domingo, diciembre 22

El ruido de mi piel

Retrato de la artista Sandra Nankom

Mi nombre es Viviana Mosquera, tengo 22 años y soy una mujer negra. Mi piel a lo largo de mi vida ha hecho mucho ruido, comencé a escucharla a una edad poco avanzada, tenía más o menos 4 años según las cuentas con mi madre cuando recuerdo ciertamente una conciencia o al menos una identificación real. Descubrí mi piel negra de una manera distinta a como reconocí al resto de mi cuerpo, no fue un proceso inherente a mí, fue algo mucho menos instintivo, de hecho fue en mis primeras interacciones con un lugar distinto a mi casa donde me di cuenta de que mi piel era en apariencia distinta, en el jardín de niños un espacio pedagógico donde se supone uno aprende desde la experiencia, descubrí de forma curiosa que mi piel, al igual que en una fotografía, era una “variación aleatoria».

Mis recuerdos son muy vagos, de hecho esta es una experiencia construida desde la anécdota de mi madre, pero su relato que en un principio tenía una tonalidad jocosa y solo resaltaba ‘las ocurrencias de los niños’, me ayudó a comprender posteriormente la significación que de allí en adelante le di a mi color de piel. Cuenta mi mamá que un día llegue muy angustiada del jardín, era muy fácil ver en mi todos los sentimientos, soy una mujer muy expresiva y mis pequeños ojos con lágrimas solo le pedían a mi mama una afirmación, aunque en mi lógica de niña hice una pregunta, los signos que envíe indicaba mi deseo por una respuesta puntual: 

-¿cierto mamá que yo no soy negra? Yo soy cafecita.

Dentro del marco de lo correcto, mi madre solo me abrazó, me abrazó quizá porque no encontró las palabras correctas para sanar el dolor que su intuición le indicaba que sentía o quizá porque ella solo podría regalarme su silencio y la supervivencia en un país como Colombia. Podría suponer miles de escenarios del porqué mamá ese día no me dijo nada, solo me dio la respuesta que tanto quería oír, que yo era café, que estaba lejos de la negativa concepción que para entonces tenía de alguien negro, y podría seguir divagando en el mundo de posibilidades que se desprendieron de esa situación en mi mente, dolores y cargas emocionales que desde entonces tuve a cuestas porque quizás, necesitaba a alguien que me asegurara que mi existencia en este mundo era válida, con todo lo que me componía, con mi negritud, como lo mencionó Adrienne Rich en el texto Invisibility in Academe: «cuando alguien con autoridad de un maestro, por ejemplo, describe el mundo y tú no estás en él, hay un momento de desequilibrio psíquico, como si te miraras en un espejo y no vieras nada.” No he encontrado mejores palabras que describan el proceso tan doloroso que significó crecer en un mundo sin representaciones para mí, un mundo blanco mestizo que me alejaba cada día de un nivel de consciencia por mi piel y la lucha que simboliza.

Desde entonces han pasado 18 años, actualmente estoy cursando el último semestre de mi carrera como Comunicadora Social y Periodista de la Universidad Autónoma de Occidente, y no muchas cosas han cambiado aquí, las representaciones son escasas, llenas de estereotipos y prejuicios que atraviesan a todos los cuerpos racializados, sin importar que donde nací, en Cali, es la segunda ciudad en Latinoamérica con más población afro y sin embargo, una de las más racistas, donde la mayoría de personas racializadas viven lejos del privilegio de la deconstrucción, apenas nos brindan garantías de vida, aquí la población afro es 3 veces más pobre y analfabeta y es bastante obvio que seguimos replicando todo lo que se nos ha enseñado, incluso el odio por nuestra piel.

A lo largo de mi vida crecí en un entorno, podría decir que más privilegiado al que atraviesa a la mayoría de cuerpos negros en mi ciudad, al menos hablando de un privilegio socioeconómico, Precisamente por eso en este momento de mi vida donde tengo las herramientas suficientes para comprender la necesidad de ver representaciones reales para las niñas racializadas, es donde ha crecido en mí cierto grado de responsabilidad y empatía por tratar de transformar desde mí existir el patrón al que se nos obliga de forma coercitiva a seguir a las mujeres negras en nuestra ciudad, o al menos a tratar de hacerle frente a las representaciones que nos son proporcionadas a nuestros cuerpos racializados para que encajemos en ellas.

Es ahora, cuando comprendo porque tuve que esperar a crecer y educarme por mi cuenta para comenzar a sentirme plena y orgullosamente negra, porque desde que somos unas niñas en todo momento fuera de casa, incluso en espacios ‘pedagógicos’ nos cuentan historias de las que ‘no hacemos parte’, es ahora después de varios años, donde comprendí que sentirnos cómodas con nuestra piel es un proceso lleno de taras, barreras invisibles, edificadas y fortalecidas con estereotipos muy sólidos y falsos que tejen muchísimos prejuicios. 

Prejuicios a los cuales temía tanto de niña, por eso anhelaba ser ‘café’ y no negra, porque desde muy pequeña me asustó una palabra que aunque hoy abanderó, en su momento saliendo de las bocas de otros niños de manera despectiva, fue lacerando poco a poco mi inocencia. Mientras crecía encontraba que no encajaba con el físico de ninguno de los personajes que nos gustaba imitar en los juegos de niños, que justo en el momento de la repartición de roles nunca se me designó alguno que se pareciera mi, solo era una niña negra creciendo en un mundo que no se cansaba de confundirme y restarme dignidad.

Un mundo que alimento mis miedos, los miedos que desarrollan las niñas negras al crecer sin referentes lo suficientemente visibilizados y legitimados socialmente. Crecí donde todos a mi alrededor me señalaron un destino, me dictaminaron una sentencia, crecí donde todos creen saber cómo debe verse una mujer negra, donde todos quieren darme una expectativa más por cumplir, según el estereotipo racial que está tan normalizado en el imaginario colectivo, el que ha matado y aún sigue matando a muchísimas mujeres racializadas.

De la historia de una de las primeras interacciones con el mundo blanco, quedan pocos recuerdos y varias cicatrices, mi madre después del inconveniente me regaló dos muñecos negros, eran bebés que se parecían a mí y pude jugar por primera vez con una representación real. Sin embargo después de esto, creo que no volví a mencionarle a nadie lo mal que me sentía por ser en apariencia distinta a mis compañeros de clase, comencé a guardar silencio con más naturalidad, nunca le manifesté a mi profesora de historia ¿por qué lo único que relato de la historia africana fue la esclavitud? y aprendí lidiar con las miradas de todos, desde entonces comencé a asumir cada estereotipo y a tratar de encajarlo en mi piel, por más que doliera.

Hasta que de tanto peso ya no podía más, y comencé a descubrir en Internet espacios afro, comencé a educarme en el afrofeminismo donde encontré referentes admirables, que me salvaron indudablemente e inicie el proceso de resignificar mi negritud; Después de muchos años comencé a liberarme verdaderamente, le di pie a un nuevo camino de búsqueda y aceptación, donde al fin comprendí que mi piel siempre grita en un tono sumamente poderoso, que puede paralizarlo todo, incluso en algún momento me paralizo a mí.


Viviana Mosquera Salcedo

Afrocolombiana

Instagram: @vivianamosquera



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