lunes, diciembre 2

El mito de la gente bien

Hace unos seis años usaba regularmente el servicio que prestaba una compañía de taxis. En más de una ocasión la conductora designada fue una señora que recuerdo por su notoria antipatía al ruido del silencio. Bueno, por eso y por su racismo internalizado. Un día, entre las tantas preguntas que me solía hacer, me preguntó:

-¿Y usted estudia?

-Sí.

-Qué bueno que en la casa donde usted está la apoyan con sus estudios.

-Claro, es bueno.

Mientras que yo le respondí pensando en que hay familias que, por distintos motivos no pueden apoyar a sus hijos o hijas para que cursen estudios universitarios, ella siguió hablando y me dio perspectiva de a lo que realmente se refería:

Le brindan facilidades para que trabaje ahí y a la vez estudie. Se ve que son buenas personas.

«Ahora ven racismo en todos lados», he leído en más de una ocasión en redes sociales como una queja hacia quienes exponemos el racismo que sí, efectivamente vemos en todos lados, pero porque está en todos lados. El racismo estaba en la taxista que me pensó a mí, una mujer negra, la empleada doméstica de mi casa. Y hay tres cosas puntuales que me llaman la atención alrededor de todo eso.

La primera tiene que ver con la inferencia que hizo sobre mi situación laboral. ¿Qué la llevó a pensar que trabajaba como empleada doméstica en el lugar al que siempre me iba a ver? Ya he escrito antes sobre la relación que existe entre la clase social y la raza, exponiendo para el efecto estudios en los que se ha concluido en que en Ecuador existen determinados trabajos que son regularmente asociados a personas racializadas, uno de ellos es el trabajo doméstico. Es decir, el que la taxista haya inferido que la única forma en la que yo podría vivir en mi casa, con personas blanco-mestizas, y en la que yo haya podido cursar estudios superiores, era trabajando como empleada doméstica, es una reproducción de esta visión colonialista en la que las personas racializadas solo podemos dedicarnos laboralmente a actividades de servicio a favor de personas blancas (y, trasladándonos a la contemporaneidad, blanco-mestizas). A pesar de que dicha visión no está alejada de la realidad de muchas mujeres racializadas justamente por motivos de herencia colonial, la inferencia realizada por la taxista es racista porque parte del refuerzo de estereotipos raciales en los que ni siquiera se ponen en consideración otras posibilidades: la taxista asumió mi situación laboral en vez de preguntarme en qué trabajaba para así obtener los datos que requería para validar o invalidar su inferencia.

Lo que me lleva a la segunda cosa que me llama la atención: la noción que se tiene de la obligatoriedad de la homogeneidad racial en las familias. Pensar que todos los miembros de una familia tienen que tener la misma identidad racial es un pensamiento profundamente racista. No solo por todos los cuestionamientos que se han realizado desde hace años en torno a los conceptos patriarcales y biologicistas de «familia», sino porque además incluso dentro de un mismo núcleo familiar hegemónico (es decir: papá, mamá e hijos o hijas) pueden existir personas racialmente diversas. Esto, de hecho, no es extraño en Latinoamérica.

Y la tercera, sobre la cual me interesa extenderme porque es el motivo principal de este texto: la taxista, infiriendo que yo era empleada doméstica, calificó a mis supuestos empleadores como buenas personas por brindarme facilidades para que trabaje y a la vez estudie.

¿Qué es ser buena persona?

«Lo bueno» es un valor moral que en primer nivel parte de nuestra esfera personal para luego formar parte de la esfera social dentro de un acuerdo colectivo indispensable para la convivencia.

Para la taxista de la historia, la empleadora era buena persona porque apoyaba a la empleada doméstica para que curse sus estudios universitarios a la vez que trabajaba.

Para Ana (nombre ficticio), una empleada doméstica entrevistada para el estudio Situación del Trabajo Remunerado del Hogar en Ecuador publicado por el Programa Igual valor, iguales derechos de CARE Ecuador, «la empleadora es buena, cuando cumple con la ley y reconoce todo, no porque nos hace regalos de ropa o cosas que ya no usa» (CARE Ecuador, 2018, p. 115).

Entre ambas posturas expuestas no existe necesariamente una contradicción, pero una de ellas sí nos brinda una mirada más plausible que la otra. Por eso mismo es que requerimos de los acuerdos colectivos basados en el entendimiento del impacto positivo y negativo de nuestras acciones en otras personas. Sin embargo, el problema que me interesa exhibir aquí radica en que esos acuerdos colectivos no siempre incluyen a la otredad porque justamente por la categoría de otredad existe exclusión. A veces esa exclusión ocurre directamente por discursos de odio. A veces porque se deshumaniza a la otredad y, en el mundo especista en el que aun vivimos, internalizar que alguien no es humano facilita la aceptación de que ese alguien sea menos merecedor de acciones buenas.

En este punto puedo especificar entonces que este es un texto sobre el racismo. Y sobre machismo. Y sobre clasismo. Y sobre capacistismo. Sobre cualquier expresión de cualquier sistema excluyente, en realidad. Mejor dicho, este es un texto que busca contestar preguntas como: ¿Puedes reproducir los discursos y prácticas antes mencionadas aun cuando eres, de forma generalizada, considerada buena persona? ¿Puedes ser clasista si, como buena persona que eres, donas dinero a fundaciones que apoyan a personas en situaciones de extrema pobreza, pero choleas a quien, viniendo de abajo, ostenta los lujos que ha llegado a adquirir? ¿Puedes ser racista si, como buena persona que eres, no les gritas negros de mierda a los jugadores de la selección, pero fetichizas a las personas negras por estereotipos sexuales ligados a nuestra raza? ¿Puedes ser machista si, como buena persona que eres, no le pegarías a una mujer ni con el pétalo de una rosa, pero sí que nos hablas con condescendencia para explicarnos cosas que no hemos solicitado y que además hemos demostrado ya saber?

Sí. Sí puedes.

Ser «buena persona» no te exime de la posibilidad de reproducir discursos y prácticas propias de los sistemas excluyentes basados en la raza, la clase, el género, las «capacidades», entre otras categorías sociales; más aun entendiendo que «lo bueno» es un valor moral, que sí, que es necesario para la convivencia social, pero que también es insuficiente en estas reflexiones en tanto la medición de este valor esté pensada desde los propios sistemas excluyentes que no observan la existencia y participación en sociedad fuera de roles de explotación y de discriminen a personas que forman parte de la otredad: las mujeres indígenas, los hombres negros, las niñas pobres, los niños discapacitados. Todas esas personas cuya existencia incomoda, pero que a la vez se necesita para sostener la base de la pirámide.

Entonces, antes de pensar que por ser buena persona no puedes ser racista (o clasista o machista o capacitista, entre otras), date la oportunidad de cuestionarte cómo tus discursos y prácticas cotidianas pueden estar derivando en mantener, sostener o amplificar discursos y prácticas que violentan (desde la exclusión y discriminación) a otras personas.

Esto tiene que ver con algo más que solo ser «gente bien». Hay que hacer revisiones incómodas y tomar posturas activas en contra de discursos y prácticas excluyentes.


Referencias bibliográficas

Avilés, M. (2021). Lo bueno, lo malo y lo cholo. Recuperado de: https://nuso.org/articulo/lo-bueno-lo-malo-y-lo-cholo/

CARE Ecuador. (2018). Situación del Trabajo Remunerado del Hogar en Ecuador. Recuperado de: https://www.care.org.ec/wp-content/uploads/2020/06/CARE-FOLLETO-TRH-1.pdf


Lois Nwadiaru

Abogada. Escritora.


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