El primer libro que cayó en mis manos sobre feminismos, con apenas quince años y con plena consciencia de lo que este movimiento representa, fue Una habitación propia, de Virginia Woolf. Aún está enmarcado por la página cuarenta y cinco, acompañándome de mudanza en mudanza, esperando un día me sumerja de nuevo entre sus páginas.
Aquí hago un alto, y esclarezco de que Virginia Woolf, es una de las mayores exponentes del siglo XX. Una de las figuras más destacadas del vanguardismo anglosajón y del feminismo internacional. Pero cuando Virginia escribió este libro no lo hizo para una mujer como yo. No me imagino a una mujer negra de la época pudiendo tener el privilegio de contar con ‘’una habitación propia’’, y que valgan las dos redundancias para la que aún no le hincado el diente a este clásico.
La literatura, a través de toda la historia de la humanidad, ha estado escrita por los hombres blancos, y en una menor medida por mujeres blancas. Poder escribir la historia, siempre ha sido un privilegio que a las minorías se nos ha negado, por razones colonialistas, racistas y de total dominación. Quien tiene acceso a los juglares de la historia, podrá maniobrar el futuro.
A esa tierna edad me di cuenta de que algo fallaba y comenzó mi aventura pueril, intentando adentrarme en otras letras que hablaran de mujeres cómo yo, con mis problemáticas, vivencias parecidas, dolores y alegrías con las que me identificara. Reto difícil, hablando claro está, de una adolescente de una Cuba de los años ’90.
Con mucha tenacidad, y libros furtivos que los vecinos me traían siempre que podían, mi mente empezó a abarcar a las grandes voces negras femeninas relegadas a un segundo plano, y me vi marchando junto a Angela Davis, Maya Angelou, Kimberlé Crenshaw. Y conociendo historias como las de Sojourner Truth y Harriet Tubman.
Los distintos tipos de feminismos son tan necesarios, como necesaria es la comprensión de la interseccionalidad y la diversidad en todas sus vertientes. Es inevitable negar la realidad de que cuando yo me miro al espejo, el reflejo que me devuelve es el de una mujer negra, latina y migrante, con toda la complejidad que encierra. Porque así me ha visto, y me sigue viendo, la sociedad cada día.
El feminismo negro nació, como una necesidad para que hoy pudiéramos alzar la voz, y contar nuestras historias, historias poderosas, desde nuestra perspectiva. El discurso blanco hegemónico ya no tiene cabida, ni habitabilidad con los feminismos periféricos, en un mundo donde la globalización no es excusa, para no informarse, ni reparar.
Hoy mis letras insumisas abrazan otros tipos de feminismos, otros tipos de voces, y se hermana desde aquí, con la lucha de otras minorías también silenciadas. Pero recalca la necesidad de espacios no mixtos donde seguir forjando lazos, abrazar diferentes negritudes y escuchar miles de vivencias. La lucha nace y rompe cadenas, cuando entendemos, que un abanico de pensamientos se abre, desde opresiones individuales, transformándose poco a poco, en un solo objetivo colectivo, el cese de toda discriminación.
Y quien sabe, quizás la próxima Dayana con quince años del futuro, cuando vuelva a abrir su primer libro de liberación, pueda encontrar entre sus letras la palabra feminismo y negritud, entrelazadas sin miedo con el puño en alto. Porque si el feminismo no es antirracista, no es feminismo.
Dayana Catá
Educadora especial y escritora. Ante todo humana, negra, cubana, mujer y activista. Todo en ese orden y con el mismo grado de intensidad.
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