Mucho se dice desde la vox populi sobre los movimientos que buscan la igualdad en diversos ámbitos de la sociedad. Se cuestiona esto en la mayoría de casos por diversas motivaciones, pero resuena en muchos lugares -que van desde los espacios de participación, las redes sociales, los agentes socializadores como la familia, la escuela, la iglesia, instituciones, entre otras- que la lucha por la igualdad de condiciones tiene un tinte de búsqueda por alcanzar privilegios, lo cual sólo busca deslegitimar los esfuerzos.
En un primer momento, muchas de las personas que hablan de una igualdad ya existente desconocen de su propia posición en la sociedad. Porque se acepte o no, la sociedad clasifica y posiciona a las personas unas frente otras; ya se trate de cuestiones raciales, de género, de orientación sexual, de condición económica, de diversidad funcional y nacionalidades, siempre se aborda desde una perspectiva de una implícita superioridad de alguien. Muchas mujeres reproducen patrones de conducta machistas en su mayoría de casos por desconocerlo; porque esa es la forma en la que aprendieron; porque la sociedad les ha enseñado que eso es lo normal. Mucho se dice que son las mujeres quienes reproducen el machismo y hasta ha llegado a culpárseles por la perpetuidad del sistema de exclusión del que ellas son las principales víctimas; pero si a ellas les ha correspondido educar a los hijos e hijas ¿dónde están los padres? ¿Por qué no culparles también a ellos por no estar presentes en la educación de los hijos e hijas?
En otros casos, aceptar que se margina y discrimina a alguien para muchos es reconocer debilidad y mantener una postura firme, les parece lo más adecuado frente a una discusión en la que se estén vulnerando derechos. Y acá es donde se aborda una palabra que a muchos parece lastimarles: privilegio. ¿Existe privilegio para los hombres inmersos en un sistema machista, a pesar que éstos también sean víctimas del mismo? Por supuesto, por poner un ejemplo de la cotidianidad: la forma en la que los chicos y chicas viven su sexualidad no es la misma; a ellas se les reprime desde pequeñas a la exclusividad con un hombre, mientras que en ellos se motiva la promiscuidad e irresponsabilidad sexual y reproductiva. La sociedad considera que los hombres por serlo, ya tienen características propias como la fuerza y la protección paternalista. Fuerza que en muchos casos termina en violencia contra las mujeres. Sí, hay privilegio.
El camino por la lucha a la consecución de la igualdad está lleno de piedras, muchas de ellas son el no querer renunciar a esos cientos de privilegios concedidos. La exclusión de personas de escenarios de la vida cotidiana también implica que hay privilegio para quienes sí estén inmersos en ellos. Por lo tanto, el negar que no existe desigualdad, sólo la atenúa.
Cuando alguien afirma que la igualdad ya está alcanzada, está negando los problemas que grupos y porcentajes de población tienen, los está invisibilizando. El punto es que con negar una verdad no desaparece; no se trata de palabras mágicas que al decirlas varias veces surten efecto y los grandes problemas sociales de desigualdad encuentran su solución al frotar una lámpara.
Negar la desigualdad es desconocer la realidad de diferentes personas, porque justamente ese es otro punto. La falta de empatía de la que muchas personas se valen para condicionar y juzgar la vida de otras, indica mucho sobre lo que conoce alguien de la vida de otras personas. Estar en los zapatos de otra persona no es un hábito usual por la sociedad. Reconocer que el otro está sufriendo no sucede muy a menudo y se les suele llamar con indicativos de exageración, extremistas o mal empleados radicales.
Porque desde el pedestal de la sociedad se ve muy poco como vive otra persona que está allá, en los barrios y colonias donde hay muy poco acceso al agua potable; donde probablemente un niño no estudie porque sus padres no tienen dinero para enviarlo a una escuela; donde mueren muchos por no tener acceso a los servicios básicos de salud. Desde arriba no se ven los problemas, habrá que bajar y averiguar por qué es que se queja esa persona y cuál es su sufrimiento.
Finalmente, dejar la individualidad es un tema trascendental para la eliminación de la desigualdad. La sociedad necesita hacer de los problemas de los vulnerables como problemas en conjunto, como problemas de todas las personas. El que una mujer sea condicionada a tener que morir antes que abortar es violencia y la paga con creces la sociedad entera. ¿Qué pasará con la familia de ella? ¿Se desintegrará? ¿Sus hijos, si tiene, qué será de ellos? El dolor de esa familia se trasladará al escenario social e impactará negativamente.
La búsqueda por la igualdad de condiciones es un trabajo de todas las personas, se debe crear los mecanismos para que sea efectiva y entender –de una vez por todas- que para que la igualdad llegue un día a ser realidad, se deben tratar desigual a los iguales. Dotar de oportunidades a quien no las tiene, incluir a quien no ha sido incluido e invitar a formar parte de la sociedad a todas aquellas personas que son víctimas de la marginalidad y la discriminación.
Danny Portillo
Salvadoreño de 28 años reside en San Slavador. Licenciado en relaciones Internacionales.
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