No lo voy a negar. Los primeros veinte minutos, en que me senté a ver Ana Bolena, la miniserie creada para el canal británico Channel 5, mas tarde comprada por la plataforma HBO, sentí placer.
Mi negritud se regocijó en el sofá, disfrutando de ver a una mujer negra encarnando a una monarca de gran poder, y no a la eterna esclava que algún explorador blanco secuestrara de alguna tribu perdida en el continente africano, para entretenimiento de la corte, y sin mas trama que esa, la del sufrimiento y la tortura.
No. Los veinte minutos en los que exploté de placer viendo a una mujer negra, bella e inteligente, rodeada de personas blancas que se rendían irremediablemente ante ella, fueron gloriosos. Ensoñadores, representativos, posibles. Luego esa sensación me abandonó y dio paso a mi fascinación por la trama y la historia de una monarca psicologicamente interesante, vilipendiada, mancillada, y llevada al ostracismo, por quienes escribieron la historia. En aquel momento la piel, y todo el universo que abarca,se relegó a un tercer plano, y dio cabida al mito, al desgarro, y a las escenas tan exquisitamente narradas de la historia. Y eso justamente es lo que concibo, cuando pienso, en lo interesante de la representatividad. Veinte minutos, en los que la actriz Jodie Turner-Smith, me dijo que es posible ser reinas, ser ingobernables, ser ambiciosas, para luego dar paso, a la leyenda.
Muchos han acusado de oportunista a la cadena, y los productores, de usar el filón de la diversidad, para levantar polémicas, provocar y promocionar una historia, bastante vacía según algunos expertos. Cuando el rigor histórico de esta serie, que dicho sea de paso tiene bastante, queda soterrado, por prejuicios raciales, entonces estamos hablando del eterno debate del racismo en las artes e industrias cinematográficas, disimulados por el miedo a perder personajes históricos, interpretados por los mismos de toda la vida.
Si este miedo es selectivo, y no nos molestó ver la interpretación de Angelina Jolie como Mariane Pearl, en Un corazón invencible, o a Joseph Fiennes como Michael Jakson, en la película Elizabeth, Michael y Marlon, o a Elizabeth Taylor en la mítica Cleopatra, entonces tenemos un problema. La cuestión es, porque ponemos un grito en el cielo, cuando la historia se invierte, y nos atrevemos a soñar con personajes, narrados desde la riqueza y diversidad de otros colectivos. ¿Acaso no es eso ser también antirracistas? No solo invertir las narrativas e historias, sino destrozarlas, para que desde el fuego renazcan, y nos pueda abrazar a todes. ¿Acaso esto no es también deconstrucción?
Si le quitamos importancia, a que la historia y el arte, en todas sus manifestaciones, haya sido contada y representada, a través de una mirada blanca, patriarcal, y hegemónica, por qué no entender, que hay una niña negre, gitana, musulmana, de Abya Yala, disca, neurodivergente, que en algún lugar del mundo, por primera vez, ya no solo sueña con ser reina, sino que sabe, que puede ser real.
La representatividad lo es todo. La representatividad nos da bocanadas de oxigeno, y nos ayuda a seguir respirado. Nos acuna cual madre comprensiva, custodiada por la esperanza. Y si para que esta representatividad sea efectiva, necesitamos mas Anas Bolenas negras en el mundo,
que así sea.
Dayana Catá
Educadora especial y escritora. Ante todo humana, negra, cubana, mujer y activista. Todo en ese orden y con el mismo grado de intensidad.

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Perdón, pero difiero de tu postura, y que conste que también soy racializado; pero considero que la condición étnica (que no raza, que es un concepto acientífico, desterrado tanto de las ciencias naturales como de las sociales y cuya presencia solamente subsiste en ciertos imaginarios y discursos) de los personajes de la historia forma también parte del rigor histórico. Ana Bolena no era negra,es más, la presencia de negros y las noticias sobre estos fueron más tardías en las islas británicas que en España y en Francia, dada su relativa lejanía de África y la posteridad de sus proyectos de conquista y colonización, y el solo hecho de imaginarla así hace que esta serie pase de serie histórica a serie de ficción histórica, por plantear, no solo la negritud de la segunda esposa de Enrique VIII, sino que en su corte y en sus reinos (en pleno siglo XV!) había negros y mulatos. Y no se puede pretender que al interpretar a un personaje histórico la condición étnica del actor no tenga nada que ver, como si la étnia no fuera una cualidad tan inherente a dicho personaje histórico como sus acciones. Recuerdo que Michael Jackson, casi monta en cólera durante una entrevista con Oprah al saber que un chico blanco lo interpretaria en su etapa infantil para un comercial de TV y hablamos de prácticamente ayer y de un personaje mediático de la historia reciente, si así de incongruente era esa interpretación, como acertadamente la juzgó Jakson, ¿Cuanto más no lo sería que una actriz mulata interprete a una de las esposas de Enrique VIII?
Y sí, también considero inapropiada la elección que se hacía de actores blancos para interpretar a monarcas mesopotámicos y faraones egipcios durante la época de oro del cine hollywoodense, no obstante, lo del papel de Elizabeth Taylor como Cleopatra, no me parece del todo desacertado ya que aquella de egipcia tenía mas bien poco, era descendiente de macedonios, su padre era Ptolomeo XII y su madre aunque desconocida, se sospecha que no era nativa de Egipto, así pués la celebre amante de Marco Antonio era producto de la colonización helenística de Egipto y tan egipcia ella como Leif el Rojo.
Opino como alguien más en los comentarios, si queremos reivindicarnos desde una perspectiva histórica, apoyar estos esfuerzos, quizás bienintencionados, pero mal encaminados así y todo no es la respesta, sino buscar referentes dentro de la propia historia negra Shaka Zulú, sundiata Keita, amanishakheto y Amanitore Averroes o ya más recientemente, en el EEUU postesclavista Elijah Woods, Thomas T: Granville, Daniel Hale Willians o George Washington Carver por solo mencionar algunos.
No se puede abrazar el rigor histórico para algunas cuestiones e ignorarlo para otras, como en el caso que nos ocupa. Eeconstruir el pasado desde la perspectiva de la escala de valores que manejamos en la actualidad no aporta nada ni al rigor histórico ni al debate racial, muy por el contrario, los perjudica a ambos.