Hace pocos días salió a la luz el tan esperado libro “Negra cubana tenía que ser”, de Sandra Álvarez Ramírez, la primera ciberfeminista negra de Cuba. Con trece años en el activismo feminista y antirracista en redes, pero una historia de vida que contar, la autora es también investigadora, periodista y ensayista. Sus textos han sido publicados en revistas académicas como Cuban Studies, medios de prensa como El Toque y OnCuba, y revistas digitales como Píkara Magazine y Afroféminas. Homónimo de su blog, el libro arranca desbordándonos lo más íntimo de Sandra: su madre, sus padres, Gema (a quien está dedicado el libro), sus abuelas.
En “Yo, negra cubana”, trenza con su historia de vida las narrativas sociales de la Cuba de la década de los setenta y ochenta, momento de un socialismo lozano, aun con las precariedades y las no zanjadas brechas de género y raciales. En esta primera parte se nos presenta una Sandra, además de radical, cimarrona e irreverente, con una capacidad infinita de amar. Un amor que profesa hacia quienes conoce y quienes no: Celia Cruz, Isabel Moya, Georgina Herrera, Inés María Martiatu. Pocas veces se le señala esa imbricación de sensibilidad y determinación. Siempre moldeada por el impacto de sus letras contestatarias, incómodas y cuestionadoras, nos olvidamos de señalar que Sandra también desborda un amor rotundo hacia el mundo humano y no humano, ese compromiso que se instala por la búsqueda de la justicia social, y este libro así lo demuestra.
La lectura va desdoblando su creencia Yoruba, no solo como marca espiritual sino como predestinación de sus relaciones sexo-eróticas-afectivas desde el lesbianismo; su vínculo con otras mujeres afrocubanas desde el activismo entre La Habana y Hannover; y su condición de migrante, hondamente atravesada por la nostalgia y el descubrimiento. La migración se presenta como análisis de su propia existencia y la de todo un país, no solo por los que se van de Cuba, también por los que regresan.
Sandra, además, nos describe el país que sueña, su “Otra Cuba posible” que sería la de todes, con todes, para todes. Con pluma afilada disecciona su pensamiento crítico en torno a las mujeres en Cuba, a los derroteros de la única organización política que las agrupa (la FMC) imbuida en feroces dinámicas patriarcales, al persistente racismo, al colonialismo que aún hoy edifica al socialismo cubano del siglo XXI.
Narrativas relacionadas con el hip-hop, el reguetón, la prostitución, el punitivismo carcelario, nos siguen develando una visión desde los oprimidos, esos que habitan las sombras y las esquinas, los ausentes en los discursos triunfalistas, los que viven en el límite, en los bordes de un país. Estas son páginas escritas con el doloroso desenfado de la inconformidad, con el aliento vehemente de no claudicar jamás en la lucha social.
Los derechos humanos de las personas pertenecientes a la comunidad LGBTIQ y la violencia de género, en un álgido contexto constitucionalista, ocupan también varias de sus páginas. La violencia estética, la industria del entretenimiento y la belleza, la representación mediática racista y colonialista, son otros ejes a los que Sandra les da una sacudida conceptual y contra los cuales se rebela con absoluta resiliencia.
En la tercera parte, titulada “Elles”, nos llena de fascinación mediante entrevistas que ha hecho a diferentes personas con relevancia mundial, nacional, afrodiaspórica y también personal. Así nos encontramos con la(s) visita(s) de Audre Lorde a La Habana y sus impresiones sobre Cuba, con la afrofeminista queer Logbona Olukonee (actualmente Tito Mitjans), con la feminista marxista Yasmín Silvia Portales, con el chef y promotor comunitario Fernando Calderón, con la profesora Carolina de la Torre y las profundas heridas sociales de la Revolución en sus primeras décadas (aún sin la debida reparación), con la reconocida periodista Lucía Mbomío y muchas más. Es un capítulo del libro que deja reflexiones irresolubles y determinaciones irreversibles. Además, es una vitrina del potente ejercicio del periodismo de Sandra, ese que busca el pedazo de la foto en la que el ojo blanco, macho, colonial y hegemónico no ha reparado ni la acción de una sociedad heteropatriarcal se ha molestado en reivindicar.
“Negritudes” cierra el viaje de la Negra cubana. En esta última sección el racismo y la discriminación racial ocupa el vértice rector. ¿Qué es ser hombre negro en Cuba? ¿Qué es ser mujer negra en Cuba? ¿Cuáles son los retos del movimiento antirracista cubano? ¿Existe el neorracismo? Son algunas de las preguntas que nos develan estos textos finales, imprescindibles.
Sin embargo, en uno de sus textos ella misma se hace una pregunta que resuena como faro de lucidez: “¿qué es lo que queremos quienes soñamos con la equidad racial, quienes trabajamos para que las poblaciones negras disfruten de sus derechos humanos?”. Y se responde en otra especie de pregunta retórica: “¿Acceder al pedazo que nos corresponde en esta gran torta que es el patriarcado sexista-misógino-racista-xenofóbico y neoliberal, o virar patas arriba este mundo comprendiendo que su mejoramiento es posible?”.
Apartándome de los “tecnicismos” de una reseña, confieso que me leí el libro en una tarde, de un tirón (a pesar de las pausas emocionales necesarias). Las tonalidades y musicalidad de su escritura ayudaron. Lloré más de una vez. Me arrancó suspiros, rumié enojos, me regaló asombros, me maravilló las pupilas y, sobre todo, me iluminó el corazón.
“Negra cubana tenía que ser” no es solo la vida de Sandra. Es la vida de un país y su diáspora. Es la historia de la Cuba periférica, la de las fronteras. La historia de aquelles que, como ella, no vencidos, aún están por vencer.
Alina Herrera
Investigadora, abogada y activista. Escribe sobre género, feminismo y antirracismo. Afrocubana residente en México.
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