Fatoumata se quedó impresionada, pero confiaba mucho en mami. Se sentía incómoda. Miraba esa pequeña habitación y se fijó en un detalle que le asustó: no tenía ventana. Se sentó en la cama y de repente le entraron ganas de llorar. Pensó que era el cansancio y que todo aquello era normal. Pensó que la estancia en Casablanca iba a ser muy corta y que tampoco pasaba nada por no tener una habitación más bonita. Pensó que ella no había pagado nada por aquello y que no tenía derecho a pedir más. Pensó que en muy pocas horas o días estaría viajando a España y que solo tendría que hablar con el tío y seguir sus instrucciones. Fatou estaba tumbada, a punto de quedarse dormida, soñando con los ojos abiertos e imaginando su llegada y su nuevo inicio. La mano del tío encima de su cabeza la cogió de sorpresa. La sensación de haber sido traicionada y engañada llegó con el primer golpe en la cara. La sensación de haber sido culpable de confiar tanto llegó cuando el tío se lanzó encima de su cuerpo y la violó. La sensación de que su vida cambiaría para siempre llegó cuando el tío la dejó sangrando y tirada en el suelo, cerrando la puerta con fuerza.
El tío la violó varias veces más, solo y con otros hombres. Fatou estaba viva de milagro y aún tenía la esperanza de que después de toda aquella violencia la dejarían libre para poder seguir su camino. Sin embargo, no fue lo que ocurrió. A los pocos días, el tío fue a buscarla, abrió la puerta y Fatou se quedó inmovilizada. Simplemente lo siguió. Subieron a la primera planta, vio a otras mujeres por el pasillo y una joven que entraba por la puerta principal, justamente como había hecho ella la semana anterior. La joven sonreía y su mirada estaba cargada de esperanza. Fatou hubiera querido decirle que se fuese, que se echara a correr, pidiese ayuda, pero el tío la cogió de un brazo, la apretó tan fuerte que le quitó el respiro y ella se calló. Aprendió así a callar para siempre. Llegaron al final del pasillo y entraron a una habitación donde Fatou vio muchas camas, casi mareándose por el olor a cerrado y fluidos humanos. Las dos chicas que en ese momento estaban allí venían de la ducha y tenían cara cansada. Se miraron sin decirse ni una sola palabra. El tío le soltó el brazo, Fatoumata dio un salto. Él le cogió la cara entre las manos, le apretó la mandíbula y le dijo que había contraído una deuda de 5.000 euros (cerca de 31 millones de francos guineanos) y que tenía que pagárselo si quería ir a Europa. Se fue, dejándola con las dos chicas. Le dieron ropa, zapatos, pelucas y maquillaje y se fueron juntas a un salón. Fatou fue violada esta noche por más de treinta hombres. Pasaron dos años para que pudiera saldar su deuda. Tras ese tiempo ya no era Fatou. Era una joven mujer destrozada por el tiempo y la esclavitud sexual en la que cayó atrapada.
Un día volvió a ver a mami, desde lejos y con un grupo de mujeres que había visto más de una vez en el salón del hotel. No pudo hablar, no pudo mirarla a la cara. Bajó la mirada y siguió al grupo. Cogieron un taxi-mafia hasta Tánger y con los ojos vendados llegaron a la orilla del mar. Tuvieron que inflar su propia patera y fueron lanzadas a la deriva. Mami estaba allí. El tío también. Fatou se despertó en España y se encontró en una celda con mami y las otras chicas que viajaban en la misma patera. Tres días después viajaron hasta Madrid. La encargada de la ONG donde se encontraban Fatou, las otras chicas y mami les sonreía a todas, explicándole donde firmar, donde ir, cuáles eran sus derechos y obligaciones. Fatou escuchaba palabras desconocidas hasta el momento: irregular, asilo, papeles, protección de imagen, casa de acogida, entrevista. Mami la miró y le dijo, en su dialecto, que la deuda por el viaje y la estancia en Casablanca había sido de 15.000 euros. Fatou, asustada, contó a la responsable que estaba allí para estudiar y trabajar porque en Guinea querían obligarla a casarse con su tío. Salió del despacho y, una tras otras, todas las chicas contaron la misma historia. Dos días después se habían ido todas…
Madrid era una ciudad muy grande y en la calle hacía frío, sobre todo de noche, cuando Fatou estaba con las otras chicas sentada en una silla de plástico y esperando al siguiente violador que iba a penetrarla pagándola una miseria. Todas caminaban como fantasmas en la noche. Todas miraban los coches que circulaban hacia ellas y más de una volvió llorando después de ser violada por el prostituyente de turno. Por la mañana, cuando volvían a casa, se duchaban, dormían algunas horas y volvían a la calle. Mami iba a verlas una vez al mes para cobrar. En los siguientes dos años Fatou estuvo entre Madrid y Barcelona. Entre las calles frías, los camiones sucios y los prostíbulos.
Su cuerpo estaba cansado, su mente del todo ofuscada. Sus pasos más inseguros, su andar siempre más pesado. Hasta que llegó la oscuridad y Fatou se desplomó bajo las estrellas de un polígono industrial de la capital.
Continuará…
Giorgia Formoso
Profesora de Formación y Orientación Laboral. Italian residente en Sevilla.
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