Nuevamente me presento aquí con el ánimo de desentrañar de las tierras latino-caribeñas a una autora boricua de una fama considerada por su trayectoria como cuentista o ensayista y es que Mayra Santos-Febres fue la primera escritora puertorriqueña que cautivó mi curiosidad. En los años noventa sacó una colección de cuentos llamada Pez de vidrio en la que reúne una serie de relatos donde expresa un pensamiento erótico alrededor de personajes que encarnan estereotipos femeninos agenciados a las mujeres negras o mestizas. Según se mire, Febres no intenta martillear los tópicos caribeños, más bien, trata de balancearlos haciendo que los supuestos negativos sean vistos desde otra perspectiva. Para llegar a la clave santosfebrista se puede analizar el cuento «Pez de vidrio» en el que narra la historia de una oficinista de tez trigueña que esconde su deseo carnal hacia una compañera de trabajo.
Primeramente, lo que llama la atención es que la autora añade los detalles físicos de forma puntual con los que alude a mujeres identificables de la zona con descripciones del pelo rizo, los exuberantes senos, el olor corporal, etc. Los estigmas femeninos son muy definidos en el Caribe, muchas veces las mujeres son presas absolutas de ellos y se sienten condenadas a seguir un modelo rudimentario arcaico. Sin embargo, Febres toma esa racialización del cuerpo para abrir paso a nuevos referentes porque la mirada de la narración ya no es masculina, Juliana, la protagonista, está sintiendo una pasión desaforada por otra mujer y se ve afectada por esos sentimientos. Además, simboliza la independencia mujeril en lucha contra de las tradiciones pasadas y contra la sociedad controlada por el hombre porque Juliana es la alegoría de la insatisfacción con respecto a ese mundo unívoco. Ahora bien, el dilema se presenta cuando debe explorar su homosexualidad porque ella no está encadenada a un papel desfasado, ella vive una realidad en la que los problemas son otros y está en contacto con las extralimitaciones donde las mujeres mulatas o negras pueden sentir el placer en contemplar un ceñido «vestido negro» o una «melena revolcada». Por ende, en esa tierra extranjera nace algo insólito jamás visto, todo lo opuesto a aquellas que fueron esclavizadas y consideradas como objetos sexuales por las mentes occidentales.
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Febres hace que la piel, el cuerpo, lo erótico sea para la mujer un lugar de conocimiento y es que los sentidos se inflaman por la libidinosidad escritural, las proyecciones son casi tangibles y el sexo de una mujer negra o mestiza converge en una forma de autodefinición al margen de las normativas genéricas. Por ese motivo, en su ensaño «Los usos del eros en el Caribe» de Sobre Piel y Papel (2005) habla sobre esa evolución literaria caribeña que va desde la dominación, la violencia hasta la trans-sexualidad de la mujer que Febres apoya como «una necesidad de nombrar la diferencia, la existencia de lógicas, historias, experiencias y sexualidades diferentes a las permitidas y registradas por el discurso oficial». La transgresión, por tanto, se vuelve la marca distintiva de su obra como ocurre en su libro Sirena Selena vestida de pena (2000) donde cuenta la historia de un joven huérfano, mulato y gay que acaba cantando boleros en el espectáculo del bar de Miss Martha Divine, otro travesti que lo adopta y queda embelesado por su voz.
La afropuertorriqueña se adentra en el submundo de la periferia con el fin de deconstruir las identidades modernistas ya que en pleno siglo XXI aún falta más visibilidad transformativa que enseñe a las comunidades que el mundo es el hogar de todos y nos debemos respeto unos a otros. En definitiva, las categorizaciones en la actualidad se vuelven incapaces de abarcar el abanico multicolor y, por la misma razón, el lenguaje sigue siendo una metarealidad restringente que debe de encaminarse hacia lo transcendental de las diversidades.
Por último, me gustaría dejar constancia del final del relato de «Pez de vidrio» donde la protagonista trata de entender su naturalidad y lo expone como «su angustia», «su fiereza trunca», «su silenciosa soledad». No obstante, la magia reside en lo que sucede después cuando se ve incompetente ante los instintos de su ser, Febres hace una comparación de esa inherencia singular con los olores porque no son palpables, ni materiales, son metáforas que lindan entre imágenes sin convertirse en verdades condicionantes como las sensaciones o el alma de la persona o como ocurre con los peces de vidrios que son translucidos, transparentes, animalillos extravagantes que no se aferran a la concreción, sino que SON ante la inmensidad del entorno aceptando su sustancialidad en la vida. De esta manera, Juliana toma el coraje para desvestirse de las banalidades heredadas y su universo se enfoca en aquella muchacha de vestido negro y rizadas melenas a la que le dice con tan llanas palabras:
«¿quieres almorzar conmigo hoy?»
#Mes del Orgullo LGBT
Solange Luzuriaga
Estoy hecha de una cultura marina entre el pacífico andino y las tierras mediterráneas.Me gusta la «Bamba rebelde» de las CafeterasY creo en Ochún como en las nereidas.
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