
El racismo institucional rara vez se presenta de frente. No suele llegar en forma de insulto ni de violencia explícita. Sus trampas son más sutiles, más aceptadas, y por eso logran sostener desigualdades durante generaciones. Estas son cinco de las más frecuentes:
1. La trampa de la “neutralidad”
Se habla de instituciones “neutrales” cuando en realidad sus normas han sido creadas por y para un grupo mayoritario. Esta supuesta imparcialidad oculta el hecho de que los procedimientos, exámenes, protocolos y requisitos están diseñados con un sesgo que perjudica a las personas racializadas.
2. La trampa de la “excepción”
El discurso de que los casos de discriminación son “aislados” es una forma de negar la estructura. Así se encubre que las exclusiones en la vivienda, el empleo o la escuela no son accidentes, sino parte de un patrón sistemático.
3. La trampa del “mérito”
Las instituciones suelen justificar sus decisiones bajo la idea de que “gana el mejor preparado”. Pero el acceso a recursos, oportunidades y redes de apoyo no es igualitario. El mérito se convierte en una cortina de humo que legitima desigualdades de origen.
4. La trampa del “buen trato individual”
Muchas veces se responde a las críticas diciendo: “Aquí tratamos bien a todo el mundo”. Se confunde la cortesía personal con la justicia estructural. Que alguien no sea insultado no significa que el sistema en el que participa no sea excluyente.
5. La trampa de la “invisibilidad”
Cuando no se recogen datos sobre raza, origen o etnia, se crea la ilusión de igualdad. En realidad, la ausencia de estadísticas impide demostrar desigualdades y perpetúa la idea de que el racismo no existe en ese espacio.
Estas trampas funcionan porque no generan escándalo inmediato. Se disfrazan de normalidad. Identificarlas es el primer paso para desmontar un racismo institucional que se sostiene precisamente porque pasa desapercibido.
Redacción Afroféminas

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