jueves, diciembre 19

La lágrima blanca


Audre Lorde lo ha dicho todo. Audre Lorde está en mi librero como un juego de caracoles para decirme algunas verdades, para que las entienda. Audre Lorde me lo advirtió. La ira contra el racismo este año hará estragos en ti. La “ira” y no la “rabia” como algunos amigos han querido rectificarme en privado. La ira a la que me resisto a seguirle huyendo cada vez que tenga que decirle a otra mujer blanca y feminista en su cara: “estás siendo racista”.

La primera vez que choqué con el fenómeno de las “lágrimas blancas” y tuve la necesidad de nombrarlo fue en el 2020 cuando asesinaron a George Floyd.

Primero empezaron los mea culpa de gente que tenía la necesidad de disculparse por su tatarabuela tratante de personas esclavizadas y los privilegios que habían heredado. Recuerdo que me escribió una feminista blanca cubana para que le diera mi parecer sobre una carta que haría circular sobre la indignación que sentía la intelectualidad cubana por la muerte de Floyd.

Y le di mi parecer. Le dije que debían pronunciarse por las muertes de las personas negras, por el racismo sistémico que padecemos en Cuba. Le sugerí que la carta hablara más de Cuba y menos de Floyd, aunque entendía la gravedad del asunto.

«Yo siempre era la ‘violenta’ si hablaba o señalaba a otras feministas blancas de haber tenido actitudes racistas. ‘María es muy dura’, ‘María es mala’ llegaron a decirme».

Por supuesto, no me hizo caso y en un inicio pensé que yo no había sido lo suficiente intelectual como para influir en su criterio. Pero no volvimos a hablar del tema ni siquiera cuando la carta fue publicada porque un mes después asesinaron a Hansel Hernández Galiano en La Habana y se les acabó el entusiasmo con el tema. Perderían demasiados privilegios.

Hasta ese momento solo era una situación que me ponía incómoda. Yo siempre era la “violenta” si hablaba o señalaba a otras feministas blancas de haber tenido actitudes racistas. “María es muy dura”, “María es mala” llegaron a decirme.

Razones blancas

Me ha pasado tantas veces que tengo que contarlo. Llevo dos meses notando que una persona a la que no conozco de nada, pero con la coincido por razones de trabajo, no entiende lo que hablo. Pero como no es primera vez que me sucede, llamé la atención sobre el tema. Me está haciendo “gas de luz”, pensé. Pero lo que dije fue: “esa muchacha está siendo racista conmigo”.

Mis razones eran simples. Ella necesitaba que otra mujer, blanca además, le explicase lo que yo le decía. Como si no habláramos el mismo idioma “cubano”, siendo las dos cubanas. Y eso no me pareció muy ‘normal’.

Empezaron desde entonces las justificaciones.



“Yo que la conozco bien te digo que no, ella no es racista”, “no, son ideas tuyas, ella es muy buena persona”, “no, debe ser otra cosa”, “para nada, ella lo que necesita que le expliquen mejor”.

Hasta que se puso en juego el trabajo colectivo y yo mostré la “ira” de la que habla todo el tiempo Audre Lorde, y que hace añicos el pacto de complicidad entre feministas blancas.

Ni así, algunas entendieron. Y la culpa siguió sobre mis espaldas. Era yo la que malentendía, era yo la que tenía el problema.

Lágrimas blancas

Hubo llantos e indignación, pero ninguno en sororidad conmigo. Hablo en plural porque en este llanto y esta indignación van muchos otros llantos e indignaciones que he escuchado, leído y visto tratando de culparme a mí por la “racistada” de las demás.

Entender lo que me estaba pasando una vez más en un espacio que consideraba seguro me costó procesarlo. Y como siempre voy corriendo a leer sobre el tema. ¿Qué han vivido otras mujeres, otras feministas negras como yo?

Leí a Michal ‘MJ’ Jones, en Afroféminas; escuché lo que tenía que decir Mickaelah  Drullard en su Instagram; repasé a Audre Lorde y volví sobre Ruby Hamad en lo que he podido leerme de ella de su libro White Tears/Brown Scars.

Las lágrimas blancas surgen siempre que se hable sobre racismo estructural o se le diga a alguna colega sobre sus complejos de salvadora o que ha sido racista.

En ese punto comienza el llanto o las ofensas y se les va la sororidad, de la que me habían hablado, estoy segura, hacía menos de media hora. Un llanto, unos argumentos que solo sirven para cambiar el enfoque de la discusión y ponerlo a girar sobre sus vidas. E ipso facto comienzan a ser las oprimidas lo que niega o disminuye el impacto del ataque racista que acabo de vivir.

No olvidaré la frase, “todo está en tu cabeza”, o sea, en la mía. Yo malinterpreté. Yo tergiversé. Yo no entendí. Una vez más.

Cronología del racismo

El 2020 fue un año duro, pero el 2021 lo fue más. Se pretendió un #MeToo cubano que solo quedó en un depredador sexual negro, Fernando Bécquer, pero quedaron sus amigos trovadores blancos y el director del Conservatorio “Amadeo Roldán”, de La Habana, quien fue acusado de tener relaciones sexuales con alumnas adolescentes durante 30 años.

Los cómplices de Bécquer, la mayoría, lloraron en público, dijeron no saber del asunto. Y les creímos. Con el director del “Amadeo Roldán” sus víctimas recibieron presión. Y nos conformamos con sus silencios.

En esos mismos años se llevó a juicio a la cantante Danay Suárez por compartir un post abiertamente homófobo aunque los post abiertamente homófobos sigan siendo el timelines de nuestras vidas sin que haya ninguna consecuencia. La acusó un hombre gay blanco que recibió todo el apoyo de la comunidad LGBTIQ+.

«Cuba es una dictadura machista y racista que busca ser siempre ejemplarizante con las personas negras».

Todas las veces que dije en privado y público que me parecía un exceso que fuera llevada a juicio, siempre hubo una feminista blanca dispuesta a decirme que se lo merecía. Sin detenerse a pensar en mis razones: Cuba es una dictadura machista y racista que busca ser siempre ejemplarizante con las personas negras. No pasó nada. Pero, ¿qué hubiera pasado si Danay Suárez hubiese ido presa?

Durante esos dos años hubo quien tuvo miedo de una revolución de negros en Cuba por lo que representaba el Movimiento San Isidro. Hubo quien salió el 11 de julio del 2021 y en sus crónicas periodísticas se diferenciaba de los “otros”, los que a su parecer sí habían sido violentos y que casualmente eran personas negras.

Pero siempre les salvan las mismas afirmaciones: “Yo soy activista”, “yo ayudo”, “yo empodero”, “yo soy feminista”, “yo soy sorora”, “yo soy de izquierda”; y comienzan diciendo: “desde mis privilegios…” o “consciente de mis privilegios…” y esta frase me pone la piel de gallina porque detrás viene alguna racistada disfrazada de salvación, pero que nadie se atreva a señalar una falta en esa buena intención.

*Este texto ha sido publicado originalmente en la revista feminista cubana Alas Tensas y republicado en Afroféminas por un acuerdo de colaboración.


María Matienzo

La Habana (1979). Escritora. Ha colaborado como periodista en medios y revistas como Cubaliteraria, Havana Times, Diario de Cuba, El Tiempo en Colombia, Hypermedia Magazine, Programa Cuba y Connectas. Sus reportajes han sido publicados en una compilación de ediciones Samarcanda, España, bajo el título Apocalipsis La Habana (americans are coming). En el 2020 publicó la novela Elizabeth aún juega a las muñecas (Editorial Hurón Azul) y el libro Orquesta Hermanos Castro: la escuelita, sobre la historia musical olvidada (Unos & Otros Ediciones ). Fue reconocida por la Fundación Internacional para las Mujeres en los Medios (IWMF) como Women Journo Heroes. Sus reportes sobre la vida cotidiana de las cubanas y los cubanos se pueden encontrar en el diario CubanetNews.



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