jueves, noviembre 7

Mujeres africanas contra la dominación colonial

África Queens by R.Allela y D.Kureng.

*Texto publicado originalmente en Resumen Latinoamericano

La historia de África está signada por siglos de saqueos, trata y colonialismo, pero también de resistencia heroica y rebeldía de sus hombres y mujeres que enfrentaron a los imperios más poderosos.

Desde las ambiciones expansionistas de Roma y sus emperadores (antes de nuestra era), la ignominia del comercio de esclavos del siglo XVI al XIX, hasta la Conferencia de Berlín de 1884-1885, donde los países europeos configuraron su reparto, y aún en la actualidad, el continente ha sido siempre la codiciada fruta.

Unido a las historias de saqueo, expolio, vejámenes y dominación, subyacen las de mujeres, reinas, líderes o simples guerreras que desafiaron a los invasores, cuyas hazañas y leyendas perviven como símbolos nacionales pese a la escasa documentación y los intentos occidentales de convertirlas en emblemas del mal o silenciar sus glorias.

Mekatiili Wa Menza, heoína de Kenya

Mekatilili wa Menza nació en la aldea de Mutara wa Tsatsu Ganze, en la región de Kilifi, en la década de 1840, y fue una de las líderes de la rebelión del pueblo Giriama contra las fuerzas coloniales británicas.

En 1885, tras el Tratado de Berlín, se creó el Protectorado Británico en África Oriental para controlar el territorio que hoy corresponde a gran parte de Kenya, y un año después se estableció el Protectorado Británico de África Oriental, iniciando así un largo proceso de saqueo, explotación y sometimiento. Pero mucho antes de ello el pueblo de Giriama hablaba de la profecía de Mepoho, una historia tradicional que se remonta al siglo XIII, donde se anunciaba la llegada de los hombres blancos, por lo cual la presencia de los británicos estuvo siempre marcada por el rechazo y la rebeldía de sus pobladores, cuyas acciones se intensificaron en 1913.

Los combatientes anticolonialistas celebraban reuniones en Kaya Fungo, un centro donde se efectuaban rituales y eventos sociales; Mekatilili, que entonces tenía unos 70 años, tuvo una intensa participación y una posición de liderazgo en el movimiento, que entre otras acciones llamaba a la consolidación de la cultura tradicional como modo de resistencia.

Mientras, exhortaban a no cooperar con el hombre blanco de ninguna manera, incluso dejando de pagar el impuesto sobre la vivienda.

África se convirtió en fuente de materias primas y mano de obra que alimentaba a las potencias imperialistas.

El 13 de agosto de 1913, el pueblo Giriama llevó a cabo uno de sus actos de rebelión más conocidos: cuentan que en una audiencia con Arthur Champion, el colonizador que intentaba aplacar la resistencia local y reclutar jóvenes para la contienda bélica, los líderes entraron en el espacio con una gallina y sus pollitos.

Desafiaron al británico a coger uno de los pollitos y entonces la gallina le picoteó la mano; así, le aseguraron, responderían ellos si intentaba llevarse a los hijos de su pueblo a la guerra. En respuesta, los británicos abrieron fuego, matando indiscriminadamente a los habitantes y destruyendo las casas de la comunidad.

Mekatilili, junto a otro líder, Wanje wa Mwadorikola, fueron enviados a Kisii, cerca del lago Victoria, donde los arrestaron; después de seis meses de encarcelamiento, el 14 de enero de 1914 huyeron de la cárcel y caminaron más de 700 kilómetros hasta Kilifi, en la costa de Kenya.

En represalia los colonialistas fusilaron a decenas de hombres, mujeres y niños, capturaron animales, quemaron reservas de alimentos, casas y bombardearon el Kaya (espacios sagrados del bosque que guardan una gran espiritualidad en su interior).

Los ataques contra el pueblo y sus símbolos provocaron una intensa rebelión, que obligó a las autoridades británicas a reducir su control en el territorio.

Una vez más, Mekatilili fue arrestada el 16 de agosto de 1914 y trasladada en esa ocasión a Kismayu, en Somalia; cinco años después resultó liberada y pudo regresar a su tierra, donde desempeñó un puesto de liderazgo en el consejo de mujeres, y hasta la muerte en 1924 continuó siendo una incansable luchadora por los derechos de su pueblo.

Sus restos fueron enterrados en el bosque de Dakatcha y todos los años se le rinde homenaje con un festival que lleva su nombre.

Lydia Dola, cantante y militante de la Marcha Mundial de las Mujeres, calificó a la líder africana como pionera de la lucha feminista.

Ranavalona I, terror de los colonialistas

La historia de la controvertida monarca de Madagascar, Ranavalona I de Merina, está matizada por leyendas de horror y misticismo sobre su crueldad, fundamentados esencialmente en el miedo que causó entre los europeos.

Al margen de sus métodos sangrientos, algunos historiadores resaltan como su gran mérito la defensa a ultranza de la independencia frente a las ambiciones coloniales francesas y británicas.

Ramavo no era más que una simple muchacha de origen plebeyo, quien nunca aspiró ni soñó convertirse en reina, pero su destino cambió el día en que su padre informó al rey de Madagascar que planeaban una conspiración para asesinarle.

El soberano, agradecido por la lealtad, le recompensó casando a su hija con el príncipe heredero, Radama, y así empieza la leyenda.

El matrimonio con el déspota príncipe, quien al asumir el trono asesinó sin contemplaciones a todos los aspirantes incluidos los familiares de su esposa, convirtió su vida en un infierno.

Al no tener descendencia, fue excluida de la línea sucesoria por Radama I, quien escogió a su sobrino como futuro rey, mientras la monarca con paciencia y en silencio reunió a su alrededor fieles partidarios de las clases nobles y del ejército.

En 1828, y en extrañas circunstancias, el rey murió; algunas versiones historiográficas hablan de un suicidio durante un delirio provocado por la larga enfermedad que sufría, pero la tesis más extendida era que su esposa le había asesinado.

Con la ayuda de sus partidarios dio un golpe de Estado y se convirtió en la reina de Madagascar bajo el nombre de Ranavalona I.

“Gobernaré para la buena fortuna de mi pueblo y la gloria de mi nombre. No adoraré a ningún dios más que a los de mis antepasados. El océano será el límite de mi reino y no cederé ni el grosor de un pelo de mi territorio”, así anunció al tomar las riendas del país.

La nueva monarca se aferró a los valores culturales de Madagascar, adoptando una política aislacionista frente a Europa, eliminó casi todas las medidas tomadas por su esposo y echó por tierra los acuerdos comerciales con Francia y Reino Unido.

Contraria a las políticas de su marido, no se fiaba de las verdaderas intenciones de los colonos y estaba convencida de que querían acabar con el reino de Merina; viendo amenazada la creencia malgache ante la expansión de la fe cristiana, inició una especie de cruzada religiosa contra sus enemigos occidentales.

Expulsó a los misioneros cristianos establecidos en la isla bajo el antiguo gobierno y prohibió la práctica del cristianismo dentro de su reino.


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Cuentan que su despotismo llegó a tal punto que el propio hijo envió una carta secreta al emperador francés Napoleón III para que acabara con aquel reinado, pero este no accedió; descubierto el complot, la reina expulsó de forma definitiva a británicos y franceses, y confiscó sus bienes.

Si bien la historiografía occidental hace mucho hincapié en su crueldad, las medidas extremas contra todo aquello que consideró una amenaza se convirtieron en una forma de enfrentar la colonización de dos poderosos imperios, uno de los cuales finalmente logró su objetivo y demostró que Ranavalona I tenía toda la razón.

En 1896 Madagascar se convirtió en colonia francesa, sus recursos madereros y especies exóticas, como la vainilla, fueron explotados, y el país no se independizó definitivamente hasta el 26 de junio de 1960.

Cada una en su época y desde perspectivas diversas, Mekatilili, Ranavalona y otras tantas mujeres africanas ultrajadas, condenadas, criticadas o convertidas en demonios, fueron protagonistas de las más disimiles proezas y actos de rebeldía contra cualquier forma de dominación u opresión.

Yadira Cruz Valera


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