sábado, diciembre 27

Cuando Fanon murió en el país de los linchadores

6 de octubre de 1961. Un hombre enfermo y agotado desciende de un avión en Virginia. Le acompaña un agente de la CIA llamado Oliver Iselin. Cuando le dicen que deben cruzar desde Virginia hasta el Distrito de Columbia, el hombre exclama con cansancio: «¡Oh Dios mío! Otra frontera más». Ese hombre es Frantz Fanon. Tiene 36 años, leucemia mieloide en fase terminal, y está a punto de vivir la última y más dolorosa de las paradojas de su vida: morir en Estados Unidos, el «país de linchadores», como él mismo lo llamaba.

Mural del artista
Jean Baptiste Colin en 160 Boulevard Théophile Sueur y Rue Maurice Bouchor, Montreuil (Departamento 93 – Seine-Saint-Denis). París

Hoy, 6 de diciembre de 2025, se cumplen 64 años de su muerte en el hospital de Bethesda, Maryland. Sesenta y cuatro años desde que el psiquiatra martiniqués, filósofo de la descolonización y combatiente del Frente de Liberación Nacional argelino, exhaló su último aliento bajo el nombre falso de Ibrahim Fanon, vigilado por los servicios de inteligencia estadounidenses, lejos de la tierra argelina por la que había entregado todo.

La cruel ironía del destino

La historia de cómo Fanon llegó a morir en suelo estadounidense es en sí misma un relato de las contradicciones del colonialismo y la Guerra Fría. En diciembre de 1960, tras un agotador viaje por el desierto del Sahara donde intentaba abrir un tercer frente para la resistencia argelina, le diagnosticaron leucemia mieloide. Los médicos le confirmaron que le quedaban apenas unos meses de vida. Primero viajó a Moscú buscando tratamiento. Hubo una breve mejoría, una tregua que el cáncer le concedió para una última batalla.

Esa batalla no sería militar. Sería intelectual. Entre mayo y octubre de 1961, en Túnez, con el cuerpo devastado pero la mente incendiaria, Fanon dictó su testamento político: Los condenados de la tierra (Les damnés de la terre). Cada palabra era un acto de resistencia contra la muerte que avanzaba. Cada página, un legado para las generaciones que continuarían la lucha.

Cuando el tratamiento soviético falló, los dirigentes del FLN gestionaron lo impensable: llevarlo a Estados Unidos. El presidente John F. Kennedy, en plena competencia con la URSS por la influencia en el mal llamado Tercer Mundo, había adoptado una postura favorable a la descolonización argelina. La CIA, siempre pragmática, vio una oportunidad. Mhammed Yazid, representante del FLN en Nueva York, contactó con Oliver Iselin, el agente encargado del «dossier argelino» desde la antenne de Tánger.

Los condenados de la Tierra


Fanon es uno de los intelectuales que más ha trabajado el tema de la colonización política, ideológica y cultural. Su presencia en la Revolución argelina fue decisiva para corroborar en la práctica todo lo que del poder colonial había aprendido cuando cursaba sus estudios en París. Los condenados de la tierra –prologada por Jean Paul Sartre– es su obra más emblemática, publicada tras su muerte, en 1961. Para Fanon, la liberación nacional significaba mucho más que la independencia, ya que se constituía en un proceso de autoliberación y reconocimiento.

Sus enseñanzas nunca quedaron en el olvido y hoy, en que el mundo vuelve a estar tiranizado por un solo discurso y se trata de arrollar militarmente cualquier foco de disidencia, mucho de lo que Fanon predicaba sobre los colonizadores adquiere una vigencia indiscutible. Y vuelve a generar la esperanza que necesitan los colonizados para seguir ejercitando la rebelión. «Manifiesto extremo del tercermundismo. Incendiario pero complejo además de sutil en el análisis» (Jean Paul Sartre en el prefacio).

Fanon aceptó con «muchos escrúpulos», según el propio Iselin. ¿Cómo no tenerlos? El hombre que había escrito sobre la violencia liberadora, que había denunciado el racismo estructural de Occidente, que había llamado a Estados Unidos el país del linchamiento, ahora dependía de sus hospitales para sobrevivir. Lo instalaron primero en el Dupont Circle Hotel. Una semana después, el 10 de octubre de 1961, fue admitido en el National Institutes of Health de Bethesda.

Escribir hasta el último aliento

Pero Fanon no fue a Estados Unidos solo a morir. Incluso en su lecho de hospital, continuó trabajando. Los condenados de la tierra salió de imprenta apenas tres días antes de su muerte. Jean-Paul Sartre, a quien había conocido en Roma en uno de sus últimos viajes, escribió el célebre prólogo en septiembre de 1961. En él, Sartre captó la esencia del pensamiento fanoniano: la violencia del colonizado no era barbarie, era respuesta simétrica a la violencia fundacional del colonialismo.

El libro era una advertencia profética. Fanon anticipó lo que vendría después de las independencias: «Los movimientos de liberación pueden transformarse en mera dictadura burguesa, sin máscaras, sin maquillaje, sin escrúpulos cínicos». Lo vio con una claridad que aún hoy nos estremece. Vio el neocolonialismo antes de que tuviera nombre.

Su esposa, Marie-Josèphe «Josie» Dublé, estuvo a su lado en esos últimos días. Con ella tenía un hijo, Olivier, nacido en 1955. También le sobrevivió su hija Mireille, de un matrimonio anterior, quien más tarde se casaría con Bernard Mendès-France, hijo del político francés Pierre Mendès-France. Josie, la compañera de lucha y vida, se suicidaría en Argel en 1989, llevando consigo el peso de tantas batallas y pérdidas.

El regreso a la tierra prometida

Fanon murió el 6 de diciembre de 1961 a las 6:00 de la madrugada. Su cuerpo fue trasladado primero a Túnez, donde recibió un funeral de honor. Luego, cumpliendo su última voluntad, fue llevado a través de la frontera, en territorio argelino liberado. Las columnas del FLN lo recibieron con honores militares y lo escoltaron hasta el cementerio de los Mártires (Chouhada) en Ain Kerma, en la provincia de El Tarf, cerca de la frontera tunecina.

Murió ocho meses antes de la independencia de Argelia, proclamada el 5 de julio de 1962. Tan cerca. Tan terriblemente cerca de ver culminado el sueño por el que lo había dado todo: su carrera, su país de nacimiento, su salud, su vida.

Hoy, 64 años después, cuando vemos el avance de la extrema derecha en Europa y América, cuando el racismo viste traje de «preocupación por la identidad nacional», cuando se criminalizan las migraciones y se blanquea el discurso colonial, Fanon nos interpela con la misma necesidad que en 1961.

Su análisis sobre la alienación del colonizado, sobre cómo el racismo se incrusta en la psique individual y colectiva, sobre cómo el oprimido internaliza la mirada del opresor, sigue siendo de una actualidad desgarradora. «Cada generación debe, en una relativa opacidad, afrontar su misión: cumplirla o traicionarla», escribió en Los condenados de la tierra.

¿Cuál es nuestra misión hoy? Fanon nos dejó pistas. Hay que combatir las manifestaciones evidentes del racismo, pero también descolonizar las mentes, de desmantelar las estructuras que perpetúan la deshumanización. Se trata de entender que la lucha antirracista es una guerra de trincheras que se libra cada día en las calles, en las instituciones, en los medios, en nuestras propias consciencias.

El Fanon que murió en Bethesda, solo y lejos de casa, es el mismo que nos grita desde sus páginas: «Oh cuerpo mío, haz siempre de mí un hombre que interroga». Interrogar las estructuras. Interrogar el poder. Interrogarnos a nosotros mismos.

Un legado que no murió con él

La tumba de Fanon en Ain Kerma se convirtió en lugar de peregrinaje. Su pensamiento inspiró a los Panteras Negras en Estados Unidos, a Steve Biko en Sudáfrica, al Che Guevara en América Latina, a generaciones de intelectuales y activistas en África, el Caribe y más allá. Edward Said, Stuart Hall, Homi Bhabha, Judith Butler: todos bebieron de su fuente.

En Francia, el país por el que combatió en la Segunda Guerra Mundial y que luego repudió, Fanon sigue siendo una figura incómoda. Su condena radical del colonialismo francés, su develamiento del racismo en el corazón mismo de la República, lo convirtieron en lo que su biógrafa Alice Cherki llamó «un filósofo maudit», un filósofo maldito.

Pero para nosotras, para quienes seguimos luchando contra el racismo sistémico, contra la exclusión, contra la deshumanización, Fanon no es un maldito. Es un faro. Es la voz que nos recuerda que la liberación no es un acto, sino un proceso. Que descolonizar no es solo cambiar gobiernos, sino transformar consciencias. Que la dignidad humana no se mendiga, se conquista.

Hoy, 64 años después de su muerte en aquel hospital de Maryland, reivindicamos su memoria. Reivindicamos al Fanon que prefirió morir con un nombre falso en tierra extraña antes que abandonar la lucha. Al Fanon que escribió hasta que la leucemia le arrebató la pluma de las manos. Al Fanon que nos enseñó que ser humano es, ante todo, un acto de rebeldía contra todo lo que nos deshumaniza.

Descansa en la tierra argelina que tanto amaste, hermano Frantz. Tu lucha continúa en cada voz que se alza, en cada puño que se cierra, en cada mente que se libera.

Nuestra misión comienza ahora.

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