Desde hace año y medio tengo la suerte de compartir mi tiempo con niños y niñas de todas las edades trabajando como monitora. Este tramo de tiempo me ha dado, me da y , aunque no quiera, me seguirá dando que ver muchas actitudes racistas en un contexto tan significativo como son las escuelas.
He podido observar como hay niños y niñas que desde que son conscientes de su diferencia, y debido al entorno al que están sometidos, no pueden aceptarse. No pueden porque se encuentran día a día con un sinfín de palabras, gestos, actitudes, miradas, burlas, publicidad y de incongruencias que no les permite ser pieza de puzzle en esta sociedad, pues no encajan.
No encajan de la misma manera que una persona adulta como yo, no encaja cuando comenta éstas observaciones. Ser afrodescendiente me sigue condicionando en negativo hasta cuándo argumento en contra de situaciones racistas, o mejor dicho, defiendo cualquier característica que no sea blanca. Pues la similitud de la vivencia solo me lleva a la emoción, a la empatía, a algo que consideran exagerado puesto que algunos y algunas no comprenden que es estar discriminado de forma encubierta e inconsciente.
Se hace una clasificación permanente, casi de facto, de lo que se debe tratar con los y las niñas y esta jerarquía da lugar a que el tema del racismo, dentro de la transversalidad pierda la visibilidad categorizándolo como un subfactor, una ramificación más de algo de la vida que termina normalizándose mediante la misma actitud de los y las adultas.
Casos como : el hecho de que niños y niñas de piel negra se vean claros, de color blanco o mulato, un autoengaño que responde así al reclamo de una sociedad diseñada por y para blancos; de hablar con un niño que comprende perfectamente el catalán y que sus compañeros y compañeras digan riéndose que no me comprende porque es de otro país; El hecho de usar términos que se refieren al negro para insultar o referirse al niño o niña; educadoras que resaltan las características facciones afros como si el niño o niña fuera un ente exótico, en vez de buscar un diálogo mediante el que normalizar ser una persona afro en un contexto blanco.
Ejemplos, aparentemente sutiles, que pierden consistencia al no ponerse encima de la mesa y terminan diluyéndose en el aire, pero eso sí: influyendo negativamente en la autoconcepción del niñ@.
La introspección más allá de lo que creemos ser, la autocrítica ante acciones y palabras que parecen inocentes hacía colectivos de raza, orígenes y cultura distintos a los nuestros es necesaria. Una reflexión a la que me sumo personalmente, porque yo misma y aún siendo afro he descubierto pensamientos y formas de actuar microrracistas en mi misma.
A la formación como monitoras y monitores, educadoras y educadores, acompañantes o simplemente como adultas y adultos se le debe sumar el conocimiento sobre el racismo y la aplicación del conocimiento realizando un diagnóstico mediante el cual se le dará una solución efectiva, más allá de excusarse con la transversalidad de la materia: con la voluntad de aplicarlo en un todo y por consecuencia aplicándolo en un nada.
Irina Illa pueyo
Trabaja como monitora infantil, tiene el título de Técnica Superior en Educación Infantil, es Estudiante de ciencias políticas y es miembro activa de un sindicato de estudiantes.
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Pasaba por aquí, me he leído esto, me ha gustado y quería compartir algo. Vivo en Reino Unido. Mi hijo tiene siete años. Hablando con él nos hemos dado cuenta de que es probable que para los niños, en principio, el color de la piel no sea un rasgo distintivo de las personas. Cuando le preguntas por un amiguito nunca recurre al color de la piel, cosa que para los adultos es inmediato. Tenía una amiga de piel muy oscura. Un día nos contó algo de ella, nos decía su nombre pero le entendíamos. Tras un buen rato tratando de adivinar de quién hablaba nos la describió como la niña que tenía trenzas por todo el pelo. En ningún momento se refirió al color de la piel. Cualquier adulto lo primero que hubiera dicho es algo como «si hombre, la niña negrita» o algo parecido. Me pareció muy curioso. Por cierto¿Qué edades tienen los niños de los que hablas en tu artículo?
Un saludo