Desirée Bela-Lobedde es una escritora, comunicadora y activista afrodescendiente española. Comenzó su andadura en 2011 con el activismo estético que busca poner en valor la identidad afro femenina a través de la imagen física. En 2018 publicó su primer libro, Ser mujer negra en España, donde relató como es la experiencia, desde la infancia hasta la edad adulta, de ser una mujer negra en nuestro país. Actualmente cuenta con la columna Desenredando en Público, un canal de YouTube donde trata diferentes temáticas desde la perspectiva afrofeminista y diversas colaboraciones en distintos medios de comunicación como RAC1, donde participa en el programa Vostè primer.
Este jueves 11 sale a la venta su nuevo libro, Minorías, un ensayo donde la autora conversa con nueve mujeres que viven situaciones de discriminación o pertenecen a colectivos asociados a ciertos prejuicios o estereotipos.
Como has comentado en diversas ocasiones, tu libro anterior Ser mujer negra en España vino en gran parte motivado por la empresaria afrodescendiente española Bisila Bokoko. ¿De dónde nace ahora la necesidad de escribir Minorías?
Surge un poco ante la posibilidad y la oferta por parte de la editorial de escribir un nuevo libro. Ya había hablado de mi experiencia como mujer negra en España, lo que viene implícito a formar parte de un grupo discriminado. Empecé a plantearme la posibilidad de hablar sobre otras personas que, sin ser negras, también se viesen envueltas en situaciones discriminatorias o viviesen opresión por sus condicionantes. Es decir, por ser consideradas personas pertenecientes a esas mal llamadas “minorías”, ya que, en realidad, no somos minorías sino grupos minorizados.
Quería ver qué se siente al ser una mujer gitana en España, una mujer con síndrome de Down, una mujer migrante con fibromialgia, una mujer asiática con madre filipina y padre alemán…, y lo quería hacer desde una aproximación muy cercana. Buscaba tener conversaciones y escuchar mucho las vivencias, puntos de vista y reflexiones de estas mujeres con las que me sentaba a hablar. Por eso, Minorías, más que entrevistas en sí, está formado por charlas con amigas, porque tras conocer sus realidades puedo considerarlas mis amigas y espero que ellas a mí también.
¿Crees que a veces las personas que se encuentran bajo determinadas etiquetas no luchan lo suficiente para escapar de estas, bien por no saber como hacerlo o por no ser conscientes del problema real que suponen?
No me atrevería a decir que alguien no lucha lo suficiente. No estoy en la piel de esas personas por lo que no sé si están trabajando mucho o si lo mucho que luchan resulta no ser suficiente para otros. Lo que sí es verdad es que en muchos casos no identificamos las discriminaciones o situaciones de opresión porque la estructura en la que vivimos nos obliga a normalizarlas. Simplemente por el hecho de ser mujeres ya nos pasa: hasta que no empezamos a deconstruir los patriarcados que nos atraviesan tenemos estandarizadas una gran cantidad de conductas misóginas y comentarios machistas que incluso nos hacemos a nosotras mismas o a otras mujeres pensando que están bien. Hasta que no empezamos nuestro proceso de cambio, no identificamos esas cosas. Y cuando llegamos ahí, vienen los “Pero ¡cómo podía pensar yo así hace tres meses!”.
Con todas estas personas pasa lo mismo. El sistema nos educa de una forma muy intencionada para que seamos piezas de él. Y para ser piezas, debemos de tener una venda en los ojos que no nos permita ver que ese sistema nos perjudica. Hasta que a cada una no le llegue en momento de que se le encienda la bombilla, no se dará cuenta.
Desde la introducción del libro avisas de que no es una obra basada en estudios sino en historias, con entrevistas en primera persona a mujeres pertenecientes a diversos colectivos. ¿Consideras que es un error realizar obras de este tipo sin contar con los testimonios de protagonistas que se vean envueltas en lo que se habla?
Por supuesto. Es lo que se ha hecho siempre desde la blanquitud. El hombre blanco se ha sentado a observar, desde la antropología, la psicología social y otro montón más de disciplinas, a otras personas y a interpretar. Mi objetivo no era esto. Yo quería hablar con unas amigas y escucharlas. En el libro hay mucha cita literal de las mujeres a las que entrevisté tal y como las dijeron, con su forma de hablar, con las palabras malsonantes que utilizan y sus expresiones más típicas, porque para mí era muy importante que cuando leyeran su capítulo, se vieran y se escucharan a sí mismas.
Por ello, Minorías no es una herramienta de análisis para nadie. Es lo que te contarían estas mujeres si te sentaras a tomarte un café con ellas, que al final es un poco lo que hice yo en mi primer libro al relatar mis experiencias. He combinado lo que ellas me decían con las reflexiones que yo hice a raíz de lo que me contaron.
En el prólogo, la política y activista Rita Bosaho relata que el objetivo del ensayo es “transformar la sociedad para que los que vengan detrás lo tengan un poco más fácil”. ¿Da vértigo tener un fin tan transcendente?
Puede resultar ambicioso, pero en realidad, como madre es lo que quiero para mis hijas: una sociedad que sea más amable con ellas de lo que es conmigo o lo que fue con mi padre, que llegó a España a principios de los años 60. Creo mucho en el activismo de kilómetro cero o proximidad, y por ello estoy a favor del pensamiento de que muchas personas pequeñas trabajando en diferentes lugares ocasionan grandes cambios. Porque si no tenemos esa ambición, ¿Qué hacemos? Al final, las personas que militamos o formamos parte de movimientos en favor de la justicia social somos muy codiciosas en este sentido, queremos lograr cambios. Aunque sea consciente de que probablemente en mi vida no veré variaciones significativas, sé que estoy sembrando.
Respecto a esto, los libros son algo que permanece y da la posibilidad de que alcance a mucha gente. Hace unos meses escuchaba a Rubén H. Bermúdez decir que un libro es algo que sobrevive. Partiendo de esa premisa, por más ambicioso que sea, aspiro a que Minorías forme parte de una transformación social en favor de los grupos vulnerables.
En la introducción de la obra, también argumentas que “tal vez sea hora de redefinir los marcos conceptuales, volver las tornas y considerar minorías a quienes siempre han creído que no lo son”. Siendo el racismo una cuestión estructural en España, como tú misma has defendido, ¿qué debe hacer la sociedad para comenzar con esta transformación?
De entrada, entender justamente que el racismo es estructural. Hay una negación permanente, sobre todo en España, de este hecho. Existe una voluntad de pasar por alto la participación del reino español en la trata de personas esclavizadas, la negativa a aceptar que aquí existían mercados donde se vendían a estos esclavos, el interés y el afán por ocultar las relaciones entre España y África, la permanente voluntad de invisibilizar el legado de las personas africanas y afrodescendientes en el país a lo largo de la historia… Son muchas cosas y de una profundidad bastante importante. Pero creo que el punto de partida es entender que la sociedad en la que vivimos es consecuencia de que el Imperio español, con su afán colonizador, decidiera empezar a molestar a gente que vivía tranquilamente en sus territorios. En definitiva, llegar allí a evangelizar, violentar e invadir estas comunidades. Obviamente es un trabajo muy profundo y a muy largo plazo el que debemos hacer, pero si hay que comenzar por algún sitio es por revisar la historia y ver la otra cara de la moneda, observando cuáles han sido las contribuciones de todas estas personas que se intentan invisibilizar.
“La sociedad, tal y como está construida hoy en día, no es un espacio amable para ninguna de las mujeres que protagonizan Minorías”
Empezaste en el activismo estético en 2011. ¿Cuál fue el punto de inflexión en el que te diste cuenta de la importancia de realizar este tipo de militancia?
Fui descubriéndolo conforme iba teniendo un mayor feedback de mujeres negras que me leían. Cuando empecé el blog apenas tenía relación con ellas, solo tenía unas pocas amigas negras, por lo que al subir las publicaciones y vídeos sentía que todo aquello caía en saco roto. Pero de repente mi contenido empezó a llegar a mujeres negras que no conocía y encontraban las publicaciones en la red. En líneas generales, sus comentarios tendían a, no tanto si habían probado este producto o aquel peinado, sino a decirme cómo había cambiado su percepción sobre sí mismas desde que, gracias a mi contenido, estaban reconectando con su cabello y se lo habían dejado de alisar. Además, me contaban que esto las hacía sentirse mucho más seguras de sí mismas. Ahí fue cuando me di cuenta de que la cosa iba más allá de ser una blogger de belleza, que es la etiqueta que yo me puse en aquel momento, y que mis recursos estaban creando algo más profundo para esas mujeres.
Dentro de la lucha antirracista actual, ¿se obvian cuestiones que, a priori, pueden parecer menos importantes como el activismo estético?
A mí me lo han dicho muchas veces y hay mucha gente que considera que no es importante, pero yo no lo desmerecería. Por un lado, no ocultaría la fuerza que puede tener el activismo estético porque en un momento dado, yo misma me di cuenta de que es la puerta de entrada de muchas mujeres hacia un trabajo mucho más profundo, más allá de la estética. A partir de ahí empezaban a interesarse por tener más referencias, descubrir a más autores o aprender sobre su propia historia.
La tienda de Afroféminas
Por otro lado, yo me he desvinculado y poco y ya no estoy realizando tanto este tipo de contenidos, pero sé lo que es y por ello no debemos desprestigiar a las compañeras que ponen todo su esfuerzo y su conocimiento en hacer este trabajo para ayudar a otras compañeras. No podemos desmerecer eso. Y si hay un momento en el que una persona tiene una determinada conciencia, necesitando elevar la conversación y que se hablen de otras cosas, muy bien. Pero siempre va a haber gente nueva incorporándose. Siempre, siempre. Y si esta es su vía de entrada, ¿por qué le vamos a restar importancia?
En una entrevista para Wiriko, declaraste que “todo era menos hostil cuando solo hablabas de estética”. ¿Te has arrepentido alguna vez de derivar tus acciones hacia un activismo también político?
No, no soy de arrepentirme de las cosas. Hay un aforismo que dice que “los remordimientos son lo mismo que la mordedura de un perro en una piedra”, o sea, una tontería. Lo he vivido todo de una forma muy orgánica que se ha ido dando: he ido creciendo, avanzando, reorientando mis intereses hacia otras cuestiones… Pero nunca me arrepentiría.
“Me he dicho a mí misma: «Este es el libro que quería escribir»”
Canal de YouTube, columna en Público, aportaciones en diversos medios de comunicación y dos libros. Evidentemente, no eres de las que se quedan de brazos cruzados en la lucha antirracista. ¿Qué grado de presión suponen las expectativas de otros o de ti misma sobre tu trabajo?
¡Uy! Un grado de presión superlativo (risas). Con Minorías he sufrido esto. Tenía mucho miedo a morir de éxito. Cuando te das cuenta de que tu primer libro ha sido un “bombazo” por la respuesta que recibes de la gente, plantearte escribir uno nuevo… Tenía un listón, mi propio listón, muy alto. Sin embargo, esto es algo que trabajo mucho en terapia −porque una también tiene que hacer su trabajito con su terapeuta para aprender a gestionar algunas cosas−. Constantemente me empleo en recordarme que no tengo ningún poder sobre las expectativas ajenas. Si alguien tiene una idea equis sobre mí, es cosa suya, porque la genera con base a lo que ella ha construido en su imaginario sobre mí. A día de hoy, existen unas relaciones parasociales que hacen que la gente crea que te conoce porque te ve mucho en redes, pero en realidad no es así. Y, a partir de ahí, se generan unas esperanzas que yo no alcanzo a controlar, por lo que si alguien se siente decepcionado cuando lea Minorías, no puedo hacer nada con eso.
Después de lo que me ha costado escribir este libro, porque el contexto y mi salud mental en momentos no acompañaba, me he trabado mis propias expectativas. Con lo que me quedo es con que cuando lo he leído, lo he tenido en las manos y he visto lo bonito que es, me he dicho a mí misma: “Este es el libro que quería escribir”. Junto a esto, el hecho de que las protagonistas de las historias sientan que he tratado sus vivencias con cariño y respeto hacen que no pueda pedir más.
En un artículo para Vogue, comentaste que el hecho de “dar voz es paternalista”. ¿Qué es, entonces, lo que deben hacer los medios de comunicación para contribuir a la lucha de las mujeres pertenecientes a colectivos discriminados?
Siempre pienso que el lenguaje construye realidades, por lo que en función de cómo nos expresamos, la realidad se percibe de una forma o de otra. Las mujeres pertenecientes a grupos minorizados no necesitamos que nos den voz, porque ya la tenemos. Tenemos agenda y discurso político, lo que necesitamos son espacios en los que difundir nuestros propios argumentos. Esto en realidad es una cosa muy sutil, pero si decimos que “damos voz”, ¿quiénes la estamos dando?
Nosotros.
Exacto. Ahí está el problema. “Yo soy buena persona porque yo doy voz”. Yo, yo, yo. A lo mejor hay que apartarse y permitir que otras personas, ya no solo las mujeres negras, sino cualquier colectivo minorizado, pueda recuperar espacios que nos pertenecen a todos. Y que tengamos la oportunidad de expresar y reivindicar desde nuestros propios discursos, con nuestras propias palabras, como nosotras queramos y no como nos digan.
En base a tu experiencia personal y a otras que has conocido durante estos años de activismo, ¿es España un mal lugar para una mujer que pertenece a alguna de estas minorías?
Si solo fuera España… La sociedad, tal y como está construida hoy en día, no es un espacio amable para ninguna de las mujeres que protagonizan Minorías, ni para mí, ni para ti. España no es un lugar amable porque queda mucho por cambiar en cuanto a políticas sociales, consecución de derechos civiles y garantización de los derechos humanos más fundamentales. Queda mucho por reconstruir… Pero en España, en Francia, en Andorra y en cualquier otro país.
Nerea de Ara
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