Escribo este texto desde una de las ciudades más cosmopolitas del mundo: São Paulo, Brasil. Lo escribo también como inmigrante racializada, por lo que no reivindico ningún tipo de neutralidad en esta escrita, al contrario, estoy profundamente implicada con este asunto. Esa escrita corporificada no debe entenderse como un “mea culpa” o como un aviso de que el texto será “subjetivo”, porque absolutamente todo lo que producimos y lanzamos al mundo está atravesado por quiénes somos y por los lugares que habitamos. Si marco este lugar de partida, es precisamente para responsabilizarme por lo que aquí escribo, por la forma en que veo las cosas y por aquello que se me escapa al tratar del tema de las migraciones.
Invocando a Donna Haraway en su conocido texto «Saberes localizados«, me interesa mucho menos la objetividad convencional promovida por el proyecto de ciencia moderna (blanco, eurocéntrico, colonial). En todo caso, me interesa más cuestionar mis propios instrumentos de visión cuando encaro cualquier asunto como el que me convoca hoy, que es el tema de las migraciones. De ahí la necesidad de retomar siempre las preguntas de Haraway, para no confundir “objetividad” con “distanciamiento en el abordaje de un tema”: “¿Cómo vemos? ¿Desde dónde vemos? ¿Cuáles son los límites de la visión? ¿Ver para qué? ¿Ver con quién? ¿A los ojos de quién se arroja arena? ¿Quién usa viseras? ¿Qué otro poder sensorial deseamos cultivar, además de la visión?”
Desde São Paulo, recibo con indignación la noticia de que el Ministerio de Justicia decretó que a partir del 26 de agosto de 2024 queda restringida la entrada en Brasil de extranjeros sin Visa, aun cuando esta entrada muchas veces ocurría en la condición de tránsito migratorio para seguir ruta hacia otros países.
La justificación que fue dada para imponer esta medida es que ha habido “un aumento del número de inmigrantes abrigados en zonas restringidas del Aeropuerto Internacional de São Paulo, en Guarulhos, que llegaron a Brasil sin documentación y, en muchos casos, solicitan refugio para utilizar el país como escala para continuar hacia Estados Unidos”. O sea, estamos en presencia de una crisis migratoria, una formulación discursiva que no es nueva, pues hace bastante tiempo este tipo de discurso que enfatiza la existencia de una crisis migratoria, ha sido puesto en circulación. ¿A quién interesa esta definición del asunto en esos términos?
Crisis migratoria es la construcción discursiva que se usa para disfrazar que, en verdad, la crisis no es de los inmigrantes, sino del sistema-mundo-colonial-capitalista que produce precariedad y desigualdad, forzando muchas veces a las personas a desplazarse para que su vida pueda seguir aconteciendo.
¿Es crisis migratoria o crisis climática, económica, guerra, capitalismo neoliberal que es una máquina demoledora de gente, principalmente gente racializada, LGBT, mujeres? ¿Cómo defender el derecho inalienable de emigrar cuando, por ejemplo, se es una persona LGBT y la vida corre peligro en el país de origen? Será pertinente continuar reforzando una narrativa de “crisis migratoria” cuando observamos que apenas algunos son criminalizados por desplazarse, mientras otros (principalmente quienes poseen grandes fortunas como la cantora de funk Anita que tiene residencia en Miami a pesar de ser brasileña), son bienvenidos y acogidos?
¿Cómo defender el derecho de emigrar cuando no existen políticas de acogida y las fronteras de los Estados-Nación se convierten en muros infranqueables, apenas para algunos cuerpos?
Al mismo tiempo, me parece que la narrativa de “crisis migratoria” opera como una política de las emociones, en el sentido que esta ha sido definida por Sara Ahmed. La proposición de Ahmed me parece bastante potente en la medida en que ella descentraliza las emociones como apenas “estados psicológicos” para presentarlas como mecanismos de acción social que se generan y son puestas en circulación en ese entramado social, con fines políticos. Si el foco de la crisis migratoria se coloca en las personas que se desplazan de sus países, no es casual que se estimule un repudio social, una repugnancia, una xenofobia hacia esos cuerpos que “están poniendo en crisis a los países de acogida”. Obviamente este tipo de narrativas ayuda a legitimar la ausencia de políticas que efectivamente acojan y viabilicen esos tránsitos; al paso que sigue invisibilizando el verdadero foco donde la crisis se produce y se perpetúa.
Yarlenis M. Malfrán
Psicóloga por la Universidad de Oriente, Cuba. Máster en Intervención Comunitaria (CENESEX). Doctora en Ciencias Humanas (Universidad Federal de Santa Catarina). Investigadora de Post Doctorado vinculada a la Universidad de São Paulo, Brasil. Feminista, con experiencia en varias organizaciones y movimientos sociales.
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