
Ser madre es un acto de amor, resistencia y esperanza. Pero ser madre negra en el Estado español significa cargar con la responsabilidad adicional de proteger a mis hijos del racismo sistémico, mientras navego un entorno social y estructural que no siempre reconoce ni valora sus realidades. A lo largo de mi vida cotidiana, me enfrento a dificultades que requieren una valor constante, además de una resistencia frente a un sistema que parece poner obstáculos a cada paso. Esta carga diaria impacta en mi bienestar emocional, mi capacidad para interactuar con el sistema y, sobre todo, con la tarea de criar a mis hijos en un contexto donde el racismo es una presencia constante.
El acceso a la salud, que debería ser un derecho fundamental, se convierte en uno de los primeros espacios donde me encuentro con el racismo. He experimentado cómo las mujeres negras, como yo, recibimos una atención inferior a la de las mujeres blancas. Diagnósticos tardíos, tratamientos inadecuados y la sensación de ser ignorada cuando expreso mis preocupaciones. Durante el embarazo, las tasas de mortalidad materna son mucho más altas entre las mujeres negras, y no es difícil ver por qué: la falta de empatía y formación cultural en los profesionales de la salud. He vivido la frustración de sentir que mis quejas se minimizan, y no es solo que afecte mi salud, sino también la de mis hijos, al poner en riesgo mi bienestar durante el embarazo o el parto. Esta situación empeora después del parto, cuando, en muchos casos, los cuidados postparto no se ajustan a mis necesidades, y no encuentro el apoyo adecuado para mi recuperación.
Esto no es diferente en el sistema educativo. Me enfrento a un entorno escolar que muchas veces no ofrece un espacio seguro para mis hijos. No es raro que mis hijos experimenten insultos, burlas o exclusión, lo que afecta su autoestima. Y, lamentablemente, no siempre encuentro profesores con las herramientas necesarias para abordar el racismo en las aulas o para apoyar a los niños que vienen de realidades culturales diferentes. Esta falta de formación sobre la diversidad racial hace que mis hijos, como muchos otros niños negros, no reciban el apoyo adecuado para superar las barreras raciales en la escuela. Me veo obligada a intervenir, constantemente buscando alternativas fuera del sistema escolar para complementar la educación que mis hijos merecen. Si no encuentro representación de ellos en los materiales educativos, tengo que ser yo quien busque recursos adicionales que validen su historia y su cultura, porque es esencial que vean reflejada su identidad. A veces, la escuela no lo hace, y tengo que llenar esos vacíos.
La seguridad de mis hijos es otra preocupación constante. En el Estado español, la violencia policial, aunque no tan visible como en otros lugares, sigue siendo una realidad que enfrentan muchos jóvenes negros. Los controles raciales, las detenciones arbitrarias y las agresiones de la policía son algo con lo que mis hijos, al igual que otros jóvenes negros, tienen que lidiar. La presencia policial en los barrios racializados y el trato discriminatorio que sufren mis hijos solo por su color de piel hacen que viva en un estado de alerta constante. Como madre, no solo me preocupo por su seguridad física, sino también por cómo educarlos para que manejen este temor sin que se pongan en riesgo. Les enseño a ser siempre conscientes de su entorno, a no dejarse llevar por la ira, a ser cautelosos cuando interactúan con la autoridad. Este tipo de educación no debería ser necesaria, pero la realidad del racismo institucional hace que sea imprescindible.

Y, por supuesto, no es solo enfrentarse a la agresión directa del sistema, sino también a la carga emocional constante de tener que luchar por la igualdad para mis hijos. Vivir en una sociedad que no entiende lo que significa ser madre negra, y que minimiza las experiencias de discriminación que mis hijos enfrentan, me desgasta emocionalmente. A menudo siento que debo protegerlos sola, porque las instituciones y la sociedad no siempre comprenden la magnitud de lo que estamos viviendo. Las madres negras, como yo, no solo enfrentamos la discriminación racial; también lidiamos con la incomprensión de quienes nos rodean, y con la sensación de estar solas en nuestra lucha. La falta de apoyo institucional solo hace más difícil sobrellevar esta carga emocional. No es fácil. La soledad que acompaña a esta lucha por la igualdad puede ser abrumadora.
Muchas veces, las voces de las madres negras son ignoradas. Aunque se habla más sobre la representación de las personas negras en los medios, todavía hay un vacío profundo en cuanto a la visibilidad de nuestras preocupaciones, nuestras historias y nuestras demandas. Cuando levantamos la voz contra el racismo, a menudo somos tachadas de exageradas o se nos descalifica. Esa invisibilidad perpetúa la discriminación, porque no se nos da espacio en los foros de toma de decisiones, ni en los medios, ni en las políticas públicas. En los ámbitos educativo, sanitario o social, nuestra lucha por la igualdad se vuelve aún más difícil, porque no se nos escucha ni se nos apoya como debería ser. Nos vemos obligadas a exigir constantemente lo que es justo para nuestros hijos, mientras el sistema parece desentenderse de sus necesidades y de las nuestras.
La solución a estos problemas depende tanto de nosotras, las madres negras, como de la sociedad en su conjunto. Es necesario que haya un cambio real en la manera en que se abordan las discriminaciones raciales en todos los ámbitos. La visibilidad, el respeto y la equidad en el trato son fundamentales para que mis hijos, y todos los niños negros, puedan crecer en un entorno donde se les valore por lo que son, y no por lo que la sociedad impone como “normal”. Solo cuando todos reconozcamos que la lucha contra el racismo es responsabilidad de toda la sociedad, podremos construir una sociedad más justa, donde mis hijos y otros como ellos puedan desarrollarse libremente, sin las barreras impuestas por el racismo.

Marián Cortés Owusu
Pedagoga

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