Aún ahora, con casi 30 años, hay gente que me sigue preguntando (¿en un acto de buena fe?) si sufrí acoso escolar de pequeña por ser afrodescendiente. Bueno, lo estoy maquillando, en verdad dan por hecho, afirman que es imposible que yo hubiese sufrido acoso escolar de tipo racista, ya que mi infancia transcurrió en los 90 y todos sabemos que en ese momento ya no había racismo en España. De hecho tampoco lo hay ahora, ¿verdad?. Como es tanta la curiosidad, voy a responder a todo aquel que cree que teniendo una madre blanca, maestra de escuela, es imposible haber sufrido racismo, por mucho que tu padre sea inmigrante y negro y tú hayas nacido aquí.
En el colegio me di cuenta de que era la novia de Romario, de que mi banda sonora era la canción del Cola-Cao, por supuesto alternándola con la de Los Conguitos, y de que mi pelo era un estropajo. También comprendí cómo de chistoso es tener un apellido nigeriano y cómo de imposible resulta aprenderlo a pronunciar por maestros y profesores después de nueve años de escolarización en el mismo centro. Aprendí que es mejor callar cuando te acorralan en el lavabo para pegarte, o te amenazan porque tu melanina les ofende profundamente. También asimilé bien que nadie me iba a proteger, porque si se lo contaba a mi madre (blanca, no lo olvidemos), desde el colegio la convencían rápidamente de que era un hecho aislado y de que son cosas de niños. Si se lo contaba a mi padre (negro), iba a quejarse a la escuela, pero un solo negro enfadado delante de un claustro de maestros que creen que el racismo no existe, no suele ser tomado demasiado en serio. De manera que, con la gran falta de referentes que me hicieran ver que ser negro no es negativo, tuve que recurrir a la violencia. Así pude pasar de negra que recibe insultos y amenazas a negra que se defiende y luego la castigan por violentarse cuando recibe insultos y amenazas. Por fin ahí me hicieron un poco de caso los maestros, y llamaron a mi madre para poderme aleccionar entre todos. Nadie nunca todavía ha aleccionado a los que me acosaban.
Menos mal que todos estos incidentes diarios sólo ocurrían en la escuela. No, estoy volviendo a maquillarlo, disculpad, es esta manía mía de quitar importancia al racismo para evitar ofender a quien lo perpetúa. Vaya a ser que me ofenda yo, vaya a ser que entonces me tachen de exagerada. Pues resulta que esto pasaba a diario también en todas y cada una de las extraescolares a las que me apuntaban y en todos y cada uno de los esplais a los que iba en verano, incluso en cada competición deportiva en la que participaba. Hasta siendo yo ya monitora de esplai, en plena adolescencia, otro monitor le dijo a un niño, delante mío, por supuesto, que no me hiciera caso, que era negra.
De nada servía ser la mejor estudiante, deportista o músico que tenían delante. Lo más destacable de mí era (es) mi melanina. Y suerte tengo de esas virtudes, no quiero imaginarme qué habría sido de mi autoestima si no me hubiera sentido realizada al menos en esos campos.
Yasmina Ewulu Navarro
Profesora de Secundaria y Bachillerato/De madre española y padre nigeriano/ Barcelona
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