*Esta historia fue publicada originalmente por Global Press Journal.
En casa de Flor-Angel Guilbe Stevens la escena se repite cada domingo: “Baja la cabeza, preciosa”, dice con las manos llenas de crema hidratante, mientras tuerce entre sus dedos, uno a uno, los dreadlocks, tubos de pelo enredado que crecen de forma natural sin el uso de cepillos ni tijeras. Es el cabello de Perla del Mar, su hija de 8 años. Pronto un aroma anuncia que la abuela de la niña ha terminado de colar el café y es momento de tomar un receso.
Guilbe lleva más de una hora en esta faena capilar. La escena es casi el mismo ritual que ella vivió durante su infancia, en la década de 1990, solo que a ella le aplicaban alisados, la peinaban con secador o le hacían rolos para mantener su cabello “controlado”. Cuando entró a la universidad se cuestionó la imposición del pelo lacio con la que crecían las mujeres afrodescendientes y decidió llevar su cabellera natural, lo que le ha permitido ejercer una maternidad lejos de esa obligación social.
Guilbe, de 36 años, una maestra de preescolar que vive en Juana Díaz, es una de las muchas voces en Puerto Rico que, a través de la reconciliación con el cabello y, consecuentemente, su identidad racial, practican una maternidad que celebra la negritud desde la infancia. Ahora, una nueva generación de niñas y niños empiezan a llevar el pelo natural con orgullo y como una expresión de su identidad.
En algunos ambientes escolares y laborales, sin embargo, se prohíben aún los estilos de cabellos asociados a la negritud, como afros, dreadlocks o trenzas, por clasificarse como inadecuados. Por eso el Gobierno estudia un proyecto de ley que erradique ese discrimen.
Hoy, en Puerto Rico, se rechaza el racismo antinegro bajo la premisa de la mezcla de tres razas: indígena, española y africana, explica Bárbara Abadía-Rexach, antropóloga activista y parte del Colectivo Ilé, una organización antirracista y decolonial que trabaja para erradicar el discrimen sistemático hacia las personas negras en Puerto Rico. “Puerto Rico es un país afrodescendiente, pero no todas las personas son tratadas como negras”, dice Abadía-Rexach. “Si no se reconoce un problema, no tenemos nada que solucionar”.
“El alisado ardía”
Amled Stevens, abuela de Perla, es una farmacéutica retirada de 66 años. Recuerda una foto de su graduación, no sabe precisar si de kínder o primer grado, donde ya posaba con su pelo “estiradito”. La memoria de la piel no la traiciona: “El alisado ardía”, dice. Su madre, a quien llama Mami Delma, no hablaba sobre la posibilidad de llevar rizos o un afro. Para Stevens, en la década de 1970, no era común ver personas con afros en Ponce, el pueblo donde se crió y vive en la actualidad. “Ponce era bien difícil para las personas negras, había mucha gente blanca y rica”.
Stevens tuvo a su hija a los 30 años. “Era hermosa y muy pequeñita”, recuerda. Cuando cumplió 5, al peinarla, hizo lo que conocía: un alisado. Guilbe ahora piensa en las decisiones de su madre: “Partió desde el amor de una madre; me estaba tratando de proteger desde lo que ella entendía que era lo mejor para mí”.
El censo poblacional de Puerto Rico no preguntó por la identidad racial hasta el año 2000, cuando comenzó a utilizarse el mismo cuestionario del censo estadounidense. “Aquí se impusieron etiquetas que no correspondían a nuestro entendimiento racial”, explica María Reinat-Pumarejo, educadora, organizadora comunitaria y activista antirracista.
En ese año, 81% de la población se identificó como “blanco”. Organizaciones antirracistas iniciaron campañas educativas para que, antes de contestar el cuestionario, se reflexionara sobre la forma en la que las y los puertorriqueños eran racializados. En consecuencia, para 2010, cuando se hizo nuevamente la consulta, el número de personas “blancas” disminuyó a 76% y, en 2020, cayó a 17%. La mitad identificó tener “dos razas o más”. La categoría del censo “negro o afroamericano (marcado solo o combinado)” alcanzaría un 18%.
“Los resultados fueron muy significativos: dan cuenta de un reconocimiento de la negritud”, dice Abadía-Rexach. El cabello, al igual que la tonalidad de piel, no se puede ocultar. Es uno de los marcadores principales de la negritud. Los movimientos por los derechos civiles en Estados Unidos, como el de Black is Beautiful, y el vaivén de personas puertorriqueñas entre Puerto Rico y Norteamérica han influido en la reivindicación del cabello afro.
“Identificarse como afro”
A los 19 años, frente al espejo, un día Guilbe agarró una tijera y se cortó las partes alisadas de su cabello, resultando en un pequeño afro rizado. “Yo no me vine a sentir [como una persona] negra hasta que me corté el pelo”, dice. Su llegada a la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, influyó en la decisión. Allí estudió educación preescolar y tomó cursos de teatro. María Cotto, “La Cotto”, estudiante de drama y ahora cantante y rapera, se paseaba con su cabello afro por los salones y la recuerda como una de sus primeras referentes.
Así que aprendió cómo peinarse y estilizar su cabello: hidratarlo con crema y mantener cada rizo perfecto. “Es un proceso de aceptación y de encontrarse e identificarse como afro”, dice. En ese rizar, incursionó como bailarina, y luego como cantante en la bomba, un ritmo afrocaribeño, históricamente tocado por las personas esclavizadas en la región, que se ha convertido en una manifestación cultural afro. “La bomba me hizo apoderarme y crear una identidad”, explica.
Perla del Mar aguarda mientras su madre, Flor-Angel Guilbe Stevens, la peina en casa. Estos son los productos y utensilios que su madre usa cada vez que le enseña cómo cuidar y preservar su propio cabello rizado. Este es un ritual cotidiano entre madre e hija. (Gabriela Meléndez Rivera/Global Press Journal)
Muchas puertorriqueñas han optado por afirmar y preservar su negritud al revalorar expresiones culturales, escribe la antropóloga Hilda Lloréns en la revista Latin American and Caribbean Ethnic Studies. Lloréns asegura que estas manifestaciones, como la bomba, también son parte de la resistencia y pueden convertirse en espacios de orgullo.
El movimiento del cabello natural no es un tema nuevo, pero ahora ha ganado mayor popularidad, asegura Vimarie Santiago, estilista de pelo rizo. Santiago explica que la forma en que sus clientas, las madres, cuidan la cabellera de sus hijas e hijos “puede desarrollarle amor por su cabello, porque [el niño o niña] entiende que Mamá ama peinarlo”.
Cuando Guilbe tuvo a Perla a los 28 años de edad, soñaba con que llevara un afro igual al de ella, pero no fue así. “Sufría cuando había que peinarla y yo no quería que asociara el cabello con tortura”, dice. Durante sus primeros tres años, a Perla comenzaron a formársele dreadlocks y Guilbe decidió dejarlos. Buscó videos, aprendió cómo tratarlos e incluso adoptó el mismo estilo de cabello.
“Me hice dreads para entender y vivir lo que ella experimenta. Me siento que la acompaño en el proceso. Es algo muy de nosotras, no todo el mundo lo vive”, explica.
Cabello a contracorriente
El 3 de mayo, el Proyecto 1282, que busca crear la “Ley contra el discrimen por razón de estilos de cabello”, por petición de Alanis Ruiz Guevara, fue aprobado sin enmiendas para pasar a votación en la Cámara de Representantes.
Ruiz es una activista que participó en la escuela antirracista AfroJuventudes, creada por el Colectivo Ilé y la Revista étnica, que visibiliza a las comunidades afrolatinas. Ella notó que no era la única que había pasado por alisados y discriminación. “La gente no entiende que hay una correlación del cabello con nuestra identidad y, tal vez, no nacimos con trenzados o dreadlocks, pero sí tienen una representación espiritual y ancestral”, dice. De ser aprobado por la Cámara, el proyecto pasará a la Oficina del Gobernador.
(Gabriela Meléndez Rivera/Global Press Journal)
“Este proyecto es importante porque les jóvenes y niñes que estén creciendo van a poder utilizar sus cabellos afros, sus trenzados y nunca cuestionarse si esto es algo que está bien. Van a poder apreciar lo que es su negritud y su ancestralidad sin cuestionarla”, explica Ruiz.
Trazos de colores, letras del alfabeto y una frase que dice “Mami es la mejor” decoran las paredes de la casa de Guilbe. Perla lleva sus dreads un poco más abajo de los hombros; tiene cinco colores favoritos: rosa, violeta, azul, blanco y verde. Bebe café con leche, dibuja un arcoíris y no titubea para expresarse cuando no está de acuerdo con algo. “Ella se sabe visiblemente negra; yo no me sabía visiblemente negra. Eso lo he logrado y me siento orgullosa”, dice Guilbe.
Termina de peinar el cabello de su hija y le llena la cara de besos. Perla corre al espejo para mirar la diadema de brillantes rosados que sostienen sus dreadlocks. “Verla feliz con su cabello me hace sentir que ha valido la pena ir en contra de la corriente”, dice Guilbe.
Gabriela Meléndez Rivera, Global Press Puerto Rico
Descubre más desde Afroféminas
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.