domingo, diciembre 22

Hablemos de endorracismo

Imagen rawpixel

Soy mujer, negra, afrouruguaya, migrante. Quizás , debería arrancar describiendome por este último, ya que vivir desde los 4 hasta los diecisiete años en Chile fue el primer marcador para entender mi situación, conocerme y comprender mis experiencias. Hace veinte años atrás el influjo de la inmigración a Chile no tenía las características que tiene hoy, por tanto fuera por donde fuera, siempre mi familia y yo éramos los únicos negxs del lugar. Siempre recibí tratos cordiales, el chileno suele (o solía) ser hospitalario, parlanchino, cercano y curioso. Curiosidad que rayaba el exotismo, claro está, en un país conservador, católico hasta la médula social y política, rasgado por la dictadura más larga y cruenta de América Latina, el hijo pródigo del proyecto liberal. Allí viví trece años. 

Viví en un barrio comercial, donde los locales allí instalados eran pymes o medianos comerciantes y en su gran mayoría perteneciente a extranjeros: chinxs, árabes, coreanx,s turcxs, principalmente. Tuve amigues de todas las nacionalidades, jugué en las calles y en sus casas, conocí a sus familias, hasta tuve la suerte de aprender chinx básico y probar delicias que nunca más volví a comer. Ya en ese momento, me daba cuenta de mis privilegios. En la escuela no era la única inmigrante, recuerdo a tres amigos: uno peruano, otro boliviano y el tercero era en realidad descendiente de chino pero de nacionalidad chilena. Sólo de él recuerdo el nombre, ya que fuimos amigxs toda la escuela y mis padres mantenían una relación laboral con los suyos:ambas familias se dedicaban al corte y confección de ropa deportiva. Mis padres y tíos paternos emprendieron esta aventura contrabandeando ropa deportiva a Chile en plena dictadura, una vez que sus prolíficas carreras deportistas fueron terminando (fueron deportistas profesionales y desde los 14 años cada cual hizo la suya fuera de Uruguay, con muchos sacrificios y soledad). Pero en la escuela era la única niña afrodescendiente y por tanto, el foco de burlas y musa de inspiración de mis racistas, clasistas y xenófobos “compañerxs”. Además de negra era una niña que a pesar de su condición de migrante racializada no cumplía los requisitos esperados: tenía una casa digna, familia educada, mamá profesional, auto, emprendimiento, aprendí a nadar en el club de la Universidad de Chile, viajábamos hacia Uruguay de vacaciones (lo que más que un lujo era una necesidad afectiva, psicológica, mental, de supervivencia) y en definitiva si me comparaba con muches de mis compañerxs tenía un buen pasar económico. Y cuando no ocupas los lugares que la sociedad te reserva por defecto al encarnar ciertas características genera tal incomodidad en el entorno que es fácil ver cómo el velo de la sutileza se cae solito y sin esfuerzo y el racismo encuentra su combustible ideal. Mi ser negra generó desde ahí en adelante y hasta hoy muchas incomodidades, incluso en mi entorno profesional y en mi entorno militante. 

Fuí a escuela y liceo “público” (allá nada es público, el sistema educativo que le llaman público es en realidad subvencionado por el Estado o sea, que es más barato que el privado, pero nunca sinónimo de gratuidad. Esto lo terminé de entender de grande y ya viviendo en Uruguay), tuve la suerte de practicar varios deportes siendo mi favorito el atletismo, en el que me entrenó primero uno de mis tíos paternos y luego me uní al club atlético Santiago. Viajamos, tuvimos auto, nunca faltó la comida aún en épocas de escasez, recuerdo no haber tenido muebles o heladera pero nunca nos faltó la comida ni el abrigo. 


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Aún en estas épocas siempre reconocí mis privilegios. Papá y mamá nos criaron para ser personas agradecidas, honestas y buenas. Con sus ángeles y demonios, nos abrieron camino para crecer y ser, en un país que nos aceptaba pero al mismo tiempo de una u otra forma el racismo y la discriminación se hacían presentes. Papá fue un sano hijo del patriarcado y sin embargo, fue fundamental en mi formación como mujer negra y en la conformación de mi ser afrodescendiente. Me enseñó a cuidarme, quererme y respetarme por ejemplo a través de la confianza en mí y mis capacidades: “Siempre decí que sí, si lo querés hacer, decí que sí, tiempo para evaluar y decir que no vas a tener. No seas vos quien te diga NO, que sean los demás. Mientras trabajá para que se dé. Vos podés hacer y ser lo que te propongas”, eso y mi ser taurino me caracterizan hasta hoy. Gracias pá, de no ser por ustedes, cuánta falta me hubieran hecho esas palabras para sobrevivir!!. Me cuidó y defendió: con sólo ocho años cruzando el puente Mapocho tomada de su mano me vi agredida verbalmente por un grupo de hombres que pasaban frente nuestro. Su ataques tenían clara connotación sexual (la memoria selectiva existe y por suerte no recuerdo esas desagradables palabras), mi padre sin soltarme de la mano se dio vuelta, los encaró… y no recuerdo mucho más que el miedo que me provocó la situación, el asco, la impotencia, me miré la ropa, los zapatos, imaginé mi cara en ese momento con mis ojos grandes de terror y angustia. Seguimos caminando fuertemente agarrados de la mano. Episodios como estos volvieron acontecer por supuesto, las sensaciones volvieron a sucederse, pero con el tiempo me acostumbré y fui armándome de herramientas para enfrentarlas. 

Lxs chilenxs son racistas, clasistas y xenófobos, es cierto. El racismo que viví en Chile era sutil y hasta elegante por su creatividad, tan creativo que teñido de exotismo pasaba por mera curiosidad. Por muchísimo tiempo pensé incluso no haberlo vivido: naturalización. 

Mi sorpresa fue grande cuando volví a vivir en MÍ país y encontrarme con que el racismo también existe aquí, el clasismo también existe aquí y que no sólo eran lxs blancxs sino que las personas negras y afros reproducen el racismo. Hace ya quince años que retorné a Uruguay, hace seis que soy parte de organizaciones de la sociedad civil, y sigue siendo alarmante el racismo que se reproduce desde las personas negras hacia personas negras. 

Es un grueso error pensar el racismo como una actitud propia de la sociedad no racializada. Es de un reduccionismo extremo pensar que las personas racializadas somos inmunes a esta pandemia, y sobre todo es de una ingenuidad grave no reconocer que esto existe ya que si pretendemos dar combate al racismo debemos no sólo reconocer el que nos hace víctimas sino del que somos responsables de reproducir. Esta es la pandemia más vieja de nuestra humanidad. Combatirla es responsabilidad de toda la sociedad. La población afrodescendiente ha sido la principal afectada, hasta el punto de contagiarnos de ella. 

«En una sociedad racista, no es suficiente no ser racista, es necesario ser antirracista» Después de haber leído, escuchado y citado hasta el cansancio estas palabras creo ya es tiempo de dirigirlas hacia nosotres y mirar “casa adentro”. ¿En serio podemos creer que somos sólo víctimas de este flagelo? ¿qué responsabilidad nos cabe como sociedad civil organizada trabajar en el desarme de esta dolencia entre nosotrxs?


Fernanda Olivar

Antropóloga Social
Especialista en Políticas Sociales
Integrante del  Colectivo Mujeres y discapacidad.
Docente universitaria Tallerista en afrodescendencia y derechos humanos.  



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