifestación precisamente de aceptación, donde para mí mi pelo es una de las expresiones de lo que soy, no me lo voy a alisar antes de salir de mi casa.
Ignoramos la situación como podemos y seguimos avanzando, lentamente, lo que la multitud nos deja. El mismo grupo vuelve a hablar:
—Menos mal que no os quedáis aquí. Qué calor…
Seguimos buscando a nuestras amigas, y en medio de la búsqueda nos quedamos atrapados en una posición en la que no podemos movernos más. No ha pasado medio minuto cuando alguien me toca en el hombro:
—Oye, aquí no podéis estar.
—¿Por qué?
—Ya sabéis por qué. — Y el hombre se empieza a enredar en explicaciones sobre que debemos llegar antes y que no podemos ponernos delante. Estoy segura de que si hubiéramos tenido otra apariencia, no nos habrían dicho nada, o no de esas maneras.
Varias voces detrás de nosotros están comentando, incluida la del hombre, y yo no puedo discernir casi nada, por la situación y por los nervios, pero sólo oigo “pelo” en todas las frases, y noto la connotación hostil, y siento no sólo que molesto, sino que no pertenezco, que no me siento identificada y a gusto en ese espacio y que no hay nadie como yo a mi alrededor. Tampoco veo a ninguna de nuestras amigas, y es difícil salir de ahí.
A nadie se le ha ocurrido, en todo caso, hablarnos con educación, porque como no hay diversidad mucha gente no sabe o no quiere saber cómo tratar a los demás. Nosotros tenemos que recoger ataques y comentarios por las espaldas, y toques en el hombro como si les hiciéramos algo de manera personal. Mi orgullo me dice que me quede y no les dé el gusto de irme, pero otra cosa comienza a romperse y me hace sentir cada vez peor y más incómoda, hasta que oigo decir a una chica que “se está empezando a cabrear”, interpreto que con nosotros. Con qué, ¿con nuestra presencia? Mi vida es demasiado corta como para soportar el tiempo en ese lugar de la plaza, y no se van a callar. Además, ya se ha roto. Ese bienestar, esa sensación de inclusión en el otro espacio seguro, ya no está.
Tras decirle a mi amigo que no quiero estar allí, nos alejamos de la multitud. Mientras lo hacemos, miro a mi alrededor: personas más apretadas que en la plaza de antes, y a golpe de vista ninguna persona racializada. Pero no sólo eso. Nada de la diversidad de antes. El lugar más masificado coincide con el lugar menos diverso, algo que no es nada casual. Me doy cuenta de que todo lo que toca varita del capitalismo nunca será interseccional, al menos abiertamente. Habrá personas negras que no queramos quedarnos en casa, pero estaremos relegadas a la periferia, teniendo que encontrarnos con estas situaciones.
El pelo como indicador de espacios seguros
Fuera de allí, terminamos en Plaza del Rey, en ese momento menos masificado y más diverso, donde de pronto algo volvió a hacerme sentir una más otra vez. Una banda de Cuba, Jade y Jorge Iván, hacía bailar a gente, otra vez diversidad, y gente afrodescendiente en la plaza, pelos rizados, naturales y sueltos, que en el otro sitio hubieran sido tratados de la misma manera que mi amigo y yo. Quizá ellos también fueron de una a los espacios en los que se sienten seguros. Vaya, aquí nadie se quejaba de mi pelo… Él cabe aquí y yo también. Y por estas subidas y bajadas, por tantos cambios de escenarios en los que me tratan diferente, necesito expresar a mi amigo que me entiende, cada vez que sucede: “aquí me siento bien”.
La lección que he aprendido de esto es que yo cuido a mi pelo y él me cuida a mí. Él protege mi espacio, le guste a la gente o no, y sé que cuando lo tratan mal quiere decir que me tratan mal a mí. Mi corona y mi escudo. Donde mi pelo no sea aceptado, incluso aunque sea por motivos de espacio, bien, no iré. Si observáis un poco, las personas con más privilegios son las que pueden hacer lo que les da la gana con su pelo sin que nadie les increpe por ello.
Pero no sólo me ha pasado a mí, os ha pasado miles de veces, le ha pasado a Solange Knowles en un concierto, hace unos meses. ¿Sabéis cómo titulaba sus reflexiones, que publicó al día siguiente? “And do you belong? I do.” Seas quien seas, has tenido que justificar tu existencia en los espacios, analizar las reacciones de la gente, convencerte de que sí perteneces. Tú también te habrás marchado de lugares donde había alguien hostil haciendo comentarios, como nos fuimos de esa parte de la plaza. Pero pertenecemos, no lo dudéis. Pertenecemos.
¿Por qué me molestó tanto?
¿Por qué no salí de mi casa con el pelo recogido? En primer lugar, porque no era el estilo que me apetecía ese día. En segundo lugar, porque salgo de mi casa con el pelo recogido para ir a un concierto, en un teatro, en un espectáculo en el que es importante ver y sé que mi pelo puede molestar la visión y hacer que esté más cómoda, por mí y por los demás. Pero si voy a la universidad a recibir una educación, no voy a recogerme el pelo, si quiero ir por la calle como una ciudadana libre cualquier día del año no voy a recogerme el pelo. Ya me pasé 15 años ocultándolo. Si salgo de mi casa para ir a una manifestación o a un evento en el que se reivindica la libertad individual, en el que se busca la aceptación e inclusión contra la normatividad imperante… ¿tiene sentido que no lleve el pelo natural suelto ese día, algo que como mujer afrodescendiente tiene un significado político bastante fuerte, en un día que busca la aceptación y la inclusión? ¿Tiene sentido que a nadie se le ocurra preguntarnos educadamente si podemos recogernos el pelo en ese momento en vez de hacer quejas no constructivas y decirme que me lo alise, que me ajuste a la norma, el día del Orgullo? ¿Veis la ironía? No me recogí el pelo. Si por circunstancias y si en una multitud me voy a quedar un tiempo en un sitio cerca de ti y crees que no te dejo ver o te doy calor, pregúntame con educación si me importa recogérmelo, ¿has probado a ver qué ocurre?
Quizá esas personas, por la calle, se acercarían para preguntarme si mi pelo es mío de verdad, me dirían que les encanta y con permiso o no, lo tocarían. Pero ahí estaba, en esa situación absurda, y mientras desde el escenario alguien decía que no debe haber discriminación sino inclusión, yo ni escuchaba la voz, y se me quitó el hambre, porque algunas personas del público nos hicieron sentir tan incómodos que nos tuvimos que ir de allí.
Por qué la interseccionalidad es necesaria
Los que hemos nacido en el lado equivocado que la norma ha trazado tenemos que vivir con discriminación constante, ya sea por cuestiones de: raza, género, orientación e identidad sexual, clase social, o diversidad funcional, por citar algunos ejemplos. Todas estas discriminaciones se solapan, y cada uno de nosotros vivimos en una posición en la sociedad que es fruto de la combinación de cada una de estas categorías. Si eres mujer… opresión. Pero si además no eres blanca, ¡doble opresión! Si no eres cisgénero, si no eres heterosexual, si tienes cualquier capacidad funcional diversa… Haz la suma del número de opresiones.
¿Para cuándo un orgullo abiertamente interseccional, que no discrimine a las mujeres lesbianas, y a las no blancas dentro de la lucha? ¿Para cuándo un feminismo abiertamente interseccional, para evitar cosas como esta? La invisibilización de las personas negras en el feminismo de los medios y en la lucha LGTB, como en otras luchas, es racismo. Mucha gente olvida que en un colectivo oprimido se puede oprimir a otro. Pero no solo eso: hay personas que creen que por el hecho de ser discriminados en un aspecto tienen derecho a discriminar a otros, porque “si lo hago yo, no cuenta”.
En toda lucha asegúrate de que haya interseccionalidad, porque en las luchas en las que no la hay, no hay espacio para ti. No existes. Si no la hay, reivindícala, observa lo que te suceda y cuéntalo, hasta que te escuchen. Rescata a las figuras ocultas, pregúntate por qué Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera necesitarían hoy una lucha interseccional. Si no sabes quiénes son porque muy pocas personas las reivindican en cada Orgullo, y recordemos que este año es el Orgullo Mundial… Ya sabes la respuesta.
Cristina Muñoz Maho
Estudiante de Psicología. Madrid
23 años
Descubre más desde Afroféminas
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.