
De cara al 8M, me gustaría compartir una reflexión con la sociedad en general, pero especialmente con las compañeras del movimiento feminista en España.
Esta reflexión nace tras varias discusiones en espacios feministas donde a mí y a otras feministas no blancas nos han interpelado con esta cuestión. En esos momentos, me he sentido obligada a responder de manera rápida y en un espacio no seguro. Por eso, hoy, previo al 8M, quiero hacerlo nuevamente, pero desde la calma, sin imposiciones y con el tiempo necesario para la reflexión.
Existe una idea interiorizada dentro del feminismo occidental en relación con el feminismo negro, específicamente en España: la creencia de que las feministas negras, en lugar de apoyar, dividimos el movimiento al centrar la lucha en la cuestión racial y, de esta forma, desviamos la atención de “la lucha común”. A estas alturas, podríamos creer que la interseccionalidad es un concepto reflexionado e interiorizado dentro del movimiento feminista en España, pero la realidad nos demuestra que no siempre es así. Aún nos queda camino por andar; esperemos que juntas.
Desde el movimiento feminista negro no solo cuestionamos, sino que ampliamos los enfoques del feminismo occidental. Integramos la interseccionalidad como un marco clave para entender cómo la raza, el género y la clase, junto con otros factores, interactúan en la construcción de las opresiones. Filósofas como Lélia Gonzalez ya abordaban estas cuestiones mucho antes de que Kimberlé Crenshaw acuñara el término interseccionalidad.
Para nosotras, tanto el género como la clase y la raza son cuestiones que nos cruzan de manera directa como mujeres negras, y nuestro cuestionamiento al sistema heteropatriarcal pasa por repensar estos puntos y creemos que cualquier lucha feminista debe incluir estas dimensiones.
El feminismo negro nunca ha olvidado que la opresión es estructural. Lo sabemos porque la pobreza se acumula mayoritariamente en la vida y los cuerpos de las personas no blancas.
La cuestión de la clase es fundamental en nuestro movimiento, porque desde hace años hemos sido las obreras del sistema capitalista. Basta con mirar dentro de los hogares del Estado español para ver a mujeres afrodescendientes, migrantes, no blancas, sosteniendo con sus cuerpos el trabajo doméstico y los cuidados en condiciones precarias que rozan la esclavitud. O dirigir la mirada a los invernaderos del sur, donde, detrás de los trapos que usan para protegerse del inclemente sol, están mayoritariamente mujeres negras, afrodescendientes, migrantes, mujeres no blancas. ¿Compañeras, cómo no vamos a cuestionar este sistema capitalista que nos arrebata la posibilidad de vivir vidas dignas, vidas vivibles?
¿Cómo podéis pensar que nos quedamos en debates identitarios superfluos, si este mismo sistema tiene entre sus manos la sangre de nuestras hermanas que mueren cruzando el mar en busca de una vida digna, para encontrarse con la muerte y la exclusión?
El feminismo negro también lucha contra la desigualdad de género. Dentro de la pirámide social, donde el sujeto absoluto es el hombre blanco, nosotras estamos al final. Como bien apunta Djamila Ribeiro, ocupamos no solo la posición del otro, sino del otro del otro. Nos alejamos de la categoría del hombre absoluto en dos posiciones: no somos leídas como hombres blancos, pero tampoco como mujeres blancas. Esto nos coloca nuevamente en el último escalón de la jerarquía social y nos recuerda constantemente la imposibilidad de habitar dentro de la categoría de mujer blanca. Y es importante recordar que esta categoría, aunque es opresimida, sigue estando por encima de nosotras en la pirámide social y, a efectos prácticos, en el día a día juega en nuestra contra.
Somos mujeres, sí, pero no mujeres blancas.
¿Cómo creéis, compañeras, que no vamos a querer desmontar esta categoría limitante, excluyente y construida desde una lógica heteropatriarcal?
Cuestionamos la clase, el género y la raza porque la sociedad nos lee dentro de estas categorías que perpetúan nuestra exclusión.
Argumentar que desde el feminismo negro centramos nuestra lucha en la raza por encima del género es no haber entendido que este sistema busca dividirnos, porque es la mejor forma que tiene de mantenernos oprimidas. Cuestionar la relevancia de nuestra lucha racial es no haber integrado, en ningún caso, el concepto de interseccionalidad, que hemos traído al movimiento feminista occidental. Porque sí, somos mujeres, pero mujeres no blancas, que sufrimos violencias específicas debido a la posición que esa intersección nos impone.
Que a nadie le quepa duda, las feministas negras hemos luchado y seguimos luchando contra la desigualdad de clase, género y raza porque estas tres cuestiones nos cruzan y nos limitan y como mínimo, debemos ir en contra de aquello que nos considera menos merecedoras de derechos.
Compañeras, quizás donde deberíamos dirigir la mirada crítica es hacia este sistema heteropatriarcal, capitalista, precario y putrefacto, que no solo nos oprime, sino que también vacía de contenido nuestras luchas y las convierte en productos de consumo, al igual que lo hace con muchos otros movimientos y cuerpos. Ese mismo sistema que, en fechas señaladas, inunda los escaparates de las tiendas con lazos morados y banderas de colores, mientras que el resto del año vulnera los derechos de nuestras compañeras, recortando programas de equidad de género y diversidad.
La lucha contra el racismo, el clasismo, la LGTBIfobia y el capacitismo es inseparable del feminismo. Necesitamos espacios seguros donde nuestras voces, las voces de las mujeres no blancas, trans, migrantes, con diversidad física o cognitiva y de diferentes contextos y orígenes sean realmente escuchadas y representadas, sin ser instrumentalizadas o relegadas a un segundo plano.

Zinthia Álvarez Palomino
Afrovenezolana Creadora del proyecto literario @negrasquecambiaronelmundo que visibiliza las aportaciones de mujeres negras. Autora de los libros «Mujeres negras en la ciencia» y «Mujeres negras en la Filosofía».

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