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martes, marzo 19

Colombia y el “wannabe” caucásico

Tan bella, única, pluricultural, llena de vida, con variedad de climas y paisajes; así se describe en una muy corta frase a Colombia, un país realmente precioso y ¿qué sería de él sin su población? 

Su sociedad tan diversa pero tan corta en aceptarlo, su gente tan amable pero tan plagada de concepciones coloniales de las que pareciera no haberse podido desprender desde el arribo de colonizadores españoles. 

La Colombia que tolera a las minorías, pero no las quiere cerca, la Colombia que profesa querer inclusión pero se sorprende cuando un cargo alto no está ocupado por un o una mestiza “común”. 

¿Se entendió la ironía o fue bastante ofensivo? Si resultó así, debo advertir que este texto seguramente no es para usted y lo invito a leerlo una vez quiera afrontar una realidad muy incómoda que pasa en este bello país.

Para contextualizar un poco, el término wannabe proviene del inglés y es la abreviatura de la jerga común de las palabras want to be (querer ser) y cuando lo escribo en este texto me refiero precisamente a eso, al “querer ser” algo o alguien, en este caso querer ser blanco o blanca, el wannabe ario.

Recuerdo muy bien escucharlo, “se ve más clara, más bonita”, “ella es de las negras bonitas”; y un sin fin de frases repletas de ignorancia y que sólo causan molestia y resultan tan, pero tan desgastantes. Lo peor es indicar por qué está mal decir esta clase de cosas, pero en vez de aceptar un error parece que hubiesen recibido un insulto, “Es que esos negros son todos ofendidos”. Me gusta expresarme y trato de hacerlo constantemente, pero a veces la mejor respuesta es guardar silencio y después venirlo a plasmar en una redacción escrita, es casi una experiencia religiosa; diría Enrique Iglesias.

Pero en serio, la cuestión radica en que nací en un país con una población negra, indígena y mestiza extensa pero desde mi niñez no he escuchado más que rechazo hacia aquellas poblaciones; rechazo verbal, físico o que viene en forma de “chistes”, comentarios, chascarrillos, etc. Esto no sólo ocurre en Colombia, América Latina es una de las partes del mundo donde se evidencia un flagelo racial y un rechazo hacia raíces negras e indígenas muy evidente. La preferencia latinoamericana por una estética que se asimile a la racialidad aria y caucásica no es una coincidencia, las industrias se han encargado de alimentar esa preferencia.

  • Desde la industria mediática nacional:

 En repetidas ocasiones desde el campo audiovisual se muestra una serie de patrones que al examinar cuidadosamente resultan tremendamente ofensivos, ejemplos claros se encuentran en la producción de series, telenovelas y películas donde sus protagonistas son actores de ojos claros, cabellera rubia y piel blanca, sus antagonistas suelen tener la cabellera oscura pero conservan los demás rasgos en común con los protagonistas y el resto del elenco son los personajes pertenecientes a minorías que como siempre cumplen el papel que trae la comedia, la burla o que simplemente alimenta estereotipos.

La industria cultural en Latinoamérica no solo ha vendido una y otra vez este modelo, sino que además presenta a sus protagonistas como “los bellos”, los del final felíz, pero ¿la actriz o actor negro? Ese será el que haga comentarios graciosos, baile en ocasiones o simplemente se retrata como él o la promiscua de la historia. Esto deja mucho que desear y aún más cuando las audiencias buscan verse reflejadas y encuentran esta clase de mensajes en sus preferencias televisivas, también abre una conversación muy seria acerca de qué clase de retroalimentación está recibiendo el espectador. Es ahí cuando me surge la duda, ¿son estas producciones el reflejo de nuestra gente como sociedad?

Lo más desgarrador resultar al tratar de hallar la respuesta, porque en cierta medida parece que sí. Déjenme ejemplificar la problemática: En Colombia hace algunos años, surgió una producción televisiva llamada La sucursal del cielo, la trama era simple: situada en Cali, relataba cómo la llegada al barrio de una “escandalosa” nueva familia afectaba a la comunidad. El barrio: habitado en su mayoría por blancos y mestizos, la nueva familia era por supuesto negra y el conflicto radica en que uno de los personajes se sentía “tentado” por consumar físicamente con la “negrita” de la nueva familia. Hay muchas cosas que analizar en la trama, pero para no extenderme tanto, la novela no sólo alimenta el fetiche hacia las mujeres negras sino que también reduce a toda una comunidad a un repetido estereotipo de “cómo nos comportamos”. Alimenta la errada idea de que las negritudes resultan exóticas y emocionantes para el hombre y la mujer blanca o mestiza y que posteriormente se sienten atraídos sabiendo que esa atracción eventualmente será mal vista o indebida.

  • Desde el mensaje de “la familia tradicional”:

¿Lamentable, no? Y más lamentable aún cuando se confirman todos estas concepciones en la sociedad colombiana. Este artículo no tiene la intención de hacer una generalización ambigua, pero toda esta información surge de relatos, experiencias y vivencias que muchas personas hemos vivido a lo largo de toda nuestra vida. Ahora pasemos a un plano más cotidiano: las relaciones interpersonales. En amigos, familia, ambientes laborales y hasta en relaciones amorosas, parece que la población estuviese convencida de una serie de ideales e imágenes erróneas acerca de las negritudes. Han sido incontables las veces en las que he sido señalada por mi raza, y no de una manera agradable o por lo menos positiva, siempre están los comentarios como los que mencioné unos párrafos atrás, como por ejemplo que las mujeres de tez más clara son más bonitas, que los peinados tradicionales afro parecen de ghetto, significan pobreza o están “a la moda”, que los rasgos de los negros y negras no son bonitos, que son muy “fuertes”, que nuestra personalidad es errática, que somos una raza vulgar y promiscua, etc.

Otro cotidiano ejemplo que se da muy a menudo en Colombia, es cuando a una familia mestiza se incorpora una persona de raza negra, ya sea porque mantiene una relación sentimental con algún miembro de la familia. La reacción casi siempre es similar, el típico: “¿Qué pasó aquí?”, y es que si no es porque hará parte de la servidumbre del hogar, en Colombia la inexistente “pureza” de algunos resulta de los factores más importantes a conservar en los núcleos familiares. No siempre hay expresiones verbales pero basta con las miradas, para Colombia la familia tradicional comprende de un padre y una madre blancos con una descendencia que refleje la semejanza de su linaje. Esto pasa mucho, y no sólo en zonas citadinas, este fenómeno también comprende la zona cafetera del país, he encontrado familias campesinas quienes no se sienten a gusto con “dejar entrar negros a sus hogares”. Es aquí cuando me pregunto el ¿por qué?, esto se remonta a la idea de que la piel clara y rasgos finos son sinónimo de superioridad y de riqueza; un aspecto bastante relevante en la población Colombiana.

La discriminación literalmente ha cruzado fronteras y parece que las cremas blanqueadoras, tratamientos de alisado permanente, etc; son cada vez más comunes y requeridos, todo para ir creando un reflejo de la fisicalidad exterior “deseada”.

  • Desde el patrimonio nacional 

En algunos pueblos del país también sucede esta problemática y no se salvan las poblaciones negras del Chocó, zonas costeras e isleñas. Me he encontrado con la desagradable sorpresa de afrontar racismo en pequeñas veredas y pueblos, en donde sus habitantes reclaman un patrimonio tradicional nacional y rechazan cualquier persona que no consideran “pertenece” a aquellas zonas específicas. No sé por dónde empezar, la idea que las negritudes no sean consideradas parte del patrimonio nacional ya es ofensivo de por sí, pero también hay que preguntarse, ¿en dónde han estado viviendo estas personas, en una burbuja? Nosotros los afrocolombianos somos tan nacionales como cualquier otro habitante. 

El problema también recae en que estas poblaciones vulneran muchos derechos, y a su vez generan un muy mal ejemplo para las generaciones en formación y esto se hace evidentemente visible cuando en las facultades universitarias, en los propios colegios y escuelas se presentan casos de racismo, discriminación y violación de derechos hacia comunidades negras, los cuales tristemente son muy frecuentes y la mayoría no son denunciados.

El concepto de patrimonio nacional, a menudo suele ser usado simplemente para desmeritar la lucha de minorías y comunidades vulneradas y lo único que se logra, no sólo es tergiversar el término sino que fragmenta y divide la población entre las partes afectadas y enfrentadas a una lucha inexistente.

De aquellas erradas percepciones ya he escrito antes, pero basta decir que todas se remontan a un pasado colonizador y opresor, prácticamente son nociones primitivas que nunca han tenido la relevancia exterior para ser desmentidas pero que hoy en día, las comunidades nos encargamos de reeducar y no permitirlo más. La población colombiana, debe aprender que las negritudes son parte del territorio, que sufrieron un flagelo desde la esclavización pero ésta no nos define ni nos determina, se debe hacer énfasis en lo que realmente reclamamos: respeto. No queremos ser tratados ni más ni menos que otro ser humano, pero nuestra raza no debe interponerse entre ninguna clase de relación, no debe afectar la manera en la que somos tratados y tratadas.

Debo recalcar que muchos movimientos nacionales se han encargado en poner el orgullo de las raíces negras y africanas, existen muchas personas quienes sin pertenecer a estas comunidades han hecho una buena representación de lo que significa la equidad. Sin embargo no es suficiente, hay que apostarle más a estas propuestas, hay que divulgar más el mensaje y hay que hacer entender a Colombia que para lograr una verdadera victoria, para confiar realmente en los funcionamientos políticos y para crear una sociedad real se debe desprender de organismos opresores; entre ellos: la ignorancia.


Samara Hudgson Llanos

Escritora y artista. Apasionada por la música y el arte. Bogotá, Colombia


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