«No se nace negro, se llega a serlo. Es una dura y cruel conquista que se desarrolla en la vida de las personas. De ahí la cuestión de la identidad. Esta identidad negra no es algo acabado. Así que, para mí, una persona negra consciente de su negritud está en la lucha contra el racismo. Las otras son mulatas, marrons, pardas, etc.«
Fragemento de declaración de Lélia de Almeida González, publicada en 1988.
Lélia fue una filósofa, antropóloga, profesora, escritora, intelectual y militante del movimiento negro y feminista. En su trayectoria, la teoría y la práctica se conectaron orgánicamente.

Su producción tiene una importancia fundamental para el pensamiento social brasileño. Su obra destaca el protagonismo negro, especialmente de las mujeres negras, en la formación sociocultural del país. Sin embargo, se lee y se conoce poco sobre esta pensadora.
Lélia nació en Belo Horizonte, en el estado de Minas Gerais, en 1935, en una familia de pocos recursos económicos, y fue la penúltima de 13 hijos. En 1942, se trasladó con su familia a Río de Janeiro porque su hermano, el futbolista Jaime de Almeida, firmó un contrato con el club deportivo Flamengo, uno de los más grandes del país.
En una trayectoria poco habitual para las mujeres negras en los años 50, logró ingresar a la universidad. Estudió Historia y Geografía (1958) y Filosofía (1962) en la antigua Universidade do Estado da Guanabara (actual Universidade do Estado do Rio de Janeiro – UERJ).
Lélia fue pionera y líder del movimiento negro brasileño. Participó en el Instituto de Investigación de las Culturas Negras (IPCN), una de las primeras organizaciones del movimiento negro contemporáneo. También fue una de las fundadoras del Movimiento Negro Unificado (MNU), habiendo participado en el acto histórico del movimiento, realizado frente al Teatro Municipal de São Paulo el 7 de julio de 1978. En 1983, creó junto con otras mujeres negras el Nzinga – Colectivo de Mujeres Negras, en Río de Janeiro. Además, fue la primera mujer negra que viajó al extranjero como representante del movimiento negro brasileño en 1979.
Para ella, la política comprendía tanto la militancia colectiva de base en los movimientos sociales como el ámbito institucional. Por este motivo, en dos ocasiones se presentó a cargos legislativos. En 1982, fue candidata a diputada federal por el Partido de los Trabajadores (PT). Más tarde, en 1986, se postuló como diputada en Río de Janeiro por el Partido Democrático Laborista (PDT). No resultó electa en ninguno de los intentos, pero obtuvo una votación significativa en su primera elección, convirtiéndose en la primera suplente de la bancada del PT. También integró la formación original del Consejo Nacional para los Derechos de la Mujer (CNDM), creado en 1985.
Debido a su activismo y protagonismo, Lélia fue vigilada en varias ocasiones por el Departamento de Orden Político y Social (DOPS), la agencia de inteligencia policial que torturaba a los disidentes durante la dictadura militar en Brasil. Existen menciones a ella en algunos documentos, aunque nunca fue interrogada, detenida ni torturada.
El periodo más intenso de su militancia coincidió con la Dictadura Militar (1964-1985), que prohibió, entre otras cosas, la organización política de la sociedad civil. La Ley de Seguridad Nacional de septiembre de 1967, en su artículo 39, párrafo VI, caracterizaba como delito “incitar públicamente al odio o a la discriminación racial”, con penas de 1 a 3 años de prisión. En la práctica, esta ley podía ser utilizada contra el movimiento negro, ya que denunciar el racismo y desvelar el mito de la democracia racial podía ser considerado una amenaza al orden social, un incentivo al antagonismo y una incitación al prejuicio.

Cabe resaltar que tanto Lélia como el movimiento negro combatieron categóricamente el mito de la democracia racial, basado en la idea del “contacto armonioso” entre portugueses, africanos e indígenas. Esta noción borraba la violencia de esas relaciones y negaba la existencia del racismo. El mito, símbolo de la identidad nacional brasileña, fue adoptado por los militares en el poder, pero también idealizado por gran parte de la sociedad brasileña.
Su pensamiento
Cuando comenzó su militancia en el movimiento negro a mediados de los años 70, Lélia ya tenía una carrera como profesora e investigadora y estaba bien relacionada con los círculos intelectuales y culturales de Río de Janeiro. En 1975, participó en la fundación de la Escuela Freudiana de Río de Janeiro, una de las primeras instituciones de difusión del pensamiento lacaniano en Brasil, y enseñó en varias universidades de la ciudad. Creó el primer curso institucional sobre Cultura Negra en la Escuela de Artes Visuales Parque Lage en 1976, un espacio de encuentro para artistas e intelectuales con una visión crítica de la realidad brasileña.
Escribió numerosos artículos y ensayos. Publicó dos libros: Lugar de negro (1982), en coautoría con el sociólogo argentino Carlos Hasenbalg, y Festas populares (1989). Sus textos y reflexiones fueron esenciales para consolidar una teoría del feminismo negro brasileño y del pensamiento social brasileño.
A lo largo de casi tres décadas, abordó temas diversos, recurriendo a las matrices del pensamiento occidental y africano. Exploró teorías como el afrocentrismo, el marxismo y el existencialismo, y dialogó con disciplinas como la antropología, la sociología, la historia y la filosofía. Desarrolló un pensamiento original sobre la formación sociocultural brasileña, situando en el centro a los sujetos negros, especialmente a las mujeres negras.
Para Lélia y otros intelectuales negros de su generación, era imprescindible construir un pensamiento propio. Mostró cómo las teorías tradicionales de las Ciencias Sociales eran incapaces de explicar la experiencia negra en Brasil y, por ello, desarrolló sus propias categorías y conceptos de análisis.
Criticó la importación mecánica de la teoría negra estadounidense, argumentando que reproducía una lógica de dominación cultural. En su opinión, los negros brasileños debían examinar su propia experiencia histórica y cultural, en lugar de adoptar modelos extranjeros.
En sus análisis, Lélia desmanteló la visión tradicional que relegaba la cultura negra al folclore y la primitivización. Para ella, la mujer negra desempeñó un papel crucial en la transmisión de valores civilizatorios en Brasil, siendo la responsable de la formación de un “inconsciente cultural afrobrasileño”.
En julio de 1994, Lélia partió al mundo de Orun, que, según la tradición yoruba, corresponde al mundo espiritual (mientras que Aiyé es el mundo físico).
Pese a su relevancia intelectual y política, su obra ha recibido escaso reconocimiento. Esto no es sorprendente, ya que las Humanidades en Brasil siguen marcadas por una lógica eurocéntrica que jerarquiza el conocimiento occidental sobre el producido por pensadores negros.
Brasil mantiene una dualidad permanente entre el blanqueamiento y el borrado de la autoría intelectual negra. El caso del escritor Machado de Assis es un claro ejemplo de blanqueamiento, mientras que los intentos de invisibilización de pensadores negros han sido innumerables.
Una de las razones de esta supresión es la acusación de que producen un conocimiento “posicionado”, es decir, comprometido políticamente. Sin embargo, Lélia defendía que la subjetividad y la emoción no implicaban la renuncia a la razón, sino una forma de hacerla más concreta y humana.
En su aniversario, la mejor manera de homenajearla es reconocer su contribución a la descolonización del conocimiento y, sobre todo, leer su obra.

Raquel Barreto
Es historiadora. En 2005 escribió su primera tesis de maestría sobre Lélia Gonzalez. Participó en el proyecto colectivo de publicación independiente del primer libro póstumo de autoría de Lélia, Primavera para as Rosas Negras (UCPA, 2017). Actualmente está realizando su doctorado en historia y llevado a cabo una investigación sobre el Partido Panteras Negras y las relaciones entre visualidad, política y poder (1966-1974).

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