Me senté en la cama en el dormitorio de mi madre, con los ojos llenos de lágrimas fijos en la pantalla del televisor mientras veía el funeral de la poeta Maya Angelou en 2014 . Sentí que me dolía el corazón en cada latido ya que una de mis heroínas ya no existía, pero no podía evitar sentir admiración por el hecho de que una mujer negra fuera capaz de ser tan querida y ganarse el corazón de millones. Esa fue su gloria suprema en la muerte, como decía su último tweet: «Escúchate a ti misma y en esa quietud puedes escuchar la voz de Dios».
Soy parte del legado de las generaciones de escritoras negras anteriores a mí, como Maya. Las mujeres con una historia que contar están entrelazadas unas con otras, pasadas y presentes, y yo quería celebrar a los escritores que han cambiado mi vida y me hicieron darme cuenta del potencial que tengo cada vez que cojo un bolígrafo.
Maya Angelou. Toni Morrison. Alice Walker. Zora Neale Hurston.
Ser escritora es el regalo más hermoso con el que mi vida ha sido bendecida y la ironía es que las historias que escribimos son sobre las vidas en que podemos influir y que no sabían que lo necesitaban. Eso es hermoso. Lo sé porque esas cuatro mujeres han hecho lo mismo por mí. Su mayor valor es su manera sin complejos, audaz y contagiosa de explorar y abrazar las facetas de la feminidad. La amargura, dulce y provocativa que es ser una mujer, lo mostraban con los personajes que creaban.
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Siempre me pregunto, ¿si tuviera a mis heroínas literarias frente a mí, cómo podría expresar cuánto significan para mí? Cómo «Their Eyes Were Watching God» o «El color púrpura» me hicieron ver nuevas posibilidades en mi vida con personajes que aún recuerdo. Me sentiría tan abrumada por la gratitud que lloraría de alegría. El hecho de que simplemente se atrevieran a dar a conocer que existían, iluminó las mentes de las chicas negras para seguir su camino. Tenía 4 años y garabateaba en cada pedazo de papel que caía en mis manos en la casa de mi niñez, para gran frustración de mi madre. Ella se desahogaba con mi difunta tía por teléfono. «¡Deja que esa niña escriba!», protestaba mi tía . Y durante años, ella envió un cheque de 25 $ para comprar cuadernos y lápices. En el segundo grado cuando leí una historia original en voz alta a mis compañeros de clase, me maravillé con su atención y el elogio de la maestra. Fue un momento divino que me hizo sentir viva.
Como adolescente introvertida que llenaba mis diarios de poemas y canciones, buscaba sentido a la feminidad en la que estaba creciendo y al mundo que me rodeaba, descubrí a Alice, Maya, Zora, Toni y otras escritoras negras influyentes que me abrieron los ojos al tipo de narración que quería hacer. Las idolatraba y leerlas me hizo mirar dentro de mí para traducir la angustia y la confusión en la belleza de un cuento. Me di permiso para dejar que mi corazón cantase un blues. Me enseñaron que lo que tenía que decir y cómo quería decirlo en mis términos significaba algo, y no tenía que moldear mis palabras para apelar a otros. La gente busca lo que es auténtico porque ver a otra persona quererse les da permiso para ser ellos mismos. Me asombró cómo me sentía menos sola por esas personas y nuestros mundos se juntaban sin siquiera conocerlos.
Lo descubrí por mi cuenta con la serie de tweets y comentarios que hice sobre el ensayo sobre ser negra, introvertida y peculiar. Las mujeres me dan las gracias por escribirlo y cómo dije las cosas que siempre quisieron oír. Muchas sintieron que extraje experiencias directamente de sus vidas. Da que pensar que casi decidí no escribirlo porque me preocupaba cómo podría hacerlo realidad y si lo hubiera hecho, me lo habría robado a mí misma y a alguien que necesitaba esas palabras.
Alice me dio autoestima con Celie de «El color púrpura», quien fue oprimida por el abuso y el sexismo a manos de Mister. Ella mostró que la hermandad era el antídoto en forma de Sofía, Shug y Nettie.
Maya diciendo aquello de «el arco de mi espalda, el sol de mi sonrisa, el aumento de mis senos y la gracia de mi estilo» me recordó que yo era una fuerza fenomenal de la naturaleza.
Zora captó la sensación de pasión entre dos almas que se enamoran tan impecablemente que querrías embotellarla y el corazón revolotearte cuando lo imaginas. Cuando Janie se enamoró de Tea Cake en «Their Eyes Were Watching God» después de una noche de felicidad diciendo que «se parecía a los pensamientos de amor de las mujeres …»
Y luego está Toni, que cambió mi vida a los 17 cuando leí «Ojos azules», una clase de escritura que he leído continuamente desde entonces. Fue devastador y brillante, ya que sin miedo se zambulló en el daño del colorismo en la comunidad negra y en como se busca la belleza europea para ser aceptada. Vi partes de mí en Pecola, que estaba tan destrozada por una vida de abuso que creía que los ojos azules le brindarían el amor del que estaba privada. Como ella, como preadolescente, estaba obsesionada con la noción de cabello largo, piel clara, una silueta de botella de coca y una belleza imaginada que no sentía que encarnara.
Así es como son las narrativas poderosas.
Eran ferozmente femeninas, mostrando la naturaleza emotiva y la complejidad que reside en su mentalidad que dio forma a las experiencias de sus personajes.
Maya lo dijo mejor: «Hay una clase de fuerza que es casi aterradora en las mujeres negras. Es como si una varilla de acero pasara por la cabeza hasta los pies «.
Gracias por ser el extraordinario ejemplo de grandeza que aspiro a lograr en mi vida. Hiciste que una vez una chica tranquila encontrara su poder para hacer oír su voz y saber que es digna de eso. Tus palabras me envolvieron como las estrellas que cubren el cielo nocturno y ahora los caracteres no contados están emergiendo en mí para manifestarse en mis propias historias. Estoy agradecida por la sabiduría y la crudeza y no tengo miedo de «saltar al sol».
Una vez en un sueño, vi a Toni y Maya sentadas juntas en un escenario y sus ojos y sonrisas se dirigieron hacia mí. Pude ver que sus expresiones se volvían más cálidas cuando me arrodillé entre ellas y sus manos agarraron las mías, entre lágrimas, por la incredulidad de que mis ídolos estuvieran a mi alcance. A través de palabras titubeantes que hicieron brillar sus ojos, logré decirles: «Gracias».
Ashley Gail Terrell es una escritora de Michigan. Actualmente está trabajando en su primer libro de no ficción.
Este artículo ha sido publicado originalmente en la revista For Harriet y traducido para Afroféminas con su permiso.
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