martes, noviembre 19

El paso de la esclavitud al trabajo libre en Estados Unidos

Uno de los períodos más polémicos de la historia de los Estados Unidos, es el que sigue a la guerra de secesión: la reconstrucción (1865-1877).

Las polémicas centradas en las convenciones historiográficas, desde las testimoniales hasta las posrevisionistas más actuales, analizan el período haciendo énfasis en el debate sobre el lugar de los afroamericanos en la sociedad para ese momento. Entre los trabajos más novedosos y eruditos sobre este tema, se encuentra los de Eric Foner (1943), quien sostiene que la reconstrucción se trató de una “revolución no terminada” [1] , ya que tras un análisis total, observa la reformulación de la sociedad sureña, haciendo hincapié en la estructura de clases sociales, la organización de sistemas laborales nuevos –dado que los afroamericanos dejan de ser esclavos para ser trabajadores libres–, las ventajas que les ofrecía el partido republicano y el racismo como elemento histórico y principal piedra de tranca para los cambios venideros a lo ancho de los Estados Unidos.

Para el historiador estadounidense, los análisis revisionistas y posrevisionistas han carecido de una visión global para entender la dinámica político-social de los años de la reconstrucción, esforzados en apreciar la “supremacía negra” y el “libertinaje en el gobierno”[2] como aspectos únicos del período. Foner, por su lado, rescata una idea de la Escuela de Dunning, al reconocer que la reconstrucción tuvo implicaciones nacionales y así debe entenderse; de este modo, afirma que la reconstrucción no sólo se produjo en el Sur sino también al Norte de los Estados Unidos, ya que en ambos extremos se promovió una transformación en las relaciones de trabajo y una nueva dinámica entre capital-mano de obra.

«Sabían que una vez dada la libertad a los esclavos sería imposible regresar a los viejos mecanismos de control…»

Foner analiza los cambios económicos en el Sur expresados en la resistencia de los sureños en abandonar el esclavismo y hacia la búsqueda de la movilidad social de los afroamericanos promovida por los políticos norteños. Para los plantadores blancos sureños, la abolición de la esclavitud se tradujo en la imposibilidad de obligar a los afroamericanos a trabajar por sí solos, ya que –según aquellos– sólo podían hacerlo bajo coerción y vigilancia[3]. Sabían que una vez dada la libertad a los esclavos sería imposible regresar a los viejos mecanismos de control y de producción, así como sabían que ningún blanco tomaría su lugar[4]. De allí que se inundara la prensa con quejas de los blancos sobre una supuesta cualidad de los negros de desorganizados y reacios a las órdenes y el trabajo. El autor establece un matiz sobre esta apreciación desde dos flancos: las consideraciones sobre el trabajo libre desde la perspectiva norteña y la visibilización de las prácticas sociales y ambiciones de los afroamericanos.

Para los norteños la esclavitud representaba un alto costo de inversión que se traducía en improductividad, para ellos el trabajo libre era la garantía del progreso material; fuertemente influenciados por los principios del liberalismo moderno –inspirado en Adam Smith–[5] en el que el mercado ofrecería los incentivos económicos y la movilidad social que impulsaría a los libertos a entrar en el carril de la producción mediante el establecimiento inicial de la contratación como un convenio transitorio hasta que los ingresos fluyeran por sí mismos y pudieran entonces obtener el tan prometido lote de tierra que les otorgaría completa autonomía económica. Luego, desentraña lo que se oculta tras las acusaciones de los blancos hacía el espíritu de los negros. A partir de una investigación de los “cliométricos” expone un extremo en la interpretación que desmonta inmediatamente: la consideración de que el negro sale de la plantación como un sujeto inclinado hacia la máxima productividad, lo cual, pierde crédito al considerar las condiciones de explotación del esclavismo[6].

Por otro lado, visibiliza el hecho de que los afroamericanos si estaban alejados del trabajo de la plantación era porque preferían dedicarse al cultivo en pequeña escala[7], tal como lo hacían los blancos antes de la guerra de secesión, y que, aun cuando algunos sectores participaban del trabajo en las vías férreas o en las fábricas, la mayoría optaba por formas de producción reducida lo cual afectaría irremediablemente tanto el esquema sureño de la plantación como las ambiciones del modelo económico-liberal norteño, amenazadas estas por la percepción de que los afroamericanos pudiesen optar por una autosuficiencia que respondiera a intereses propios[8]. De esta amenaza, el autor decanta la fuerte resistencia de los blancos del Sur y de los inversionistas norteños a dar lotes de tierra a los libertos, pues veían cómo la abolición en las Indias Occidentales había acabado con la economía de la plantación. En respuesta los plantadores obligaron a los trabajadores a mantenerse en las plantaciones a través de contratos de obligatoriedad, castigos y sanciones por abandono del trabajo, entre otros.

Por otro lado, el autor, acude a otros hechos de carácter ideológico y político, en una esfera más regional, que llevan el propósito de todos los sectores implicados lejos de sus esperanzas económicas. El primero de ellos, el creciente empobrecimiento del Sur a causa de la implantación del monocultivo del algodón y las políticas para mantenerlo[9]. La más feroz fue la del arrendamiento que obligaba al cultivo exclusivo de algodón que, si bien llevó a la quiebra de muchos pequeños granjeros, produjo el levantamiento de una organización de clase incipiente en la comunidad blanca a partir del debate sobre las leyes de diferimientos y exenciones sobre la propiedad, que resonaría en la gran reforma agraria, en la década de los 80’.

«…sólo con el advenimiento de la redención fue posible quitar a los negros y blancos pobres su participación en la política.»

En segundo lugar, en los primeros años de 1870, la participación de los afroamericanos en el escenario político –tras perder la lucha por la distribución de la tierra según la promesa norteña de “40 acres y una mula”–, como funcionarios (jueces procesales y legisladores) junto a aquellos blancos republicanos que procuraban la protección de los trabajadores agrícolas y de sus votantes por encima de los interés de los propietarios blancos[10]; sin embargo, esto no generaba tanta oposición hacia el partido republicano del Sur y su constitución clasista, como el hecho de que los afroamericanos no pagaran impuestos aun cuando tenían una alta participación en la legislatura. Sin embargo, la línea política de éste partido apuntaba hacia la modernización económica aun cuando se declarase como un partido de los pobres, lo cual se expresaba en una división en dos tendencias internas del partido: una modernizadora que proponía seguir el camino de la industrialización marcado por el Norte, y otra, redistribucionista que buscaba una mejor distribución de la tierra y mayor asistencia a los blancos y negros pobres[11].

Sin embargo, Foner destaca otro rasgo que limita la presencia política negra y su protección por parte de los republicanos, y arroja un matiz sobre las acusaciones de corrupción y libertinaje hacia los gobiernos radicales: la pérdida de influencia en el gobierno local y estatal de las élites blancas sureñas a causa de la escisión entre tenencia de la tierra y poder político. El autor hace un crítica a la idea de ciudadanía republicana profesada por los políticos demócratas, las Convenciones de Contribuyentes y los norteños radicales, vinculada a la posesión de la propiedad, al calificarla, según el autor, como elitista y contraria a todo tipo de democracia[12]. También, sitúa en este punto las represalias económicas impuestas por los demócratas hacia los votantes afroamericanos del partido republicano, quienes demostraban una gran independencia política al no ceder ante las intimidaciones, lo que degeneró en represalias violentas para debilitar sus derechos políticos[13].

Foner específica que sólo con el advenimiento de la redención fue posible quitar a los negros y blancos pobres su participación en la política, controlar el trabajo, restringir su derecho al voto e imponer “un sistema de segregación racial” progresiva mediante la conjunción de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, así en 1870, las legislaturas promulgaron medidas que protegían a los plantadores, castigaban a los trabajadores, reinstauraban los Códigos Negros 1865-66 y definían al aparcero como un simple empleado sin derechos ni participación sobre la cosecha.


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Apunta, también, como debilidad de los gobiernos de la reconstrucción su dependencia del gobierno federal y de la opinión pública del Norte, cuyos hombres de negocios desde fines de 1860 definieron la política de la reconstrucción como opuesta a los negocios, pues la participación negra fue vista como un elemento que alejaba las inversiones y la crisis de 1873 fue atribuida a la parálisis sureña. Así, explica Forner que los norteños desvían su atención del tema del trabajo libre hacia los intereses del capitalismo industrial creciente.

Forner cierra su análisis sobre el fin de la reconstrucción en 1877, ubicándola en medio de dos paradojas: a) norte y sur se enfrentaron al problema de “cómo conservar el orden social ante una numerosa clase de trabajadores desposeídos”[14]; b) la gran huelga ferroviaria, en ese mismo año, pone en el centro de los debates, nuevamente, el tema “de la mano de obra y el capital, el trabajo y los asalariados”, además, derribó el mito de que EUA podía tener capitalismo sin conflictos de clase. Así, al final del período, los sureños debieron aceptar las condiciones del trabajo libre y los norteños debieron comprender las realidades de la tensión capital-trabajo, cosa que los sureños ya habían experimentado.

La importancia del trabajo de Foner, es que centra la discusión a través de los intereses de cada uno de los grupos, blancos y afroamericanos, norteños y sureños, desde la escala regional-nacional. Además pone en manifiesto que el fenómeno de la reconstrucción no fue un proceso homogéneo en la totalidad de los EUA, dado a las singularidades de los debates políticos que se generaron entre norte-sur. Por otra parte, desmiente la tesis de que los afroamericanos se encontraban reacios al trabajo de la plantación, sino que estos en el fondo lo que buscaban era trabajar para sí mismos. Ahora, este trabajo presenta una paradoja: aun cuando Foner hace una fuerte crítica hacía la idea de las élites blancas de que la ciudadanía republicana está ligada a la propiedad de la tierra, deja escapar el hecho de que los afroamericanos justamente participaban de esta concepción al orientar su lucha primordial hacia la obtención de tierras.

Notas y bibliografía

[1]Eric Foner, Reconstruction. América’s unfinished revolution 1863-1877, Nueva York, Harper & Row. 1988.
[2]Foner, “Reconstrucción” en, Arriaga Weiss, Estados, 1991, t. I, p. 208.
[3]Ibídem, p. 211.
[4]Foner asegura, que “En 1866 observaba un periódico de Georgia, ‘todos deben saber que ningún blanco va a trabajar como negro en una gran propiedad, levantándose al sonido del cuerno y regresando cuando el rocío este denso’. No obstante, el mito de que sí lo harían persistió durante años, y también persistió la renuencia de los inmigrantes blancos a irse al Sur.” Ibídem, pp. 223-224.
[5]Ibídem, p. 216.
[6]Ibídem, pp. 217-218.
[7]Según Foner, “el término ‘indolencia’ no comprendía sólo a los negros que no querían trabajar en absoluto, sino también a los que preferían trabajar para sí mismos. Los mismos negros de las plantaciones emplazados por vagancia dedicaban un tiempo y un esfuerzo considerables a sus propias hortalizas y, como bien se sabe, el deseo universal de los libertos era poseer su propio terreno.” Ibídem, p. 219.
[8]Ibídem, pp. 221-222.
[9]Ibídem, p. 225.
[10]En contraposición a las medidas impuestas por las legislaturas de los estados sureños; según Foner, en los primeros años de la década de 1870, “los legisladores negros presionaron para que se expidieran leyes que garantizaran a los trabajadores agrícolas un primer derecho de retención sobre las cosechas y estas medidas fueron aplicadas por casi todos los estados sureños durarte la reconstrucción. Se revocaron los Códigos Negros, así como la legislación que los demócratas de Carolina del Norte aplicaron en vísperas de la reconstrucción militar, la cual concedía a los terratenientes dos oportunidades de conciliación en las disputas legales con los arrendatarios y les otorgaba el derecho de apropiarse de una parte de la cosecha del arrendatario a la más leve sospecha de que intentaba irse a trabajar a otra parte. Las nuevas leyes de impuestos daban una orientación progresista a la carga de las contribuciones, revocando los elevados impuestos personales y las bajas tasas sobre la propiedad de tierras, política de la reconstrucción presidencial. Y la legislación declaró ilegal despedir a los trabajadores de las plantaciones por razones políticas o antes de pagarles al acabar el año.” Ibídem, p. 225
[11]Ibídem, p. 231.
[12]Ibídem, pp. 236-237.
[13]Ibídem, p. 238.

FONER, Eric, “La reconstrucción y la crisis del trabajo libre” en, Víctor Adolfo Arriaga Weiss, at al., Estados Unidos visto por sus historiadores, México, Instituto Mora/Universidad Autónoma Metropolitana, 1991, t. 1, pp. 208-243.

Yeymi Pérez



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