Fatou parecía dormir un sueño profundo. Cuando abrió los ojos, nos sabía si habían pasado minutos, días o años. Le dolía todo el cuerpo, pero por primera vez en su vida se sintió segura. Estaba en un hospital madrileño, arropada, cuidada. Escuchaba las voces del equipo médico y le costaba entender aquellas palabras. Llevaba más de dos años en España y aún le costaba expresarse en español. Y no porque no quisiera, sino porque le tenían prohibido aprender el idioma, más allá de las palabras útiles, para que siguieran explotándola y prostituyéndola.
En la siguiente semana, Fatou pudo descansar y cuando ya estaba lista para que le dieran el alta, alguien fue a recogerla. Le dijo que la invitaría a comer y que le quería contar una historia. Era una mujer, era negra, era mayor, hasta pensaba que tenía un aire a su propia madre. Y se sentó con ella. Le dijo que trabajaba en una asociación de mujeres y que, si ella lo deseaba, tenían una plaza libre. Le explicó que no tenía que volver a la calle y que no se preocupara de la deuda. Le dijo que tenía que descansar y cuidarse. Entendió que había que respetar unos tiempos físicos y psicológicos y se ganó su confianza. Fatou se fue con ella. En la comunidad se encontró con otras mujeres de diferentes edades y origenes, pero todas con algo en común.
Fatou no sabía cómo se llamaba esto que todas tenían en común, pero sus miradas se hubieran podido reconocer entre miles. Las trabajadoras de la asociación estaban siempre muy presentes y organizaban actividades de todo tipo. No faltaban momentos de risas, no faltaban momentos de lágrimas. Hasta la rabia, la desesperación, el miedo. Y así pasaron algunos meses. Fatou decía que estaba viviendo su segunda vida y que estaba aprendiendo todo desde cero, como si acabara de entrar en ese país tan traicionero.
Fatou pasó algunos meses en la comunidad y vio entrar y salir a varias mujeres. Durante ese tiempo, había aprendido español, había hecho una pequeña formación, pero, sobre todo, había accedido a recibir atención psicológica. Allí fue donde, entre lágrimas e ira, escuchó por primera vez la expresión “esclava sexual”. “¿Qué puedo hacer?”, preguntó. Y así fue cómo, poco a poco, tomó consciencia sobre la importancia de denunciar y, acompañada por aquel ángel que la llevó a comer cuando salió del hospital, tomó la decisión de hablar con la policía.
Han pasado cinco largos años desde aquel día en el que Fatou se desplomó en un polígono industrial madrileño. Han pasado cincos años desde que Fatou ha empezado a vivir su segunda vida. Fatou sigue luchando por la defensa de sus derechos como superviviente de la trata de seres humanos.
La historia de Fatou es la historia de miles de niñas y mujeres que vienen captadas en sus países de origen y trasladadas, con engaño, hasta otras zonas de sus países u otros países. En ese momento hay millones de mujeres y niñas víctimas de trata de seres humanos. Algunas nos dejan por el camino, otras se vuelven captadoras y otras, como Fatou, sobreviven. Las secuelas de la explotación sexual son eternas, tanto a nivel físico como psicológico y social.
¡Gracias, Fatou!
Giorgia Formoso
Profesora de Formación y Orientación Laboral. Italian residente en Sevilla.
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