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martes, marzo 19

¿Qué le paso a tú cabello?

Desde épocas inmemoriales el cabello ha sido símbolo de feminidad. Ya sea largo, corto, lacio, rizado o crespo, en tonos claros u oscuros, teñidos o no, “el culto al cabello” como marco decorativo del rostro, reproduce patrones de belleza instalando estereotipos que forman parte de nuestra educación estética. Este tipo de adoctrinamiento social, aprueba o desaprueba, separando lo bello, de lo que no lo es.

Foto: Masego Morulane / Getty Images

Existen mitos, historias y leyendas que destacan la importancia del cabello, por ejemplo: La ciguapa, leyenda dominicana, que habla sobre una mujer salvaje, con largo cabello negro y ojos cautivadores, que atrae a los hombres para luego matarlos.  En este mito quisqueyano podemos apreciar como el cabello en una mujer indígena pasa a ser una característica de feminidad y de «exotización», que le  atribuye una connotación maléfica.  

Otro ejemplo puede ser «Sansón y Dalila» en donde el cabello pasó a simbolizar la fuerza masculina, y si seguimos en esta línea Griega, podemos ver como Atenas celosa de la  «hermosa cabellera» que tenía Medusa, convierte sus cabellos en serpientes, desterrándola a vivir en las tierras hiperbóreas. En esta ultima ejemplificación, podemos notar como el sexismo produce una competencia entre mujeres en beneficio de los hombres, quienes terminan determinando que es bello y que femenino.

La narrativa de las exigencias estéticas han evolucionado junto a la cultura y la organización social, pero hay ciertos cánones que tardan más en mutar, uno de ellos es la concepción de que una melena larga dota a la portadora de juventud y feminidad. En el antiguo Egipto el cabello representaba el «estatus social» del portador, de ahí la utilización de pelucas. Para los celtas el cabello largo significaba fuerza en los hombres y fertilidad en las mujeres. Mientras que los Griegos veían en el cabello rizado la forma metafórica del cambio y la libertad.

Durante el oscurantismo de la Edad Media, se consolidaron las religiones monoteístas, se estableció el cristianismo en occidente, introduciendo la «Mariolatría»,  ideología que exaltaría la virtud femenina a partir de la castidad para las jóvenes, y la maternidad y abnegación para las casadas, además de establecer a las feligresas cubrirse el cabello para entrar a la iglesia, debido a que era erótico para la percepción masculina. En la actualidad, ese código de vestimenta se ha dejado de implementar en algunas tradiciones católicas y protestantes, lo que no implica que se haya eliminado del cristianismo ortodoxo.

En el judaísmo ortodoxo a las mujeres casadas se le rapa la cabeza, que deben cubrir con un pañuelo llamado «Tichel» o una peluca ya que deben  cumplir con  el código de modestia y recato conocido como tzniut, que requiere que las mujeres casadas cubran su cabello en público, puesto que el pelo de una mujer es parte de su belleza y es algo tan intimo que debe estar reservado únicamente para el goce de su marido.

Por otro lado, en el islam las mujeres deben usar hiyab (velo que cubre la cabeza y el pecho), desde que tienen su primera menstruación y en presencia de varones adultos que no sean de su familia inmediata. Desde la Arabia preislámica existía el hiyab, pues entre otras cosas, distinguía a las mujeres libres de las esclavas. El uso de este velo concuerda con cierta norma de modestia, pero también puede hacer referencia a la reclusión de las mujeres en la esfera pública, o puede encarnar una dimensión metafísica: Al-hiyab «velo que separa al hombre o el mundo de DIOS».

Luego de la primera guerra mundial la consigna femenina fue suprimir el corsé, cortarse el pelo, (el cabello corto sugiere independencia tanto laboral como sexual), bajarse el escote, fumar, conducir y revelarse con el canon establecido, así nacieron las «Flapper». El papel de esposa y madre quedó relegado, y las mujeres empezaron a independizarse. 

En la década de los 60 con el movimiento Black Power, se instauró la noción de que «Lo negro es bello», en contraposición a ideología racista y segregacionista establecida en los cimientos de la colonización que asociaba la negritud con la fealdad, la falta de inteligencia y la deshumanización. El movimiento animaba a hombres y mujeres negros a dejar de alisarse el pelo o aclararse la piel, promoviendo el estilo afro como posición política. 

La escritora feminista y activista social estadounidense bell hooks, señaló en su ensayo «Alisando nuestro pelo», publicado en la Gaceta de Cuba, en el año 2005, lo siguiente: “La obsesión de los negros con el pelo lacio refleja una mentalidad colonizada, (…). Dentro del patriarcado capitalista supremacista, el contexto social y político en que surge la costumbre de los negros de alisarnos el cabello, ésta representa una imitación de la apariencia del grupo blanco dominante y a menudo indica un racismo interiorizado…”, estableciendo la relación política entre la apariencia y la complicidad con el racismo, y haciendo un llamado a usar el pelo natural como símbolo de belleza y reivindicación, “…no hacer semejante gesto como una expresión de libertad, me haría cómplice de una política de dominación que nos daña. Es importante que las mujeres negras opongan resistencia al racismo y el sexismo por todos los medios”.


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En algunas sociedades americanas el cabello crespo, (natural no procesado) es señalado como no estético, poco profesional e inadecuado, lo que instala las condiciones sociales de rechazo y descalificación artificialmente creada.

Luego de este resumido y breve recorrido histórico sobre el significado del cabello en cada etapa social, llego el momento de abordar la pregunta disparadora de este artículo,  «¿Qué le paso a tu cabello?»  . Cuestionamiento mucho más común de lo que yo imaginaba.  

A pesar de los evidentes cambios sociales incitados por la cuarta ola feminista, algunas mujeres dudan o tienen miedo de cortarse el pelo porque temen dejar de ser atractivas. El raparse el pelo equivale a desafiar las ideas preconcebidas sobre la feminidad.

En el 2019 decidí raparme la cabeza, y la repercusión de mi decisión no se hizo esperar, los comentarios rondaban la desaprobación en una conjunción machista y sexista, puesto que mí cambio estético fue interpretado como símbolo de depresión, enfermedad, falta de feminidad etc. También, recibí manifestaciones de apoyo, que catalogaban un simple corte de pelo, como un acto de valentía.  Me disculpo por usar un ejemplo autorreferencial.

Se nos ha enseñado que despójanos de nuestro cabello equivale a mutilar nuestra feminidad, cosa a mi me parece absurda, es por ello que raparse el cabello se ha convertido en un acto subversivo y trasgresor debido a que se opone al planteamiento occidental de feminidad. En estos tres años he confirmado que rechazar la expectativa cultural ligada al culto del pelo me ha otorgado libertad, ahorrándome dinero y tiempo. 

Nuestro cabello puede expresar nuestra personalidad, religiosidad y hasta nuestra ancestralidad, pero de ninguna manera configura o define lo que es ser mujer, los cánones de belleza son extremadamente racistas y sexistas, y transforman a la mujer en eternas consumidoras de ilusión.

En la era de los «inmediatez comunicacional» se han creados nuevos nichos comerciales y explotables. Sin embargo, no podemos olvidar la función social de promoción y divulgación de mensajes que terminan condicionando nuestras formas de pensar y actuar. Los medios de comunicación masivos o no, análogos o digitales, desde sus inicios hasta la actualidad han estado al servicio del dogma y la manipulación, convirtiendo al ser humano y su vida en sociedad, en una especie de laboratorio de ingeniería social, al cual se le puede programar, incitar e influenciar para que obedezca, haciéndole creer que tiene opciones,  las cuales han sido condicionadas para ser medidas y capitalizadas, especialmente en la actualidad este comportamiento que antes era offline, ahora es online, rastreable, capitalizable y utilizado como alimento de la IA (inteligencia artificial).  

La «Big Data» o macro-datos proporcionados consciente o inconscientemente por los usuarios o consumidores de productos y servicios en forma digital, les hace la vida más fácil a los publicistas de las diferentes industrias dedicadas a la belleza de la mujer. El marketing «all inclusive»,  contempla las mediciones de «me gusta y no me gusta», al igual que borra o potencia los comentarios y reseñas, este tipo de evaluación sistemática de las respuestas sociales, ha producido que la «imagen de una marca» se convierta en su huella dactilar, lo que ha impulsado que las empresas monopólicas del mundo de la cosmética se cuiden de la cancelación social, es por eso, que las publicidades actuales apuntan a adaptarse a las tendencias digitales. No es casualidad que la industria haya moderado tanto su discurso canónico, disfrazándolo con palabras talismanes como «inclusión, aceptación entre otras palabras»  que en la vida offline no produce ningún cambio de manera inmediata, pero suenan bien. 

La industria de la moda en sus diferentes tipificaciones, facetas o rubros, siempre han promovido la insatisfacción en su target, porque esta inseguridad se traduce en consumo,  produciendo dinero, y como dice JLO en una canción: “Yo quiero, yo quiero dinero. I just want the green, want the money, want the cash flow”.  

La industria parasitaria, gordofóbica, racista, clasista, anoréxica y anti-Age, se ha puesto en el modo «corrección política», puesto que ha entendido que la ideología también puede llevar el «packaging» de la conciencia social. De esta manera la maquinaria esquizofrénica de «picar carne» se cubre bajo el manto de la acción social, diseñando y designando embajadoras/es de sus productos y servicios en su afán de seguir manejando el poder de la obsolescencia programada que poseen los cánones de belleza.  La misma industria que promovió y vendió el alisado, producto históricamente y  estrechamente vinculado al sistema de dominación racial, te ofrece los artículos de cuidado para el afro, creando la ilusión de que hay representatividad, pero si no te adaptas a los patrones previamente diseñados, instaurados y aceptados pasas a ser excluida, y te tocará recibir comentarios que cuestionaran, calificaran y desafiaran tu identidad, valoraciones positivas o negativas que producirán en ti satisfacción o insatisfacción.

Las mujeres que deciden alterar el orden social que establece el cabello como símbolo diferenciador de género, son percibidas como una amenaza, por lo que te pasan factura a través de la mirada social que te despoja de atractivo.

 Si llevar el pelo afro se ha vuelto un símbolo de resistencia cultural, social y política, ante la opresión racista establecida mediante la coerción genocida de la colonización. Quitarse el cabello por completo, se volvería una acción contracultural que trasgrediría la noción sexista y heteronormativa que fija al «cabello» como una característica inherente de la feminidad, además de ser un acto político que restaría valor a las expectativas sociales y comerciales de la industria de la belleza.

Ahora, cuando me preguntan: ¿Qué le paso a tu cabello? -Es un tema muy complejo, contesto. Y la respuesta a esta pregunta amerita una breve reseña histórica, sociológica y antropológica sobre la importancia y significación del cabello en distintas estructuras culturales y sobre todo una reflexión que evalué la relación del cabello con la feminidad. Entonces si tienes tiempo para dialogar y profundizar en el tema, podemos conversar, por lo general la respuesta a mi invitación se traduce en un cambio de tema, o simplemente me clavan el visto…


Referencia bibliográficas.

Bell hooks: Alisando nuestro pelo. Publicado en la Gaceta de Cuba en el año 2005.

Esther Pineda G: Bellas para morir, estereotipos de género y violencia estética contra la mujer. Editorial Prometeo.


Melina Schweizer

Periodista Dominico-Argentina, ciudadana y libre pensandora

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