viernes, noviembre 22

Una mañana más

Una mañana más
Modelo refugiada Halima Aden. Photo REUTERS/Brendan McDermid

La alarma del despertador irrumpía en mis oídos como una ametralladora, con la ilusión de que fuese una simple pesadilla abrí un poco el ojo derecho.

-¡Dios mío, las siete y media!- me decía mientras hundía la cabeza en mi almohada.

Alargué la mano y la apagué. Me di la vuelta colocándome boca arriba y empecé a mirar el techo perdiéndome en cada una de las gotas de ese gotelé tan anticuado. No había solución, por más que quisiese encontrarla, era lunes y tenía que levantarme para ir a la universidad. Al levantarme suspiré de forma profunda y me dije:

-Tranquila Mariam, cuando vuelvas te echas una siesta- una frase que me repito cada mañana, como la gran mayoría de la humanidad, para consolarme y hacer que la separación de mi cama sea más amena. Después de hacer ejercicio con el nórdico para arreglar la cama, me dirigí arrastrando los pies de forma desanimada para afrontar el ritual matutino de todos los días: las peleas por el baño, llegar a hacerme el café y vestirme para salir pitando a coger el tren. Cuando llegué a la puerta del baño me encontré a mi madre en el pasillo, que un día más, me hizo el mismo reproche:

– Mariam, por favor, todas las mañanas igual. Tienes que levantarte más pronto¡venga que vas a llegar tarde a clase!

-Sí mamá- respondía a regañadientes porque en el fondo sabía que tenía razón.
Me duché y me lavé los dientes rápidamente. Al mirarme al espejo descubrí que me había salido un grano justo en la parte inferior del labio.

-¡Fenomenal, ahí en toda la cara! No me podía salir en la frente para poder taparlo con el velo, ¡no!, tenía que salir allí para fastidiarme el día- me dije a mi misma mirándome al espejo. Cerré la puerta del baño enfadada y me fui a mi habitación. Una vez allí me vestí para realizar la oración del alba. De entre todos los hábitos de la mañana supone el único suspiro en el que puedo relajar mi cuerpo y mente. Unos minutos en los que respiro profundamente y me dejo llevar por los sentimientos que recorren mi cuerpo. Amor, misericordia, tristeza y esperanza para un futuro mejor. Al acabar supliqué a Dios que me diese fuerzas y salud para mí y mi familia. Inmediatamente doblé la alfombrilla y abrí el armario. Había llegado la hora. Tenía que elegir qué ponerme.

-¡Vamos allá!- exclamé medio suspirando a la vez que palpaba y veía las prendas-A ver, pues, eh, me pongo este vaquero, el jersey negro y cojo el velo azul con fondo de flores que le queda tan bien…..espera, pero…¿dónde está? ¡Ay míralo en la silla! ¡Puuff me lo puse ayer! No puedo repetir van a pensar que soy una guarra., una mora guarra. Bueno, venga, voy poniéndome los pantalones y ya se me ocurrirá que me pongo.

El procedimiento de ponerme los pantalones no iba como esperaba. No conseguía subirlos. Metí tripa. Dejé de respirar. Después decidí hacer las dos cosas a la vez tumbada en la cama intentando subirme la cremallera. Nada, no había solución. Me lo quité y lo tiré al suelo. Tendré que ponerme a dieta. Pensé inmediatamente.

-Esto de los pantalones pitillo es un invento para que dejemos de pensar porque, ¡como cuesta tanto ponérselos y tienes que estar pendiente de no engordar ni un kilo para que no te lleguen pequeños!….¡Dejas de pensar en lo que realmente importa a tu alrededor y empiezas a consumir cremas y dietas absurdas para poder ponerte este tipo de ropa!….¡Y así te conviertes en una valioso objeto consumista para las grandes multinacionales!- me explicaba a mi misma para entender la ridícula situación en la que estaba.

-El cuerpo, el cuerpo y el cuerpo- decía en bajito a la par que volvía al armario a buscar ropa para ponerme. La elección de la ropa como mujer musulmana española suponía una batalla todas las mañanas y mi cuerpo era el terreno de combate. Mi obsesión era buscar algo que me hiciese parecer una chica española más sin dejar de parecer musulmana . Ya tenía bastante con aguantar las miradas por llevar un velo en la cabeza. Así que, por lo menos que ,cuando la gente me vea el resto del cuerpo no se extrañe tanto o moleste.

-¿Molestar, pero cómo qué molestar? ¿Por qué mi cuerpo y mi forma de gestionarlo tiene que molestar? ¿Por qué tengo que explicarme? ¿Por qué todos los días tengo que mostrar que soy una chica más? ¡Eh, gente mirad, soy normal, me pongo ropa como vosotros! ¡No me llegan los pitillos porque soy una zampa bollos! Pero no es preocupéis que como el resto de mortales mañana me pongo a dieta ¡joder, qué mierda!….. Venga Mariam, ¡concéntrate! Y no digas palabrotas. Es una mañana más. Tú puedes.

Saqué un pantalón negro, una blusa estampada de nueva temporada y un velo de color beis. Ahora la cuestión era colocarme el velo y maquillarme, que no era tarea fácil. A veces la tela del velo es rígida y no hay manera de doblarla bien, se te quedan unos pliegues que parece que lleves montañas en la cabeza; a veces es al contrario, la tela no para de resbalarse y te salen los pelos por todos los lados, y claro, en ese momento siempre está el típico gracioso o graciosa que dice:

-¡Anda, se te sale el pelo y eres morena!-y con una sonrisa estúpida mientras me lo coloco bien digo:

-Sí-pensado en mis adentros con ironía que si no hubiese sido por él o ella a día de hoy no sabría cuál es el color de mi pelo.

Me maquillé lo mejor que pude para disimular las ojeras y el grano inoportuno y empecé a colocarme el velo. Cada pliegue que realizaba me recordaba que aunque yo hubiese elegido ponérmelo como una chica decide llevar minifalda o dejar de llevar tacones por convicción, estaba condenada el resto de mi vida a quedar como un trozo de tela que simbolizaba algo que yo no había elegido. Poco importaba quién era y qué pensaba. Esa tela representaba una religión de millones de personas, las enemistades y contradicciones entre Islam y Occidente, el peligro del terrorismo, la opresión a la mujer y mi condición de mora ignorante que no sabe español aunque no lo fuera. Mi cuerpo y mi elección pasaban a formar parte de una debate de lucha de civilizaciones. ¿Algún día dejaré de ser vista como un velo andante, como una amenaza, como una chica a la que hay que salvar? ¿Alguna vez podré hablar y ser escuchada como la Mariam, mujer , española y estudiante de economía sin representar a los millones de musulmanes del mundo? ¿Qué es lo que tengo que hacer?….

-¡Mariam!-el gritó de mi madre cuando abrió de repente la puerta de mi habitación me asustó¡Sigues aquí!¡Pero se puede saber qué tonterías sigues haciendo que ni has desayunado y vas a perder el tren!

-Ya, mamá pero…..-balbuceaba sin saber qué decir.

-Venga, hija, toma tu taza de café para llevar y sal corriendo para llegar a clase. No pierdas más el tiempo.

Me puse el abrigo, cogí la mochila y pegué un sorbo al café mientras mi madre me abría la puerta.

Al bajar las escaleras me encontré a nuestro portero, José, que entre risas me dijo:

-Qué Mariam, hija, ¿una mañana más?

Y con una sonrisa de resentimiento respondí:

-Sí. Una mañana más.

 

 

Fátima Tahiri SimouhFátima Tahiri Simouh

Investigadora FPU del Departamendo de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid en el Departamento. Actualmente está desarrollando su tesis doctoral. Activista antiracista y feminista. Ha colaborado con Pikara Magazine, WebIslam y Alkalima.


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