«Dejo facebook porque me he sobreexpuesto y ahora me están criticando». ¿Os suena esta frase? Es relativamente común cuando alguien expresa su opinión en redes sociales en asuntos que pueden resultar «controvertidos»(comillas intencionadas, por supuesto), ya sea sexo, racismo, feminismo o cualquiera que provoque que haya personas que se sientan interpeladas y que reaccionen a lo que consideran una afrenta, defendiéndose o atacando.
Nuestro único delito, como mujeres, como personas racializadas, como subalternizadxs históricxs, casi siempre, es tener voz y «osar» usarla. Al privilegiado feliz y cómodo en su posición le aterra comprobar que estamos despiertxs, que ignoramos el prejuicio y el estereotipo que nos pusieron como traje y que decidimos hablar porque podemos y queremos hacerlo. Esa es la razón por la que, sorprendidos por «la rebelión de la disidencia» se empeñan en desactivarla con la ferocidad de aquel a quien jamás dijeron no.
Producto del aluvión de comentarios negativos y pese a los apoyos sonoros que se dan, hay quien prefiere desaparecer y, lejos de juzgar al energúmeno que, muchas veces, desde el anonimato, insulta por no poder defender sus ideas con calma, tendemos a culpar a quien sólo ha cometido el delito de opinar. Porque ahí está el error, en el propio prefijo «sobre», en asumir que hablar por fin, decir lo que pensamos desde la tribuna internáutica o desde la que muy de tanto en tanto nos ceden los medios generalistas, implica exponerse más de la cuenta y no exponerse a secas.
Hasta ese punto nos ha relegado el discurso hegemónico, que asume que nuestros sentires son tan irrelevantes que sólo por verbalizarlos estamos pasándonos de la raya y, por desgracia, hasta nos lo creemos.
Planteé esto, recientemente,en una charla con activistas feministas sobre acoso en las redes e Irantzu Varela me respondió con acierto que quizá se utiliza el término sobreexposición por las «sobreconsecuencias» y éstas, a su vez, vienen motivadas por el estupor que a mucha gente le provoca no sólo que tengamos una opinión sino que la manifestemos sin miedo.
Creo que tenemos interiorizar que hablar no debería ser un riesgo, que se trata de una necesidad personal, grupal y también de un derecho ganado por quienes lucharon para que nuestras palabras importaran. Vuestras voces son fundamentales y quiero seguir escuchándolas. Que no os desactiven, hermanas.
Lucía Mbomío
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