Desde que tengo uso de razón recuerdo haber visto fotos de cuando era pequeña con el cabello alisado. Recuerdo mirar esas fotos y pensar que el cabello se veía un poco raro, como si no fuera parte de mí.
El pasado:
Soy de esas chicas que desde muy temprana edad les alisaban el cabello porque el que llevaba naturalmente era difícil de manejar. Crecí creyendo que cada tres meses debía ir al salón de belleza a bajar mis pajoncitos para que el cabello se viera saludable.
Para mí era una tortura aguantar todas aquellas horas en la silla del salón. Era un castigo aguantar el calor de la secadora, el ardor de la crema sobre mi cráneo, pero lo toleraba porque era lo que me haría ver bella y presentable.
El ir alisarme el cabello era como una relación de amor y odio para mí y a pesar de toda aquella tortura nunca quedaba satisfecha con los resultados. Todos los días me retocaba el cabello con la plancha para que quedara lacio porque siempre la raza se colaba entre mis cabellos procesados.
Para mí el alisarme se volvió la normalidad, no conocía otro proceso para mi melena. Es increíble pensar como aceptamos los estándares de belleza que impone la sociedad. En mi inocencia pensaba que debía procesarme el cabello para verme como la demás chicas con sus pelos lacios.
Recuerdo que lo hacía para que no me molestaran o criticaran. Claro está de nada valía el esfuerzo porque aun con mi cabello alisado había chicos en la escuela que me tocaban el cabello y decían que era un alambre de pua.
Si pudiera regresar a esos tiempos me diría a mí misma: “ignora los comentarios, amate tal y como eres, ama todo tu ser no solo partes de él.” Dándole hacia atrás a mis memorias recuerdo que era una niña feliz, alegre que no se preocupaba mucho por su apariencia. Pero, dentro de todo eso siempre pensé que mi cabello no cumplía con los estándares de belleza que me rodeaban.
La televisión, los magazines, las niñas en mi escuela, los anuncios, ninguno representaba a ciencias ciertas quien yo era. Una jovencita con el cabello alisado pero que crecía encrespado, blanquita, de ojos claros. Yo era una mezcla de generaciones, de razas, la representación de los que es ser puertorriqueña. Pero nuca me vi como un retrato de lo bello.
Y no es que no tuviese modelos seguir o que me sintiera triste porque una artista no se pareciese a mí; es que quizás hubiese sido un logro ver más diversidad en los medios. En estos tiempos la historia es diferente vemos mujeres con cabellos rizos, largos, cortos, flaquitas, llenitas, altas y bajitas. Gracias a Dios los medios han expandido lo que es la representación de la mujer en la publicidad.
El presente
Hoy día puedo decir que habían cosas que amaba enteramente de quien yo era. Me consideraba eléctrica, inteligente y diferente. Me gustaba mi color de piel y mis ojos. En el presente puedo decir que amo cada parte de mi ser, amo mis defectos, mis ojos, mi cuerpo y tengo el corazón repleto de las raíces de mi cabello.
Ya van 2 años y medio de haber pasado por el proceso de transición, no he ido al salón de belleza a darme un alisado. No lo necesito porque para mí ese proceso ya no es la norma.
Ahora mis rizos caen sobre mi cuello libremente, no más tortura, no más calor. ¿Por qué negar nuestra raza y lo que somos? ¿Por qué obligar al cabello a ser algo que no es?
La norma para mi es aceptar quien soy sin importar lo que digan o hagan, sin importar las miradas, sin importar que piensen que mis rizos son unos alambres de pua.
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Magnifica exposición…!!!