Acuñada por la profesora Evelyn Brooks Higginbotham en su libro de 1993, «Righteous Discontent: The Women’s Movement in the Black Baptist Church, 1880-1920», la política de respetabilidad puede definirse como la creencia de que comportarse o parecerse al grupo dominante en la sociedad te hará más respetable y, por tanto, más valorada.
Para nuestros antepasados, la proximidad a la blanquitud era un medio de supervivencia. Con el tiempo, se convirtió en una estrategia para obtener «verdaderas» libertades y privilegios. Desafortunadamente, algunos negros adoptaron la ideología de que la única forma de lograrlo era asimilarse a la cultura dominante: obtener una educación, adoptar el cristianismo, demostrar ser muy trabajadores y dar un buen ejemplo, creyendo que así serían vistos como merecedores de humanidad y de los mismos derechos. Para ser claros, esto no significa que no debas recibir una educación, ser religioso o tener una sólida ética de trabajo. Pero cuando piensas que poseer estas cualidades o comportarte de cierta manera es la única razón por la que deberías ser considerado digna, eso puede volverse perjudicial.
Pero lo que ocurre es que la política de respetabilidad no funciona. Asigna la responsabilidad y la culpa a la víctima en lugar de a los sistemas que perpetúan la opresión. En lugar de exigir que las personas y las instituciones que cometen y propagan actos racistas cambien, se pide a las personas perjudicadas por el racismo que cambien para dejar de ser víctimas del mismo. Como si no fuera lo suficientemente pesado cargar con el equipaje que surge de experimentar traumas raciales y factores estresantes de forma regular, también tenemos que soportar la carga de ser nosotras quienes arreglemos lo que no creamos. Otro peligro es que quienes creen en esta política pueden tener una falsa sensación de seguridad. Sin embargo, una y otra vez, la historia nos ha demostrado implacablemente que tener dinero, títulos, puestos de trabajo importantes, ser «elegantes» o lograr el éxito no protege a los negros de experimentar el racismo.
Esto también se aplica a construcciones sociales además de la raza; tomemos el género, por ejemplo. A menudo se nos culpa a las mujeres después de sufrir agresión o abuso sexual, lo que las lleva a creer que podrían haber hecho algo diferente para evitarlo. Pero no importa qué llevaban puesto, si estaban bebiendo o si conocían a la persona o no. El factor determinante de la prevalencia de la agresión sexual no es la víctima, sino el perpetrador. Puedes hacer todas las cosas “correctas”, comportarte “respetablemente” y aun así experimentar eventos negativos. Sin embargo, cuando adoptamos la narrativa de la política de respetabilidad, constantemente se espera que el grupo marginado (ya sea por raza, género, identidad sexual, etc.) demuestre que merece ser considerado digno por el grupo dominante. Es mentalmente agotador recibir continuamente mensajes que te dicen que necesitas presentarte o ser de cierta manera para ser vista como valiosa o digna de los derechos humanos.
Estos mensajes se han transmitido de generación en generación, por lo que, comprensiblemente, estos pensamientos siguen prevaleciendo. Lo impregnan todo, desde los complejos sistemas sociales que tigen llas relaciones hasta la simplicidad de reír de manera abierta.
Cuando hablamos de políticas de respetabilidad en el contexto de la condición de mujer negra, debemos reconocer que las normas construidas no son útiles, simplemente, porque no fueron creadas para nosotras. Surgen varios desafíos de salud mental cuando no puedes ser quien realmente eres y te sientes devaluada por la sociedad. Las políticas de respetabilidad pueden crear una sensación de vergüenza, ansiedad, inutilidad, confusión de identidad, trauma racial y opresión sistémica para quienes constantemente se autovigilan.
Resistir la presión de adaptarse y adherirse a la cultura predominante puede resultar desafiante en ocasiones. Sin embargo, es fundamental entender que desafiar las normas de respetabilidad no implica necesariamente realizar cambios drásticos en nuestro estilo de vida. En lugar de ello, podemos optar por realizar ajustes más sutiles o incorporar prácticas en nuestra rutina diaria que promuevan nuestra presencia y fortalezcan nuestro bienestar mental. Estas prácticas podrían incluir desde repetir afirmaciones positivas que nos recuerden nuestro propio valor, hasta llevar a cabo pequeños actos de autocuidado que resalten aspectos importantes de nuestra identidad. Por ejemplo, elegir un peinado que refleje nuestra comodidad y autenticidad, o vestirnos con prendas que expresen nuestra personalidad sin importar el contexto. Además, es crucial cambiar la forma en que nos hablamos internamente si esa voz interna tiende a ser negativa.
Como mujeres negras, tenemos el poder y la fortaleza para establecer nuevas normas que reflejen nuestra rica y multidimensional existencia. Estas normas deben ser inclusivas y celebrar la idea de que ser auténticamente nosotras mismas es en sí mismo, un acto de resistencia.
Ayomide Zuri
Inconformista, luchadora, africana y mujer negra. ayomidezuri@gmail.com
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