viernes, marzo 28

Migración, racismo y poder: la agenda de Trump para defender su fragilidad blanca

Donald Trump volvió a la presidencia de los Estados Unidos y, con ello, inició una maratónica oleada de deportaciones masivas cuya meta se trazó en al menos un millón de deportados al año. Esta oleada de repatriaciones, que se acompañan de un fuerte esquema de persecución y de estructurados discursos cargados de xenofobia y racismo emitidos desde todas las esferas del actual gobierno estadounidense, recae sobre todo en personas latinoamericanas, especialmente de México, Guatemala, Honduras y Salvador.  


Unos migrantes esperan para completar sus papeles en la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados en Naucalpan de Juárez, en México, el 28 de enero de 2025 © Alfredo Estrella / AFP

En el continente americano o mejor, en Abya Yala, las voces de protesta no se hicieron esperar, como lo fue el reclamo hecho por el presidente de Colombia, Gustavo Petro. Y es que Trump está tratado a las personas irregulares como criminales del más alto calibre, lo que, en todo caso, no justifica un trato inhumano. 

La borradura de la humanidad de los deportados quedó demostrada con las imágenes que le dieron la vuelta al mundo de los primeros deportados en el actual gobierno yankee a Brasil: personas en su mayoría racializadas, populares, trabajadoras y sin antecedentes judiciales, fueron encadenadas de pies y manos y sin recibir alimento durante las largas horas de vuelo.

Trump está empleando una ética de la guerra en contra de la población migrante del país que dirige. Él se siente en el deber y derecho de saltarse cualquier límite moral, de los derechos y la dignidad humana con tal de cumplir su propósito e incluso, se está proponiendo recompensar con hasta 1.000 dólares a quien facilite a las autoridades la “cacería” de inmigrantes. 

Algunas voces han intentado recordarle al presidente de los Estados Unidos sus antepasados migrantes e incluso, se ha hecho viral una carta de su abuelo pidiendo no ser deportado. Así mismo, han intentado señalar que el tema de la pureza antimigrante que profesa su gobierno y aliados, se tambalea fácilmente como castillo de naipes, al señalar el origen de Musk, que dos de las tres parejas con las que ha convivido Trump son migrantes, entre otros argumentos que buscan contrarrestar los discursos de odio. 

Sin embargo, la migración podría considerarse un elemento fundamental en los procesos de construcción de la blanquitud y en los argumentos que intentan sostener el ideario de la supremacía blanca. Y es que Anibal Quijano nos señaló que el mundo moderno/capitalista, se construyó sobre una organización social soportada en la jerarquización racial en donde incluso, la migración y las políticas que la acompañan, juegan un rol constitutivo en el proceso de sostener lo que Quijano, llama el patrón colonial de poder. 

Migración y Blanqueamiento

Recordemos que a inicios del siglo XX, en varias naciones latinoamericanas, en pleno apogeo de la eugenesia y del racismo científico, varios líderes políticos contagiados del fascismo alemán, deseaban recibir migrantes europeos, especialmente ingleses, para «mejorar la raza» y purgar nuestro mestizaje de todos los vicios que subyacían en las razas consideradas inferiores. A lo largo y ancho del continente se crearon políticas y leyes para favorecer la entrada de estos extranjeros, en la que se concebían beneficios de todo tipo. 

En Colombia, por ejemplo, nos cuenta las profesoras Milena Rhenals y Francisco Flórez, las políticas migratorias que buscaron atraer anglosajones fracasaron, pues antes bien, llegaron afroantillanos y sirio-libaneses, considerados como inferiores. Al ver tales resultados, la élite gobernante estipuló una serie de medidas que buscaban impedir el ingreso al país de estos migrantes y a su vez, por radio y prensa, tanto políticos como periodistas, vociferaban discursos que les estigmatizaban. 



Este breve comentario histórico me permite ejemplificar la manera en que la migración puede ser utilizada por las élites blancas para reforzar su ideario de superioridad: por un lado, la migración puede ser utilizada como una herramienta de “mejoramiento de la raza” y por ende, que beneficia a una  nación en cuestión, si las personas que arriban al nuevo país son de las que se consideran “razas superiores”; y por otro lado, los discursos de la migración pueden ser utilizados por las élites blancas para diferenciarse de quienes consideran inferiores y justificar los procesos de exclusión/expulsión social.

Dicho de otra manera, en un mundo organizado bajo el patrón colonial de poder, podríamos afirmar que las migraciones se valoran racialmente y se aceptan/rechazan conforme históricamente se ha organizado la idea de la superioridad racial. 

De ahí que, para Trump, los latinoamericanos seamos considerados la escoria humana que ha invadido su país, pues pese a todos sus vínculos personales y políticos con migrantes, los suyos son “superiores” y por tanto deseables de mantener e incluso, de participar del gobierno de los Estados Unidos. 

Por lo que, a lo mejor, los llamados a que Trump pueda verse como semejante a un joven afrobrasileño o a un colombiano de un barrio popular deportado, son nulas. Pues dicha incapacidad de ver al otro(a) como un igual le es fundamental para sostener y proteger lo que Robin D’Angelo llama: la fragilidad de la blanquitud. Es un discurso que, soportado en una ideología colonial, racista, clasista y misógina, le imposibilita epistemológica y ontológicamente para reconocer la dignidad de la otredad. 

Nos queda el camino de siempre: el de re-exisitir al imperialismo, ahora liderado por Trump; nos queda el camino de la lucha y el ser, parafraseando a bell hooks, respondon@s frente a las políticas de odio que buscan elevar las fronteras, tanto nacionales como sociales y políticas. Queda luchar, como dijo Estela Hernández, hasta que la dignidad se haga costumbre.  


Alejandro Sánchez Guevara

Docente e investigador universitario



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