viernes, noviembre 22

Los últimos negros de Chile

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Supuestamente en Chile no hay negros. A lo más, es un pueblo con sangre indígena y europea. Sin embargo, en la frontera norte del país existe un importante número de afrochilenos.

Arica es el último enclave negroide de la nación y su legado lentamente va desapareciendo. En este artículo, los protagonistas reconstruyen el pasado y bosquejan su futuro.

Es cosa de sentarse un rato en algún banco del paseo 21 de Mayo, en el centro de Arica y ver pasar a la gente. Rápidamente comenzamos a distinguir a los afrodescendientes. Los más viejos son negros de piel, nariz achatada, pelo ensortijado, imponente estatura y pausado andar. Los más jóvenes salpican rasgos al azar: altas mujeres de tez blanca y cabellera afro, morenos de nariz protuberante y pelo liso. A simple vista y motivados por nuestros prejuicios sureños, diríamos que esta gente es peruana, brasileña o cubana. Sin embargo, es cosa de entablar una conversación para darnos cuenta de nuestro error.

La gente morena de Arica es descendiente de esclavos y negros libres del Perú y también de gente traída directamente del África. Llevan siglos en la zona y hasta hace poco tiempo eran mayoría absoluta. Las historia nos cuenta que en tiempos de la colonia, Arica tuvo dos alcaldes negros, un barrio llamado Lumbanga (caserío, en idioma congolés) e innumerables tradiciones culturales. ¿Cómo llegaron? ¿Cómo ha sido su vida? ¿Cuál es su futuro? Todas estas preguntas recién comienzan a ser respondidas.

Primer antecedente imborrable: hasta fines del siglo XIX, Arica y la provincia de Tarapacá eran territorios peruanos. Durante años, la esclavitud africana tuvo una gran importancia para la actividad económica de esta nación. Los negros eran un preciado bien, tanto por su trabajo en plantaciones de caña y algodón, como por la jerarquía social que significaba tener servidumbre africana en las haciendas de los terratenientes blancos. Un sistema totalmente despreciable moralmente, pero que fue una realidad no sólo del Perú, sino a lo largo de todo nuestro continente (incluyendo a Chile).

Bajo este contexto, Arica tenía bastantes condiciones para transformarse en un interesante foco esclavista. Primero que nada era el principal puerto por donde zarpaban hacia Europa las mercancías de plata extraídas de Potosí (Bolivia), tenía un valle agrícola (Azapa) ideal para plantaciones de algodón y caña de azúcar, la ciudad estaba aislada en medio del desierto y, por último, la zona sufría de malaria, enfermedad a la cual muchos negros se mostraban inmunes.

Todos estos factores potenciaron la esclavitud africana en la zona. Es más, en el siglo XVIII, don Francisco Yánez, don Luis Carrasco y don Ambrosio Sánchez, distinguidos criollos de Arica, instalaron tres «criaderos de negros» en el valle de Lluta. Estos eran establos donde unos cuantos machos y un montón de mujeres se «reproducían» para luego vender la «mercancía» (niños) al mejor postor.

Sin embargo, no todos los negros de Arica eran esclavos. A fines del siglo XIX, muchos afrodescendientes libres del norte del Perú llegaron hasta esta zona y compraron tierras, principalmente en el valle de Azapa. También se cuenta que en una fecha incierta, un barco esclavista naufragó cerca de Pisagua y muchos africanos escaparon hacia el desierto para después instalarse en Azapa.

«A los peruanos, sobre todo si eran negrso, los perseguían…»

Esclavos o negros libres, lo cierto es que hasta comienzos del siglo XX, Arica era negra en su mayoría. Después, cuando la ciudad pasa definitivamente a formar parte de Chile (1929), la mayoría de ellos tuvieron que escapar a Tacna. Alberto Quintana, afrodescendiente de la ciudad, aún recuerda lo que su padre le contaba al respecto: «A los peruanos, sobre todo si eras negro, los perseguían. Los chilenos te marcaban la puerta de tu casa con una X, te tiraban animales muertos y si te pillaban caminando por la calle simplemente te mataban a sangre fría.»



La llamada «chilenización» de Arica no fue tan pacífica ni inocente como cuentan la mayoría de los libros de historia elaborados en el país. Quintana cuenta que desde Santiago llegaban barcos con cientos de presidiarios de la capital (Santiago), liberados de sus penas a cambio de que se «encargaran» de espantar a los peruanos de Arica: «Fueron años de gran tensión. Los negros que tenían tierra en Azapa se iban al Perú, pero después retornaban de forma ilegal por el altiplano y vivían escondidos en sus casas, casi no salían. Otros se nacionalizaron chilenos y comenzaron a denunciar a sus familiares para congraciarse con las autoridades. Sin embargo, con el tiempo la cosa se fue tranquilizando y negros, blancos, chilenos y peruanos vivieron en perfecta armonía».

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Morenos de Azapa

Conocido por sus famosas aceitunas, el valle de Azapa es un verde y frondoso oasis en medio del desierto ariqueño. Aquí encontramos plantaciones de mangos, plátanos, guayabas y maracuyás, frutas tropicales que nos hablan de las bondades de estas tierras. Además esta zona concentra el mayor número de negros de la provincia de Tarapacá. Incluso en Arica cuando te encuentras con un negro no le preguntas si es brasileño o cubano, sino simplemente ¿eres azapeño? Los Corvacho, los Ríos, los Baluarte y los Cadenas son algunas de las familias de sangre africana que habitan desde hace siglos este hermoso lugar. Gente que ha sabido adaptarse a las costumbres chilenas, pero que no reniegan de su pasado ni del color de su piel.

Francisca Ríos vive cerca del kilómetro 4 del valle. Asegura que la vida era indudablemente mejor y más llevadera en el Azapa de antaño: «Cuando estaban los negros, aquí era todo más hermoso y tranquilo. Había mucha fruta, grandes cantidades de mangos, guayabas, papayas, plátanos y caña de azúcar. La gente era muy sana y respetuosa. No se necesitaba dinero, todo te lo daba el valle. Una vez a la semana bajábamos a Arica en burro para vender fruta, aceitunas y comprar algunas cosas. Ahora, todo es distinto. Si no tienes dinero no haces nada. Ya no hay ni fruta y los pozos de agua se están secando. Los valores han cambiado y cada día se ven menos negros.»

Sobre las tradiciones negroides del valle, Francisca Ríos asegura que se han ido perdiendo con el tiempo: «Lamentablemente no queda nada. Ni las fiestas familiares ni los carnavales. Antes todos éramos mucho más unidos, si había un cumpleaños llegaba toda la familia y celebraban hasta el otro día. Mis tíos tocaban la guitarra, otro golpeaba una mesa o un cajón y bailaban sin parar.»

Sobre qué cosas danzaba los negros en Azapa, doña Francisca recuerda el vals, la cueca y otro baile que no quiere mencionar, pero finalmente termina entregando algunos datos entre risas y ademanes de vergüenza: «Existía el baile de la Lumbanga. Yo nunca lo bailé porque era muy niña, pero me acuerdo que los mayores se ponían en círculo y comenzaban a golpearse cadera con cadera. Era pura percusión. Tocaban sobre una mesa, un barril de aceituna o cualquier cosa.»

Los negros ya no son mayoría, el tiempo los ha mezclado y dividido socialmente

Otra de las tradiciones que los negros tenían en el valle eran las «peleas de gallos». Ángel Báez recuerda que éstas eran verdaderas batallas entre las familias de la zona, donde más allá del dinero estaba el honor por saber quién era el mejor criador. Hasta hace poco tiempo, el propio Ángel tenía sus gallos, pero ya olvidó esta actividad por problemas económicos: «Criar un gallo de pelea cuesta mucho dinero y tiempo. Ahora la vida en el valle está mucho más difícil, por lo tanto, ya casi nadie va a las galleras. Hoy todo se compra, hasta la fruta, y debo procurar más dinero que antes.»

Sin embargo, las tradiciones más recordadas en el valle eran la «Cruz de Mayo» y el Carnaval. En el mes de mayo, cada familia de Azapa subía a un cerro una cruz, en el trayecto se rezaba y entonaban cantos corales. Una vez que la cruz era clavada en la cima, todos retornaban a sus hogares para celebrar una fiesta hasta el otro día.

Los carnavales se celebraban antes de la Cuaresma cristiana y se realizaban tanto en el valle como en Arica. A diferencia de los actuales, los carnavales de esos tiempos no eran celebrados bajo la música andina, sino por comparsas negroides, formadas por cientos de guitarristas, bombos y quijadas de burro.

Todas estas tradiciones se han extinguido con el tiempo. Los pueblos indígenas de la zona -principalmente aymarás- muchos más organizados y homogéneos culturalmente, se han apropiado de los espacios públicos y culturales. Los negros ya no son mayoría, el tiempo los ha mezclado y dividido socialmente.

Sin embargo, para eso se formó «Oro Negro», la primera fundación de afrodescendientes chilenos. Liderados por Sonia Salgado, alcaldesa de la comuna de Camarones, esta organización busca recuperar el legado negro de Arica y sus alrededores. Para ello intentan realizar un censo para determinar cuántos afrodescendientes son en la actualidad y hacen talleres para recrear la música y las tradiciones de este pueblo. Según su presidenta, «Oro Negro» busca «poder agrupar estas aceitunas negras, este racimo de uvas que está disperso, discriminado y olvidado en un rincón de la diversidad cultural de este país».

Gustavo del Canto

*Este artículo fue publicado previamente en Primera Línea, revista digital chilena.


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